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Los Dalton
Hoy, domingo 30 de diciembre, se celebra en la plaza de Colón de Madrid el «Encuentro de las familias». Se calcula que más de millón y medio de personas asistirán a la reunión. La familia es la primera piel de cada persona. Hasta las familias que se llevan mal, son familia, y en último término, reaccionan como tales. También es cierto que la excesiva convivencia familiar puede resultar desalentadora y cansada. Pero eso, es precisamente, la familia. La que siempre está con los brazos abiertos esperando y la que jamás pide cuentas ni facturas por pasadas actitudes. Ese lienzo maravilloso que cuelga de una pared en el Hermitáge de San Petersburgo firmado por un tal Rembrandt. «El Hijo Pródigo», el personaje literario de Dios figurado por el gran maestro flamenco. El que se va y desatiende sus deberes, el que se arruina en su aventura, el que vuelve humillado y vencido al amparo del padre abandonado, y el que recibe, ante su sorpresa, el abrazo paterno más generoso y el perdón más inmediato ante el estupor y la sorpresa del hermano cumplidor que nunca se ha ido de casa y ha cumplido escrupulosamente con sus deberes de hijo. Ahí está el misterio de lo que significa la familia, eso que altera y une, eso que discute y ama. Núcleo fundamental y primario de la sociedad.
Sin familia no hay clavo al que agarrarse ni brazos o palabras para sentirse protegido. Se habla de familias ejemplares, santísimas, edulcoradas, hasta ñoñas. La familia, como tal, siempre es compacta sea cual sea su interpretación y creencia en la vida. Ahí están los Hermanos Dalton de Goscinny, dibujados por Morris. Familia desventurada como ninguna, delincuente como ninguna, atrabiliaria como ninguna, desnortada como ninguna, familia siempre. La buenísima madre atracadora y los cuatro hijos maravillosamente establecidos en el espacio de los forajidos. Todos defendiendo al tonto de Averrell, que hay que tener sentido profundo de lo que es la familia para no pegarle –según la costumbre del lugar y la época– dos tiros en las orejas. Pero los tres hermanos Dalton restantes respetan al idiota de Averrell porque es su hermano y el preferido de Mamá Dalton, la autoridad, la que manda.
Intuyo, y me sorprende, la animadversión hacia el concepto de familia que manifiesta nuestro actual Gobierno. Y escribo que me sorprende porque si en algo es ejemplar Zapatero, es precisamente en la constante defensa de la unidad e intimidad de su familia. Quien cree ciegamente en la familia, legisla en contra de la familia, lo cual resulta sorprendente. Él o los suyos, o él y los suyos apoyados por esos partidos nacionalistas tan raros en los que se sostiene su poder.
El gran Miguel Mihura, ignoro las circunstancias que le llevaron a ello, no era un amante del calor familiar. Reincido en la narración de su cortísimo cuento. El estudiante de provincias que llega a Madrid y busca una pensión. La encuentra, al fin, y llama a su puerta. La dueña de la pensión, amabilísima, lo acepta: –Pasa hijo, que aquí estarás como en tu casa, en familia–; –entonces, me voy–.
Lo respeto. Pero yo me quedo. Sin nuestra familia, no seríamos nada. A ver si se enteran algunos.
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