Ferias taurinas
La edad dorada de José Tomás
- Se lidiaron toros de la ganadería de Núñez del Cuvillo, 1º y 6º, El Pilar, 2º y, 4º, Victoriano del Río, 3º y 5º, bien presentados y desiguales de juego. La plaza registró lleno de «No hay billetes».
- José Tomás, de verde y oro, pinchazo, estocada baja (silencio); estocada desprendida (oreja); media, estocada, aviso, descabello (oreja); estocada (dos orejas); estoconazo, aviso (oreja); pinchazo, media, estocada (palmas).
Tenía razón Salvador Boix, el apoderado, el amigo, el músico... A José Tomás se le ve feliz, radiante. Ha encontrado un paso más en su tauromaquia, una vuelta de tuerca para paladares exquisitos, capaz de hacer añicos hasta los propios tópicos que le acechan. Ayer se enfrentó a un día histórico. Su primera vez. Nunca antes había pisado plaza en solitario para hacerse con seis astados. Nunca antes se había encontrado tan solo en una plaza. Un vacío provocador, latente, en un ruedo inmenso ante la mirada de 18.000 espectadores dispuestos a darlo todo ante el mito de carne y hueso. Lo hizo en Barcelona, el lugar donde su idilio es más real que en ningún sitio. La Monumental cruje al verle. La pasión se desata. Nada más observarle abrirse paso en soledad afloraba a la memoria muchas tardes, algunos hitos y faenas cumbres nunca vencidas en la memoria. José Tomás y Barcelona tienen historia compartida. Vestía el torero de verde y oro, el color de la esperanza, la que enviará allá donde vayan los beneficios de la recién creada fundación que lleva su nombre y por la que toreó ayer de manera gratuita. Sonaban las palmas de la Monumental, la ovación cerrada hasta en el otro mundo. Barcelona era ayer José Tomás. No había otra ni otros caminos que buscar. Todos llevaban la entrega del toreo bueno. Se filtraba la tensión, que pasó liviana con ese primer toro de Núñez del Cuvillo, que quiso tener flojera en las manos. Tenía calidad en el viaje, pero de poco servía si cada embestida suponía una barrera infranqueable. Sirvió el toro para rodar la máquina, desengrasar, desperezarse de la montaña de proyectos que llevar a cabo. Y así fue. Salió el de El Pilar en segundo lugar, más alto de hechuras, derribó al caballo, cortó en banderillas y lo tuvo todo para que el torero se plantara la meta de sacarle partido. Tenía dificultades. Y un torerazo delante. En el mismo centro le presentó la muleta con la mano izquierda y llegó el vértigo, la emoción ante las inciertas embestidas del toro y la aplastante seguridad del torero. Ni un milímetro atrás para pensárselo. Aprovechó la claridad del viaje por el derecho para taparle la cara al animal y ligarle los pases. Crujió Barcelona. Por dentro, desde las entrañas. Como el camino fácil no es el suyo retomó la zurda, se cruzó con el toro, se dejó ver, y del medio pase sacó el entero. Se acompasaron las respiraciones, torero público; un camino de ida y vuelta entre ruedo y tendido. Apostaba en cada muletazo, ganaba la partida, hablaba con dios y se inventaba el toreo. El animal tuvo la virtud de embestir presto pero no era fácil. Lástima que la estocada cayera un poquito caída. Con seguridadYa había roto la tarde. Quitó por chicuelinas al tercero de Victoriano del Río y se gustó en el desplante, muy seguro de sí mismo. Prologó por estatuarios en el centro del ruedo y remató con un monumental muletazo por bajo y abajo pareció irse la Monumental. Le faltó fuelle al toro, aunque tuvo nobleza y José Tomás compensó esa reserva del toro con el exceso de voluntad. Emocionó su puesta en escena. Total. Absoluta. Rotunda. Tanto, que en esa búsqueda de renovarse, de sorprender, perdió la cara un instante, esos instantes eternos que te cambian la vida, y resultó cogido. Volvió rabioso, se adornó y puso a la plaza en pie. El cuarto de El Pilar embistió por dentro pero estamos tan acostumbrados a que José Tomás se pase los toros cerca del cuerpo que detalles como éste pasan desapercibidos. Lo hizo fácil y dibujó la faena de la suavidad. La cuajó poco a poco, a más, casi de forma casual. Lo mató bien, aunque el estoconazo de premio se lo dio al quinto. Tras las ajustadas gaoneras, se sentó en el estribo para comenzar la faena. Y pareció que entonces, liberado de toda tensión, toreaba en el patio de su casa ante unos silencios ensordecedores. El toro de Victoriano fue bueno, aunque le costó rematar, y el torero, mejor. Cuidó las distancias, siempre dando el medio pecho, sin alardes, sin estridencias, una armonía que suena a pura melodía del mejor toreo. Y confiado el torero el animal se coló con agresividad una vez y a la siguiente no le perdonó y le hizo presa. Con la cara ensangrentada se cumplía el sino del diestro, pero esta vez salió ileso. Con honrosas palabrasEl sexto aguardaba las esperanzas del colofón de oro. Pero quedó en el ruedo el garbanzo negro. Quiso José Tomás, empujó el público, mas se frenó el Cuvillo. Se paraban los pulsos, acelerados del subidón de la tarde. Se lo dejó llegar, cerca las puntas de los pitones, rozando el oro de la taleguilla, culminaba así una encerrona de esfuerzo. Y cuando todo esto acabó, muerto está el sexto, el público encumbró a su torero a hombros y lo sacaron vitoreado con las honrosas palabras de «torero, torero».
Brindis del diestroDe los seis toros que estoqueó en la tarde de ayer José Tomás brindó dos de ellos. El tercero se lo dedicó al público como muestra de su agradecimiento. Se colgó el cartel de «No hay billetes», las entradas se agotaron en 50 minutos el día que salieron a la venta y hubo gente que pasó la noche en la puerta de la plaza para conseguir las últimas entradas que por ley se venden el mismo día del espectáculo. El sexto de la tarde, cuando ya había cortado cinco orejas, se lo brindó a su cuadrilla, los banderilleros, los picadores, a su apoderado Salvador Boix, su hermano, que va de mozo de espadas, su ayuda y sus veedores. En definitiva, a todo el equipo que le acompaña.
✕
Accede a tu cuenta para comentar