Athletic de Bilbao
Garra y calidad la fórmula del triunfo
El Athletic expuso frente al Madrid su mejor repertorio. Entrega total, garra, fuerza, vigor, no podía ser de otra manera, lo entrena Joaquín Caparrós, y cayó derrotado. Le superó el Madrid, líder acreditado, por la fiabilidad de Casillas, su seguro servidor, y la pericia de Van Nistelrooy, un tipo frío y calculador que saca ventaja de un metro de espacio, el que le dio la zaga rojiblanca para chutar. De ahí el 0-1. Incontestable.
Como la sombra del Lazio es tan alargada como el tropezón de Bremen, Bernd Schuster, para no poner en peligro la clasificación de la Liga de Campeones, sucumbió al encanto de las rotaciones y dejó a Guti y a Marcelo en el banquillo. Confiaba de nuevo en Baptista, más que en Gago, y en Sneijder y Torres para mantener el liderazgo con cierta holgura. Y empezó el encuentro, tempestuoso. Relámpagos y latigazos en ambas porterías. Casillas respondía a Iraola, que pretendía colarle el balón entre las piernas después de un regalo navideño de Cannavaro, contagiado del espíritu lúdico de las calles y centros comerciales de medio mundo, que adelantan la Nochebuena un mes a la voz de «capitalisti», sin problemas. Pero Casillas los tuvo para desviar, primero, el disparo de Iraola, y después, el cabezazo de Llorente, que era medio gol. No es que la defensa abandonara al portero, ni siquiera por el yerro del central napolitano, es que el Athletic achuchaba, sin disimulo. Pero esa presión suya, tan arriba y persistente, proporcionaba al Madrid, también ambicioso y aguerrido, espacios para torcer los voluntariosos renglones bilbaínos. Aranzubia justificó el sueldo con sendas intervenciones ante Raúl, que recortó con la izquierda y chutó al lado contrario con la derecha, y de Robinho, precipitado.
El empeño de Athletic y Madrid por adquirir ventaja en el marcador se quedó sólo en el intento. Lo entretenido del partido, porque lo era, no ocultaba las carencias. Las del anfitrión, levantado ladrillo a ladrillo con gente de la cantera que no siempre luce; pero Caparrós ha ensamblado tan bien este equipo que hay defectos cualitativos que pasan inadvertidos. Las lagunas del visitante, huésped que antaño tenía a la afición de «La Catedral» repartida, obedecían a un mal endémico que le acompaña durante casi toda la temporada: la regular fragilidad. La insuficiencia obedece a la incapacidad de Diarra para dar un centro a más de cuatro metros, y a que ni Sneijder, ahora que ha recuperado la titularidad, deslumbra como al principio, y a que Baptista, pese a sus cualidades técnicas, no es un «cerebro». ¿Faltaba Guti? Quizá; o uno como él, pues Raúl no siempre acierta con el pase definitivo.
Hubo en la primera mitad un gol, invalidado porque Pepe, el rematador, y Ramos estaban en fuera de juego. Así que comenzó la segunda con el inicial 0-0 que, o mucho cambiaban las cosas, o sería el definitivo. Para volcarlo, el Real Madrid tomó la iniciativa. «Podremos hundirnos; pero nos llevaremos el mundo con nosotros» (Adolf Hitler, en «El hundimiento»); o lo que es lo mismo, el empate es un mal resultado, sólo un punto, así que habrá que practicar la política de tierra quemada, a cualquier precio, aunque el Lazio, la semana entrante, parta con alguna ventaja.
Pero el Madrid es algo más que el arreón, que esa entrega de principio a fin que impulsó Fabio Capello, nada más –aunque para muchos sea bastante–, el Madrid es calidad individual, como la del holandés Van Nistelrooy, que puede fraguar el gol después de pasarse 40 minutos sin tocar un balón, sin dar señales de vida sobre el césped. Así lo hizo, cogió la pelota a un par de metros de la frontal del área, soltó el zurriagazo de turno y Aranzubia sólo pudo recoger la pelota de la red.
Había expuesto mucho el Athletic Club, para nada. Con su denodado esfuerzo buscaba el gol, no lo encontró y acusó el desgaste físico en el último tramo del partido. Incurrieron sus hombres en más faltas; lo que antes eran combinaciones, ahora era simplemente «fútbol interruptus». Y el Real Madrid respondía con idéntica contundencia en sus acciones, sin achicarse lo más mínimo. Encogerse en San Mamés, público que aprieta, chillón, apasionado, entregado sobremanera, subjetivo como cualquier otro, es sucumbir. Creció el Real, entonces, Robinho estrelló el balón en el poste y Koikili evitó el segundo de Van Nistelrooy antes de que le relevara Guti. Mas la suerte estaba echada y sonrió a Schuster, porque tiene más equipo que Caparrós, es la realidad, incontestable.
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