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La Navidad y la Esperanza

La Razón
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Me han impactado algunas lecturas que la liturgia propone en este tiempo. A los miembros del antiguo pueblo de Israel el profeta Jeremías les anunciaba que otra nación iba a destruir el reino en el que habían puesto su confianza. «Y cuando digan: ¿¿Por qué el Señor nuestro Dios nos hace todo esto?¿, tú les responderás: ¿Así como vosotros habéis abandonado al Señor y habéis servido a dioses extranjeros en vuestro país, así serviréis a extranjeros en un país que no es vuestro» (Jer 5,19). Es como si nos lo dijera a nosotros.
Hoy vemos señales que nos preocupan a todos, da la sensación de que lo que ha sostenido nuestra historia no pudiera resistir el paso del tiempo: un día es la economía, las finanzas y el trabajo, otro día la política y la justicia, otro día la familia, el comienzo de la vida y su fin natural. También nosotros hemos sido tan presuntuosos que hemos arrancado, después de haberla cortado, la raíz que sostenía el edificio de nuestra civilización. En los últimos siglos, de hecho, nuestra cultura ha creído que podía construir el futuro abandonando a Dios.
Y frente a esto, ¿qué hace el Señor? Lo indica el profeta Zacarías: «He aquí, yo mandaré a mi siervo el Renuevo» (Zc 3,8). Hay un inconveniente: nosotros, cuando vemos aparecer este renuevo -como los que estaban delante de aquel niño en Nazaret-, podemos decir escandalizados: «¿De una realidad tan pequeña como la fe en Jesús puede venir la salvación?» Nos parece imposible que toda nuestra esperanza dependa de nuestra adhesión a este signo tan frágil.
Sin embargo, algunos hombres como San Benito o San Francisco así lo hicieron: comenzaron a vivir perteneciendo a aquel renuevo que se había transmitido en el tiempo y en el espacio, la Iglesia. Y se convirtieron en protagonistas del pueblo y de la historia. San Benito no afrontó de un modo exasperado el fin del imperio. No se quejó porque el mundo no fuera cristiano ni se lamentó porque todo se derrumbara. No se dedicó a acusar la inmoralidad de sus contemporáneos. Lo que hizo fue testimoniar a la gente de su tiempo una plenitud de vida, una satisfacción que atrajo a muchos. «Él se ha mostrado. Él personalmente», ha dicho Benedicto XVI hablando del Dios-con-nosotros. Es la esperanza que anuncia la Navidad, por la que gritamos: «¡Ven, Señor Jesús!».

Extracto de un artículo publicado en italiano en «La Repubblica».