Italia

Ellos no tenían edad para votar

La nueva generación de diputados reflexiona sobre la Carta Magna

Ellos no tenían edad para votar
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El ritual se repite cada año. Cuando se acerca el 6-D, arrecian los lamentos por la muerte del espíritu de la Transición. Pues bien, el tópico es falso: cuando la ocasión lo requiere, los diputados más jóvenes también saben abandonar las trincheras políticas por el bien común. Aunque esta mañana su objetivo resulte algo más prosaico que consensuar una Constitución: ahora se trata de convencer a José Bono de que suba un poquito la calefacción del Congreso.

«¡Qué horror, nos vamos a pelar de frío!», se queja Soraya Sáenz de Santamaría al entrar en el hemiciclo. «Bono es muy caluroso, pero aquí no sólo trabaja él: hay 350 diputados», coincide el socialista Eduardo Madina. Y celebran el consenso bipartidista con un festín de besos a los diputados que van llegando para la sesión fotográfica. Los hijos de la Constitución reservan el mal rollo para la tribuna de oradores: en cuanto se apagan los micrófonos, se ponen a charlotear como viejos amigos.

En pantalón corto

Cuando se votó la Carta Magna, los políticos de la imagen todavía llevaban pantalón corto. O ni siquiera eso: por ejemplo, el popular Nacho Uriarte, cosecha del 80, no había nacido. De ahí que ninguno participase en el referéndum del texto que cada día cumplen y hacen cumplir desde sus escaños. Y todos tienen difusas memorias del 6-D. Leire Pajín recuerda la fiesta que se montó en su casa; Soraya Sáenz, la excitación de contemplar las urnas por primera vez. Aunque alguno ya dio síntomas entonces de su futura vocación política: el popular Luis Ayllón asegura que, a sus ocho años, hojeó el ejemplar de la Constitución que se envió en esos días a todas las casas de España. «Mis padres lo tenían en la mesilla de noche y pensé que tenía que ser interesante», rememora.

Treinta años más tarde, todos se dedican a la política a tiempo completo. Y reconocen que su labor es más sencilla gracias a la altura de miras de sus mayores. «Sentimos una intensa gratitud por esos hombres de traje oscuro y gafas enormes que no paraban de fumar», asegura Uriarte. «Fue una generación de enorme grandeza política que redactó un texto modélico. Debemos tomar ejemplo de ellos».

Los hijos de la Constitución ya no se enfrentan al reto diario de montar un país democrático de la nada. Su misión es idéntica a la de cualquier diputado occidental: negocian recónditas partidas presupuestarias y no leyes de amnistía. «Nuestro margen de error es más limitado», dice Madina. «Si nos equivocamos, no es un desliz de proporciones históricas como en la época de la Transición. Esto hace que el día a día de la política sea más llevadero».

Para sus padres, la libertad fue una conquista; para ellos, un mero disfrute. Y eso tiene sus ventajas. A los hijos de la Constitución les resulta imposible imaginar un país sin libertad de expresión ni partidos políticos. «La democracia nos parece el estado natural», dice la socialista Meritxell Batet. «Por eso, tenemos menos miedo que nuestros mayores y nos atrevemos con proyectos que a ellos les habrían parecido una complicación».

Pero la normalización del país también entraña sus riesgos. Para Madina, las nuevas generaciones de españoles están tan acostumbradas a las libertades que corren el peligro de desdeñarlas. «La hipoteca de vivir en democracia ya la pagaron otros», explica el diputado socialista. «Nuestros padres veneraban la democracia porque sabían lo que era una dictadura. Temo que la gente acabe pensando que todo eso salió gratis».

Precisamente, una de las misiones de este grupo de diputados será demostrar a los jóvenes que la política sigue siendo necesaria. Según las encuestas, su oficio se ha convertido en uno de los más denostados por la ciudadanía. Y por ello las vocaciones políticas son cada vez más escasas, con el consiguiente deterioro del debate público.

Meritxell Batet pone el ejemplo de Barack Obama para demostrar que es posible enganchar a los jóvenes. Para ella, la buena gestión es importante, al igual que abordar los asuntos que interesan a la gente. Pero no basta con este topicazo político: según ella, los líderes que calan son los que «hablan de política con mayúsculas». «Los jóvenes vibran cuando se encuentran con un líder que les hable a un nivel más conceptual: de ética, de principios, de valores», asegura.

Para Pajín, tampoco es cierto que a su generación no le interese la política. Y, para demostrarlo, recuerda que millones de ellos colaboran con ONGs o salen a la calle para manifestarse cuando la ocasión lo requiere. Otra cosa es la política institucional, desprestigiada por el tufillo partidista que lo impregna todo. «Tenemos que asumir la responsabilidad de devolver la dignidad a la política», añade Sáenz de Santamaría. «Podemos demostrar que es un oficio bonito: que lo feo es el partidismo, la politiquería».

Tras la crispación de la pasada legislatura, estos jóvenes diputados han hecho propósito de enmienda. España ha cambiado radicalmente en los últimos 30 años, pero la política sigue anclada en la dialéctica de trincheras. Y ellos son los primeros en admitirlo. «Con determinadas formas de hacer política, nos estamos metiendo en un camino que nos lleva a Italia, a la degradación de lo público», denuncia Madina. «Pero los españoles no se lo merecen. Este país se merece una democracia elegante».

¿Serán ellos capaces de quebrar esta inercia? Uno tras otro, los hijos de la Constitución aseguran que sus relaciones con sus adversarios políticos son inmejorables. Y que, en muchos casos, son los periodistas quienes distorsionan la concordia reinante con su obsesión por las rencillas. «Tenemos suficiente distancia con épocas más agrias, como los años finales de Felipe González, para llevarnos bien», recalca Pajín. «Los políticos inteligentes saben que tienen que llevarse bien entre ellos», añade Madina. «De eso depende que saquen adelante proyectos que son cruciales para los ciudadanos. Aunque, claro, luego hay otros políticos menos listos que ni te saludan».

La única que se desmarca de este discurso es Meritxell Batet, que vivió su bautismo en la política activa con los broncos debates de la pasada legislatura. «Se produjeron situaciones muy desagradables: salía con palpitaciones de cada Pleno», recuerda.

Por eso, aboga por que los diputados de distintos partidos se vean más fuera del hemiciclo. Y no sólo porque ella esté casada con un «soldado» de la trinchera opuesta: el diputado popular José María Lassalle. Sino porque, según ella, resulta imprescindible para el buen funcionamiento de las instituciones. «La posibilidad de alcanzar acuerdos que beneficien al ciudadano depende mucho de la relación personal», asegura. «Si tienes confianza en tu interlocutor y sabes que no te va a traicionar, todas las negociaciones son mucho más sencillas».

Si la diputada socialista tiene razón, convendría que los hijos del 6-D quedasen a cenar ya mismo. Porque todo indica que a ellos les tocará la papeleta de pegar el primer tajo al melón constitucional. «Es cierto que en un tiempo no muy lejano deberá actualizarse», reconoce Nacho Uriarte. «Y espero que lo hagan personas con la misma altura de miras que los padres de la Constitución. Porque si no somos capaces de encontrar un punto de acuerdo, mejor que el texto no se toque».

Reformas con bisturí

De momento, parece que estos jóvenes tienen la lección bien aprendida. En cuanto surge el tema, todos se aferran a la palabra «consenso» como si fuera un talismán infalible. «Como cualquier ley, la Constitución se puede reformar», asegura Sáenz de Santamaría. «Pero estas cosas hay que hacerlas con bisturí. Tenemos que saber desde el principio lo que queremos hacer y cómo va a mejorar la vida de los ciudadanos. Y cualquier reforma debe realizarse desde el consenso, de principio a fin».

Para Leire Pajín, los políticos de su edad son «menos supersticiosos» que sus mayores sobre los riesgos de ajustar el traje constitucional a los nuevos tiempos. Y pone el mismo ejemplo que la diputada popular sobre una reforma que suscitaría el necesario acuerdo entre los principales partidos: eliminar la prevalencia del varón a la hora de heredar la Corona. «No hay que tener miedo a cambiar cosas para adecuarlas al país en el que vivimos, siempre que todos estemos de acuerdo», recalca.

Hasta que llegue ese momento, esta generación tiene trabajo de sobra. Sus padres pelearon por las libertades con mayúscula, como el derecho al voto. A ellos les queda una pugna menos heroica, pero igual de trascendente: mejorar la calidad de la democracia. «Es una lucha diaria», señala José Luis Ayllón. «En una dictadura, los atropellos son evidentes. En democracia, es más difícil detectar los pequeños atentados contra nuestras libertades. Pero tenemos que ser capaces de seguir luchando».

Dice Meritxell Batet que la Constitución es como Peter Pan: si no crees en ella, no existe. La democracia no es una situación natural, sino una «construcción teórica» que requiere infinitos cuidados para sobrevivir. «Ya hubo otras sociedades que pensaban que sus avances eran permanentes, pero se equivocaron», denuncia. «Si no cuidas y mimas a la democracia, te la cargas en cuatro días»

Ése es el reto de estos diez jóvenes políticos de ambos bandos. A ellos les toca preservar el sistema que diseñaron hace ya treinta años los padres de la Constitución. Y, si es posible, que la próxima generación lo herede en un estado aún mejor. «Yo no voté la Constitución, pero me siento muy representado por quienes lo hicieron», asegura Ayllón. «Ahora, mi trabajo es que la gente joven piense lo mismo de mí. Y que, cuando lleguen al poder, no tengan ninguna duda de que la democracia es la mejor manera de gestionar las cosas»