Música

Estreno

En el gimnasio con la diva

En el gimnasio con la diva
En el gimnasio con la divalarazon

Todo parece indicar que, una vez desaparecido del santoral mutante Michael Jackson, nos queda «la ambición rubia» como uno de los últimos dinosaurios del modelo de «show» previo a internet. En el mismo reino del espectáculo donde Jacko aspiraba a inmortalizarse como eterno Peter Pan, el cuerpo cincelado a la perfección de Madonna representa hoy el hercúleo esfuerzo por seguir estando en la primera fila de un tipo de estrellato de masas cuyo eco cada vez es más efímero. No es azarosa la comparación: ambos procedían de minorías que trataban de tocar con las manos el sueño americano saltando sus limitaciones originarias y los dos tuvieron que renunciar a su lado humano para llegar a ser iconos que transcendían lo estrictamente musical. En el caso de Madonna, a diferencia de otros ejemplos de incesantes metamorfosis artísticas –por ejemplo, David Bowie–, la reinvención camaleónica del personaje y su intencionada predilección por la «boutade» siempre han pecado de oportunistas. Lejos del desenfadado y sensual «look» Marilyn de su primera época, su estética sin embargo ha ido alcanzando una frialdad andrógina rayana en la ciencia-ficción. Este distanciamiento glacial llegó al convertirse en ese ciborg perfecto vestido con los pezones de Jean Paul Gaultier. Toda una premonición. ¿No simboliza hoy el cuerpo sorprendentemente musculado de esta mujer de cincuenta años la obsesión por vencer los límites de una época que empieza a no ser la suya? Su música, vigoréxica como pocas, coquetea con todos los estilos, estéticas y gustos. Nada humano o poshumano le es ajeno a Madonna. Tal vez por eso uno tenga la sensación de que, corriendo a contrarreloj en el gimnasio del «star-system», su carrera busca obsesivamente adelantarse a sí misma para no ser desplazada del foco principal. En un mundo donde los antiguos medios de comunicación no son capaces ya de fabricar ídolos como los de antes, Madonna se pasea por los estadios como la última reina de un reino a punto de extinguirse. Si el vídeo mató a la estrella de la radio, hoy la red, para bien o para mal, está asesinando a la aristocracia pop. El problema para una vieja superestrella como ella no es que la fama cueste, sino que, por matizar a Warhol, dura menos de cinco minutos en la pantalla.