Severo Sarduy
Lo que nos encontramos en el camino
En los años 70, en Santiago de Compostela, todas las noches escuchaba Radio París y un programa que hacían José-Miguel Ullán y Severo Sarduy. Era un programa de comentario de libros y de conversaciones literarias. José-Miguel y Severo, con los que luego tuve una larga relación, eran en esas noches un libro abierto. Años después José Ángel Valente me presentó a Ullán, y desde entonces empezó una relación que se confirmó en 1985 cuando me llamó para trabajar en «Diario 16». Yo estaba en la universidad y colaboraba con el Círculo de Bellas Artes, pero me fui con él y aprendí la labor cultural del periodismo. Era una persona meticulosa, que elegía para las páginas de suplemento «Culturas» la tipografía, las imágenes, los pies de fotos... Fue una escuela que me enseñó la viveza de la cultura española. Lo hizo todo: periodismo y televisión, en uno de los grandes programas, «Tatuaje», donde recuperó la música y la canción popular, y la poesía que había perdido su prestigio, cuya esencia él intentó recuperar. Otra de sus características fue la conciencia brillante de Latinoamérica. Él iba más allá, porque, como yo, teníamos una cercana relación con Portugal. Su exilio en París desde 1966 le permitió estar vinculado a los grandes escritores franceses y otros españoles desterrados, lo que caló en su experiencia cultural.Ha muerto después de ver editada su poesía reunida en «Ondulaciones», algo de lo que estaba contento. Valente y Paz sentían admiración por su obra y veían en él a un autor que manejaba la lengua de manera extraordinaria. Fue un poeta en vanguardia de la creación que quería limpiar el idioma de impurezas. Siempre he dicho que uno es lo que es porque se ha encontrado gente en el camino. Para mí, José-Miguel Ullán ha sido una de esas personas, y yo he encontrado en él la generosidad, atenta a ayudarte. Era un castellano viejo que defendía su honor y sus principios, una persona digna conforme con sus ideas.
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