Banco Santander
La peste
El virus de Wall Street se incubó durante meses sin que los médicos quisieran, o pudieran, detectarlo. Al no ser tratado, el mal se extendió por doquier e infectó a bancos de todo el mundo, que se creían inmunes, y contaminó a todo tipo de empresas. Ahora, el virus es una epidemia en toda regla: es la peste. Para evitar el colapso, los gobiernos han realizado una operación quirúrgica a vida o muerte, han embutido de medicamentos al enfermo y, sin embargo, éste no mejora. Se diría que está estable dentro de la gravedad manteniendo las constantes vitales. El postoperatorio se augura lento. Con este panorama, la polémica está servida. ¿Debe el gobierno hacer públicos los nombres de las entidades que reciban el dinero público? ¿Debe indicar qué medicamentos receta? La peste, históricamente ha sido así, provoca terror y la razón es superada por la emoción. El corazón impone su criterio al cerebro. Hoy por hoy, el miedo se ha convertido en el más solvente barómetro económico. La histeria es el motor de las bolsas que oscilan violentamente como un Dragon Khan imparable que provoca espasmos y convulsiones en todos los ámbitos de la sociedad haciendo enfermar también a la economía real. Si bien es cierto que es obligación de los gobiernos dotar de transparencia a sus actos -y más si el dinero es de todos-, no lo es menos que publicar la lista de bancos beneficiados por la medicación gubernamental para fortalecer su músculo financiero, podría tener un efecto pernicioso. Favorecería el miedo, el pánico y, como consecuencia inmediata, la inestabilidad de los mercados. La peste se extendería aún más y sería más sangrante. La hemorragia consiguiente aumentaría, sin duda, la gravedad del enfermo. Nuestro refranero lo dice muy claro «en época de mudanzas, pocos cambios». Ahora toca prudencia. La transparencia podría aumentar la sensación de pánico y no sólo no pondría coto a la epidemia, sino que aumentaría su expansión. El equipo médico debe controlar, eso sí, de forma exhaustiva, el proceso del enfermo y configurar un historial minucioso. Cuando la peste se supere, ya se explicará con todo lujo de detalles el diagnóstico y la evaluación del tratamiento. Entonces será el momento de la transparencia.
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