Londres
Francesca Thyssen y el sexo de El Bulli
El «diálogo» que Adrià mantiene con el mundo del arte encuentra en el camino algunas amistades peligrosas.
El mundo de Ferran Adrià, el mejor cocinero del mundo, conduce a veces a caminos salvajes, por decirlo a la manera de la canción de Lou Reed. Desde que en 2007 fuera elegido para participar en la Documenta de Kassell –el más influyente certamen de arte– ha rondado por esas lindes fantasmales poblado por miles de artistas, curatos, críticos, directores de museos... Pero una cosa es pintar y otra cocinar. Adrià lo tiene claro.En este mundillo hay de todo y mucho rico diletante dispuesto a aportar su grano de arena en el debate entre arte y cocinar en el que Adrià se ha metido. En esta ceremonia se trata de convertir a un cocinero en un artista contemporaneo más. Francesca Thyssen propone, por ejemplo, que ir a comer a El Bulli sea una experiencia sexual, no comparable, sino idéntica. O por lo menos así lo explicó la noche del lunes en Londres, muy convencida aunque divertidísima. Cocina compleja y sabrosaFrancesca, hija del barón Thyssen y heredera, por lo tanto, de la parte que le toque de este imperio, ha propuesto recientemente llevar al Museo Thyssen –es miembro de su Patronato– el arte contemporáneo, idea que cortó de raíz Carmen Thyssen, con papel en esta comedia de madrastra mala. Entre el público donde Francesca encontró el sexo de El Bulli había nombres tan destacados como el de Heston Blumenthal (chef del restaurante The Fat Duck, que tuvo que cerrar por varios casos de intoxicación) o el presidente de la Tate, Nicholas Serota. Ferran Adrià presentó su libro «Comida para pensar, pensar sobre el comer» (editado por Actar), libro que narra su manera de entender la cocina, tecnológica, compleja y aun así sabrosa y merecedora de ser considerado El Bulli el mejor restaurante del mundo. Junto a él, en The Double Club, estuvo Richard Hamilton, ya pasados los 90 y uno de los inventores del Pop Art, y que sólo colabora y sale a la calle para acudir a actos que tengan que ver con Adrià, y Vicente Todolí, director de la Tate Modern de Londres y uno de los animadores del libro. Hamilton recordó que en los primeros años 70 había visitado Cala Montjoi y El Bulli, cuando todavía era un chiringuito marinero. Todolí admitió que conocer la cocina de Adrià supuso un antes y un después. Lo cierto es que, viendo a Adrià en estas lides, uno piensa qué hace este hombre de genial sencillez en este circo del arte. «Este diálogo será maravilloso si no hacemos el tonto, si los cocineros no queremos ser pintores y los escultores, cocineros», explicó Adrià. En privado, suele confesar que Todolí le retiraría la palabra de por vida si en algún momento se le ocurriera trabajar con un artista. Sin embargo, defendió la creatividad como el motor de su manera de entender la cocina. Alguien le preguntó, entonces, qué sería de sus platos cuando él no existiese. «Es la pregunta más extraña que me han hecho en mi vida», dijo, pero se quedó pensativo. Luego añadió: «El Bulli no es hacer recetas, sino tener experiencias. Lo difícil de mi cocina es producirla y, si no sabes hacerlo, no funcionará nunca». Es decir, su cocina es irrepetible. Pero la sorpresa estuvo cuando Francesca Thyssen tomó el micrófono y dio unos pasos hacia el centro de la sala y reflexionó en voz alta sobre el sexo y la cocina de Adrià. Dos experiencias idénticas: «Tanto en el sexo como en El Bulli se emplean los cinco sentidos». Adrià abrió los ojos como platos y respondió que podía ser y que para saberlo sólo habría que intentarlo para poder comparar. Francesca no se quedó conforme con la explicación. Ella había sido vehemente con su exposición: meterse determinados alimentos cocinados por Adrià en la boca era en sí una experiencia sexual, así que pidió volver a tomar la palabra, algo que el moderador no concedió, temeroso, quizá, del desenlace final.
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