Caso Bretón
Fritzl llora por las palizas de su madre
BERLÍN- Entre grandes medidas de seguridad y una expectación mediática inusitada en un país como Austria, comenzó ayer el juicio a Josef Fritzl. Su abominable historia dio la vuelta al mundo hace ahora once meses: el electricista jubilado, de 73 años, mantuvo encerrada en un sótano durante un cuarto de siglo a su hija Elisabeth, quien, a consecuencia de los repetidos abusos paternos, alumbró siete niños en condiciones infrahumanas. Ante el tribunal, Fritzl rechazó el homicidio de un bebé que falleció a los pocos días de nacer -la acusación más grave que plantea la fiscalía- y negó parcialmente el cargo de esclavitud y violación, pero reconoció los de privación de libertad, coacción e incesto de Elisabeth. «Se mostró sereno» A las 9:30, una nube de agentes precedió a una figura provecta que trataba de ocultar su rostro, de forma algo ridícula, tras una carpeta archivadora de color azul. Vestía pantalón, camisa y corbata oscuras, y una chaqueta de cuadros gris de cuyo bolsillo exterior asomaba un bolígrafo. «Se mostró sereno todo el rato», revelaría después un responsable policial. Sin embargo, según otros testimonios, Fritzl lloró cuando aludió a su propia condición de niño maltratado y sin amigos. «Mi madre nunca me quiso. No quería tener hijos y actuó en consecuencia», declaró con un tembloroso hilo de voz apenas perceptible. Pero conforme su madre envejecía, el joven Josef se transformaría en un ser vengativo y cruel hasta los últimos años de vida de su madre, a la que encerró en el piso superior de su casa tras tapiar las ventanas para que no pudiera ver el sol. Un peritaje psiquiátrico resaltó que esa «durísima infancia» provocó en Fritzl una falta de empatía hacia el sufrimiento. El jurado popular, compuesto por cuatro hombres y cuatro mujeres, escuchó después la contundente intervención de la fiscal, Christiane Burkheiser. «Violaciones, oscuridad, moho¿ Nadie puede hacerse una idea de lo que ocurrió ahí abajo», argumentó Burkheiser. Al comienzo de su cautiverio, Elisabeth no dispuso de agua caliente, ni ducha o calefacción, y durante 24 años careció de luz natural o aire fresco. En el receptáculo sólo se podía respirar el oxígeno que traspiraban unos muros muy permeables. «La humedad cala hasta los huesos. El ambiente ahí está corrompido», expusó la fiscal, antes de solicitar al jurado que oliese una cajita con objetos procedentes de la mazmorra, para que se hicieran una idea de su pestilencia. «Él bajaba, la violaba y se volvía a marchar», apostilló. Además, la fiscal ubicó un puntero láser a 174 centímetros del suelo, la máxima altura del techo en el sótano. La primera sesión del juicio concluyó con el visionado de una parte del testimonio de Elisabeth, grabado en DVD. La víctima se negó a testificar ante su padre, y pasa estos días en un clínica de Amstetten con sus seis hijos protegida del torbellino informativo. El jurado emitirá su veredicto el jueves o viernes, algo que ha sorprendido por la velocidad con la que las autoridades judiciales austríacas parecen querer cerrar el caso. «Este es un juicio contra una persona concreta, no contra un país», alertó la juez.
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