Balón de Oro
Las mandarinas
Soy antiguo, y me gusta que los futbolistas salten al campo con botas negras. Botas de siempre, botas de machos. Ahora, sólo llevan negros los tatuajes. Cuando se permitió contratar a dos jugadores extranjeros, el Barcelona fichó a Cruyff y Sotil y el Real Madrid, a Netzer y Pinino Mas. El argentino Mas era un buen jugador con un impresionante disparo, y de volea, espectacular. Pero llevaba unas botas azul celeste que rompían la estética. Ahora, lo que sorprende es ver a un futbolista con botas negras, que son las del fútbol. Alfonso calzó las horribles de color blanco, y el dinero de las marcas y la voracidad económica de los pobrecitos jugadores, abrió la puerta a las doradas, a las plateadas, a las granates, a las moradas y al mismo arcoiris. Pero nunca había visto unas botas tan espeluznantes como las de Robinho, de color mandarina. Me quito el chambergo ante tan horripilante boterío. Y hablo de botas porque no puedo hablar de fútbol. El Real Madrid, muy mal en el campo del pobre Levante, último de la tabla. Y de juzgado de guardia, el nuevamente patético Raúl –un mes sin pegar bola, ya no le debe funcionar la cama con oxígeno de alturas–, Torres y Gago. Gago es muy malo. Imita a Redondo, pero es cuadrado. Bueno, pues eso, que Luis Aragonés tiene toda la razón. El único Raúl para la selección, Raúl Tamudo. Cante o no cante el Himno. Y a Robinho, que se cambie de botas, aunque sea de los mejores.
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