Londres

La chispa en medio del polvorín

La Razón
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La deriva sangrienta que están tomando los acontecimientos en Irán, después de que una buena parte de la población se haya revelado contra un supuesto pucherazo electoral que beneficia a los actuales gobernantes, amenaza con sumir al país en el caos y lanzarlo a una espiral de represión cada vez más feroz. El monolítico régimen islamista que se instauró hace ahora justamente 30 años, tras el derrocamiento del Sha, da muestras de agotamiento e incapacidad para satisfacer las ansias de libertad y de democracia que anidan entre los jóvenes y las clases liberales. Tras el fallido intento de apertura liderado por Jatami a principios de esta década, parecen resurgir con fuerza los deseos de una mayoría que busca modernizar el país y sus instituciones. Sin embargo, en la sangrienta revuelta de los reformistas contra el presidente de Irán, el radical Mahmud Ahmadineyad, no sólo está en juego la convivencia interna del país, sino factores mucho más relevantes para el equilibrio internacional que superan con mucho los límites de una pugna ideológica. Una vez neutralizada la explosiva amenaza que para la zona representaba el Irak de Sadam Hussein, es el Irán de los islamistas furiosos el que está poniendo en jaque la estabilidad de Oriente Medio, el mercado del petróleo y el status quo del mapa nuclear mundial. El ascenso al poder, hace cuatro años, del populista Ahmadineyad ha tensado la cuerda no sólo con Estados Unidos, demonizado como su particular bestia negra, sino también con los principales países europeos. A día de hoy, el régimen iraní está detrás de los grupos terroristas Hamas y Hizbulá, en Palestina y Líbano, respectivamente. Si el actual presidente logra mantenerse en el poder, no es difícil prever una escalada de tensión en la zona. El presidente Ahmadineyad ha sabido sacar gran rédito electoral apelando al sentimiento nacionalista mediante dos mensajes: el antisionista y el antioccidental. El primero forma parte del código genético de los radicales islámicos y no necesita elaborados discursos intelectuales para su venta. En cuanto al segundo, se ha alimentado de un supuesto agravio de EE UU y de la UE contra la soberanía nacional por interferir en los planes nucleares, a los que Teherán se considera con el mismo derecho que otros países. En este contexto, el Gobierno de los radicales ha recurrido a establecer alianzas estratégicas con potencias como Rusia y China, y con adversarios de Washington como Venezuela o Cuba. Si a todo esto se le añade el papel fundamental que juega la producción petrolífera iraní en el mercado internacional y la posición estratégica que ocupa el país en las rutas hacia el Asia Central y el Sudeste Asiático, se concluye que el destino de su régimen teocrático tendrá notorias repercusiones en toda la escena internacional. Para el presidente Obama se trata de una de las más delicadas cuestiones a las que se enfrenta y en la que pone a prueba su credibilidad y prestigio. Desde un principio, ha dicho que apuesta por el diálogo, en la línea de las potencias europeas. Pero no bastan los buenos propósitos, sobre todo cuando los máximos líderes iraníes, desde el ayatolá Jamenei hasta el propio Ahmadineyad, se han adelantado a acusar a Washington y a Londres de azuzar las revueltas. En cuanto a España, poco puede hacer por sí misma que no sea secundar la política comunitaria, aunque tampoco debería subestimar sus propios canales, que la difusa Alianza de Civilizaciones ha drenado, para mediar entre las partes e impedir que el polvorín iraní incendie la zona.