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Las mafias del arte

En «El saqueo cultural de América Latina», Fernando Báez vincula a los nuevos señores de la droga con el mercado ilegal de bienes culturales

Las mafias del arte
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A nadie le sorprenden los robos de los yacimientos arqueológicos, la profanación de tumbas y el saqueo del pasado por la promesa de un dinero inmediato y fácil, al amparo que dispone la noche y la desprotección de los sitios. «En América Latina, el tráfico de drogas y el tráfico de bienes culturales tienden a relacionarse cada vez más». La afirmación aparece en la página 198 de su libro «El saqueo cultural de América Latina» (Debate) y levanta cierta inquietud. ¿El aumento de las mafias en Iberoamérica ha disparado los robos y saqueos ilegales? «La existencia de un mercado creciente para las actividades ilícitas en Europa y Rusia ha traído como consecuencia una mayor actividad de los cárteles del tráfico de bienes culturales. La cifra de robos de piezas de museos, iglesias coloniales y asentamientos arqueológicos indica que hay una demanda enorme, y para 2009 esta red aumentó en un 15 por ciento con relación al año anterior. En países como México, Brasil, Guatemala, Perú y Argentina, por cada grupo descubierto y procesado se activan dos nuevas estructuras con mejores estrategias porque saben que las condenas son pequeñas y las ganancias en cambio son de fábula». Lo explica Fernando Báez, exdirector de la Biblioteca Nacional de Venezuela y autor de este ensayo. Aunque algunos desconfían de la vinculación de los nuevos señores de la droga en el mercado ilegal de obras de arte, él no lo duda cuando se le pregunta hasta qué punto están relacionados los cárteles de las mafias con el arte: «De distintas maneras. Hoy en día el arte robado es una moneda en alza en el mundo de las drogas, sobre todo puede verse con los peligrosos cárteles mexicanos y peruanos. Las mafias de las drogan protegen y alquilan rutas al contrabando de bienes culturales como pasa de El Callao a Guayaquil o la que sale de Lima, pasa por Aguas y llega a Huaquillas hasta Colombia, donde cualquier pieza es almacenada y enfriada y aumenta su valor clandestino». Redondea su contestación con una anécdota: «Hay también algunos traficantes de drogas que son coleccionistas conocidos de obras exóticas procedentes del siglo XVIII y XIX. Cuando se hizo el inventario de Pablo Escobar tras su muerte en Colombia se consiguieron obras que se pensaba que estaban en Europa». Reto para los EstadosFernando Báez encuentra un motivo de este repentino interés en la crisis: «En medio de la crisis se ha impuesto un pragmatismo devastador muy complejo, muy avanzado. Un reto para los Estados y para las naciones involucradas. Es un círculo vicioso: se trata de una red criminal que intercambia información, sigue rutas específicas para colocar mercancía en su destino, y que utiliza Internet, aprovecha valijas diplomáticas, que ha corrompido los controles de aduana y supone un golpe mortal a la memoria e identidad de los pueblos. La estructura comprende mayoristas, minoristas, distribuidores y saqueadores». El autor, incluso, detalla el destino de algunas de esas piezas: «En 2007, la Comisión Pontificia para los Bienes Culturales de la Iglesia descubrió que el arte colonial robado de las catedrales e iglesias de los pueblos más humildes terminaba depositado en las bóvedas de instituciones bancarias internacionales y esto tiende a empeorar». La cuestión es qué cantidad de dinero está moviendo en la actualidad este tráfico, definido, por Báez, en su libro como «el tercer delito más rentable de América Latina»: «Para 2009 la cifra general es de 10.000 millones de dólares en tráfico ilícito de bienes culturales. América Latina representa el 20 por ciento de esos robos. En Perú existen pueblos enteros dedicados al huaqueo o saqueo en los sitios arqueológicos con tradición familiar, porque desde el abuelo hasta el nieto todos se dedican a dicha actividad ilegal para conseguir unos dólares con los intermediarios. Justo aprovechando el momento de inestabilidad política que se vive en Honduras, decenas de traficantes han acudido en masa y están provocando robos directos e indirectos en Tegucigalpa, Comayagua y Copán, por mencionar sólo tres lugares». De hecho, según aporta Fernando Báez, únicamente el tráfico de armas y drogas, que maneja unas cantidades entre 700 y 800 mil millones de dólares al año en todo el planeta, quedan por delante del comercio ilícito de objetos culturales: «Produce unos beneficios constantes, dado que tiene una tasa del 15 por ciento de revalorización. Apenas un 3 por ciento es el promedio de recuperación de bienes culturales en América Latina. Eso quiere decir que el 97 por ciento del tráfico consigue llegar a su destino». Corporaciones del roboLos mayores beneficiarios de estos objetos son Estados Unidos y Europa. «En Colombia se han instalado corporaciones del robo de museos», comenta Báez. Algunos asentamientos arqueológicos han denunciado robos, incluso en ocasiones intimidaciones. «No tienen escrúpulos, conocen bien el medio de distribución de los patrimonios hasta el punto de convertirse algunos en referencia ineludible por sus contactos, vida exquisita y cinismo. En cuanto a las amenazas contra pobladores, autoridades civiles y arqueológicas, cuando no aceptan sobornos puede ser muy violentas, con daños físicos o incluso el asesinato».

A través de Turquía e IsraelHéctor Feliciano, autor de «El museo desaparecido» (Destino), sobre el robo de obras de arte durante el nazismo, resta influencia de estas mafias de robos de arte si se compara con las del narcotráfico: «Son mucho más pequeñas, de carácter local. Ese tráfico de obras de arte está vinculado a gentes pobres que van a los pueblos a por piezas y luego las llevan a las ciudades, donde puede haber mediadores». Reconoce que muchas obras «cruzan la frontera» y llegan al mercado de «Estados Unidos y Europa», pero, insiste, aunque usen canales parecidos a los de los narcotraficantes, no alcanzan ni su organización ni su tamaño. «No están tan articuladas como las que se dedican a pasar drogra, que tienen apoyo local, apoyo de la policía. Con lo que sí existe tráfico es con las piezas de Oriente Medio. Las antigüedades pasan a través de Turquía y, sobre todo, de Israel, y llegan a Europa. Lavan la procedencia, de la misma manera que se blanquea el dinero. Y una vez introducidas en el mercado, ya es muy difícil establecer la procedencia. Por ejemplo, unas estatuillas de la fecundidad podrían proceder de Irán, Irak o Siria. Es muy fácil confundir la procedencia. Esto es una diferencia respecto a las piezas coloniales sustraídas en Iberoamérica. Un cuadro de Perú se sabe que es de ese país». Aunque minimiza la vinculación del narcotráfico con el arte, sin embargo, dice que el acuerdo para esclarecer la procedencia de los bienes culturales, planteado por la Unesco y rubricado por Europa, pero rechazado por EEUU, beneficia a este último: «Ayuda a que las piezas robadas lleguen a este país y no a Europa, ya que aquí puedes alegar que desconocías el origen».