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La pitillera y el mechero

La Razón
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l leer estos días en los periódicos la pequeña anécdota del candidato «tory» a la Alcaldía de Londres, que hace años robó una pitillera en la casa en ruinas de Tarek Aziz, el fallecido viceprimer ministro de Sadam Hussein, se me viene a la cabeza otra muy curiosa que me ocurrió hace ya bastantes años, tantos como diecisiete, cuando una noche cenaba en Barcelona con el doctor José María Cañadell, en el desaparecido y añorado restaurante Finisterre. El insigne médico tenía clientela internacional, y uno de sus pacientes era Shapour Bakhtiar, primer ministro del Sha de Persia, que acabó en el exilio en París.

Cañadell había sido fumador, pero una afección pulmonar le obligó a dejar el vicio. Sin embargo siempre llevaba en el bolsillo un mechero de oro, con sus iniciales grabadas, regalo de Shapour Bakhtiar. Al sacar yo un pitillo, él sacó su encendedor y me dijo: «Toma, yo ya no fumo, y tú tampoco deberías, pero mientras te convences, quédatelo por lo anecdótico de su procedencia». Aquella noche, al regresar al hotel, puse la televisión para ver si daban noticias. Era el siete de agosto de 1991, y el primer titular del telediario era que Shapour Bakhtiar había sido asesinado aquella tarde en su domicilio parisino por tres hombres, se supone que miembros de Hezbollah. Me quedé de piedra, ¡qué coincidencia! Inmediatamente llamé a Cañadell, que también se quedó pegado.

Nada tiene que ver la pitillera robada con el mechero regalado, pero no sé por qué, quizá porque todos tenemos un algo entre fetichistas y mitómanos, que me lo ha recordado. Robar está feo, aunque fuera en una casa en ruinas, pero tan sólo era una pitillera de cuero y no es noticia para ocupar media página. Por cierto, mi mechero no lo he vuelto a usar, por miedo a perderlo.