Literatura

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«Empecé a trabajar con la jubilación»

«Empecé a trabajar con la jubilación»
«Empecé a trabajar con la jubilación»larazon

Jesús Pardo / Escritor Jesús Pardo atajó de raíz y sin demora el problema de la vanidad. La mejor manera, debió recapacitar, para dejar de contemplarse en un espejo es salir del lago de su reflejo. Y, sin retraso, se prejubiló de la vida dándose fin a sí mismo en el último volumen de sus memorias: «Borrón y cuenta vieja» (RBA). «La muerte no me desespera, dejar las cosas a medias, sí», asegura con seriedad. El escritor, arrellanado en un butacón amplio de su casa madrileña, revive anécdotas leídas de Fernando el Católico o se entretiene en detallar la importancia que tiene el Provenzal. Después desgrana con paciencia los recuerdos, uno a uno, como si contara con los dedos, y revive el último día que pasó en la Agencia Efe. «Me puse contento cuando dejé el trabajo. He sido periodista hasta que empecé a escribir. Yo empecé a trabajar el día de la jubilación». La sombra de su trayectoria profesional como corresponsal aguarda detrás de él. «La prensa es indispensable en la democracia. Es esencial. Es lo más sano de nuestra democracia, algo desvirtuada. Todo lo que sea debilitarla es un error. Aunque a la clase política le vendría bien una prensa sin fuerza. Sin los diarios, imagina lo que sería esto». Pardo prolonga las jornadas con la esperanza de retrasar la muerte. «Aprovecho los días al máximo. Ya se sabe que la vida es corta, pero los días largos», recita, antes de retrotraerse a uno de los pasajes más duros por los que ha transitado: una depresión que lo convirtió en otro y le hizo odiar lo que más aprecio tenía: los libros. «Me deshice de 2.000 volúmenes de mi biblioteca, compuesta por 25.000. No terminaba de comprender el motivo. ¿A quién le puede interesar Proust?, me preguntaba; ¿y el Dante?, y lo decía en serio». Abandonó la lectura durante meses y sólo escapó de aquel hechizo incomprensible con el ánimo de la voluntad y muchos «cojones. Me senté y me dije, este lo leo». Y cogió «La esperanza», de Malraux, hasta que lo remató en sesiones de cincuenta páginas. «Lo veía todo negro, pero fue una experiencia magnífica. La debía tener a los 25 años, cuando era joven. No ahora, cuando esa vivencia ya no te sirve de nada...».