Galicia

«Lehendapachi» López

La Razón
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Que el «Lehendakari» se convierta en «Lehendapachi» depende de los socialistas. Lo pudo ser Benegas, el «Lehendachiqui», pero cedió los trastos al PNV y gobernó Garaicoechea, el «Lehendafuá». Le decían el «Lehendafuá» por estar casado con una Mina, del «fuagrás» Mina, con el que tantos bocadillos se hicieron en la década de los sesenta del pasado siglo. El problema del «Lehendafuá», y ahí empezaron las tortas entre los nacionalistas, es que se escondió el 23 de febrero de 1981, cuando un Arzallus furioso, recorría «La Casa de Sabino», o «Sabin-Echea» emitiendo frases irreproducibles dedicadas al navarro ausente. Después el «Lehendakari» fue Ardanza, el más educado y sensato de todos ellos, poco resistente a las presiones del cura, pero dialogante y civilizado. Hasta que llegó Ibarreche, el «Lehendallodio», paleto de un valle, pero tozudo y obsesivo como el que más. Arzallus le impuso una vigilancia férrea en la persona de Idoia Zenarruzabeitia, de tan difícil pronunciación como encaje en la política, pero de gran utilidad para que el antiguo jesuita supiera de primera mano qué salsas se cocinaban en la victoriana Casa de los Ajuria o «Ajuria-Enea». Entre Arzallus, Ibarreche, Eguibar y Urkullu, terminaron con la paciencia de Josu Jon Imaz, un nacionalista moderado, que también los hay, y éste abandonó la presidencia del PNV por hastío y seguridad. Durante el mandato del «Lehendallodio», el extremismo nacionalista alcanzó cumbres insólitas, y se estableció definitivamente la diferencia entre los vascos. Vascos nacionalistas o independentistas, los buenos. Vascos constitucionalistas o españolistas, los malos. Entre los buenos, los «chicos violentos», y entre los malos, «las impertinentes víctimas» de los amables gamberrillos. Los compañeros de Ibarreche en el Tripartito, a freír gárgaras. El de Justicia, Azcárraga, de Eusko Alkartasuna, y el de no se sabe qué, el comunista Madrazo, que siguiendo la estela de su ídolo Llamazares, ha conseguido que no lo voten ni los comunistas. Y ahí está la suma. Los nacionalistas, treinta y seis escaños. Los constitucionalistas, treinta y nueve. Urkullu no protestó cuando el PSG y BNG se unieron para arrebatar el poder al PP en Galicia, que había ganado las elecciones con mucha más holgura que el PNV en las vascas. Esas son las reglas, y mientras los partidos no se pongan de acuerdo para cambiarlas, la democracia pasa por los pactos, las sumas y las restas. Y si no se tuercen las cosas, que se pueden torcer, el próximo Presidente del Gobierno vasco será el «Lehendapachi» López. Es un López de muchas generaciones atrás en aquellos territorios, y habla el vascuence, y se comporta en ocasiones como el bilbaíno tópico. Si los nacionalistas consideran que ser gobernados por un López supone una humillación, que intercalen una «t» entre la «e» y la «z», y le digan «Lopetz», que tonterías así han hecho a manos llenas y sin inmutarse. Pero que vayan preparándose a pasar a la Oposición, que es lugar menos agradable pero muy conveniente. Si todo se desarrolla como demanda la mayoría de los españoles –vascos incluidos, claro, que acaban de votar–, el «Lehendapachi» López les va a irritar durante cuatro años las cocochas. A ellos, no a las merluzas.