Crítica de libros
La nueva «lolita» de Mónaco
Qué viejos tiempos, aquellos en que Montecarlo no era más que un escenario decadente con cuatro hoteles y un Casino donde los exiliados y la generación maldita de entreguerras gastaba sus últimos amoríos y lujos a crédito arruinándose con elegancia, organizándose un suicidio «comme il faut» entre nobles rusos sin posibles con cara de Eric Von Stroheim y jugadores dispuestos a romper la banca como el Carlo Monte de Jardiel Poncela.
Tuvo el Príncipe Rainiero que vestirlo de película casándose con Grace Kelly para convertirlo en foco de «glamour» que hipnotizara a la Prensa rosa, recuperarlo como puerto libre de impuestos y cobijo de piratas y millonarios sin preguntas, circuito de Fórmula 1 y paraíso de lujos y placeres prohibidos para admiración y envidia de una caterva de mortales, de los que no tienen ni un machacante de sobra para engañar a Hacienda.
Todo un teatro de la fascinación perfectamente instalado en unos pocos cientos de metros cuadrados con vistas al mar. Pero lo que más me llama la atención en este Principado, que antes no contaba con más recursos que la ruleta de la fortuna, es la rica consolidación de un recurso natural como impagable fuente de ingresos: sus princesitas. A la maravillosa Grace debemos la creación de una dinastía, o un género, que se renueva en sí mismo más allá de obligaciones sucesorias para reinar en la resplandeciente imaginería pública. Son las que yo me atrevería a llamar las «Monaquettes».
Alocada juventud
Nínfulas de sangre exquisita que podrían florecer en el jardín mediterráneo de Nabokov. Se caracterizan por su belleza floral y extraordinaria con atracción hacia la zarza asilvestrada. La divina adolescencia y juventud alocada de Carolina abrió sendero a la ventolera de Estefanía y el gusto de la piel de oro para bañarse en la savia de las malas hierbas. Las «monaquettes» brillan por la buena crianza y su gusto por la conducta impropia. A la vez que su sueño inmortal de princesas púberes se reproduce e inmortaliza derritiendo los objetivos de las cámaras. De esta forma, mientras Carlota se nos hace vieja veintañera con la inocencia perdida, su prima Pauline toma el relevo con amplia experiencia en el circo. Flores de asombro en el hechizante juego del azar; sólo queda saber quién será la que las suceda.
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