Nueva York
Manuel Borja-Villel: «Cuando me fui a Madrid recibí un sms: Figo traidor»
Lo ficharon para el Museo Reina Sofía como última solución para sacar al museo de la crisis. Parece, en apenas un año y medio, que ha surtido efecto: levanta cabeza y vuelve a ocupar un lugar en el voluble planeta del arte. Es uno de los directores de museos más influyentes y respetados internacionalmente. Está de vueltas del «glamour» que rodea al arte, pero las mata callando. -Si fuera más arrogante, creo que tendría más problemas. -Alguien me ha tildado de una cierta arrogancia porque critico a los museos, pero yo tampoco me libro de ella. -Coloquialmente se suele decir que las mata callando. -Siempre he sido muy testarudo. Escucho a la gente y trabajo en equipo, incluso oigo a los medios de comunicación, pero una vez tomo una decisión...-Parecía imposible, pero ha conseguido que suba el número de visitantes del Reina Sofía.-Estaba convencido de que la estrategia de acercarnos, no a una gran mayoría, sino a multiples minorías, tendría resultados. Siempre he creído que en la sociedad actual menospreciamos al saber y a la gente.-Es que las élites son así, siempre lo saben todo.-En este populismo de hoy en día hay un elitismo aristrocrático oculto. Siempre pensamos que la gente, esa masa informe, no sabe y necesita ser educada, y esto presupone que hay un grupito que sí que sabe. -Pues llegó al museo con la fama de ser un director radical, elitista y poco dado al espectáculo. -Ya ve, pero la gente sabe de sus cosas y en el fondo todos somos ignorantes de muchas otras. Una de las apuestas ha sido la nueva colección, que no hace precisamente concesiones, y la gran subida de público se produce cuando empezamos a mostrarla, por lo que se demuestra que las críticas que se han hecho de que era una colección difícil no son ciertas, al contrario: haciendo cosas más serias hemos dejado de ser minoritarios. No olvidemos que el Prado tiene 1,5 millón de visitantes y nosotros 1,3.-Y eso a pesar del descrédito que vive el arte contemporáneo. -Exactamente es así, pero el descrédito ha sido también para los propios profesionales. La sociedad vive una crisis profunda y los museos también. ¿En qué se basaba la economía de este país? También en el ladrillo. ¿En qué se han basado la política artística de las pasadas décadas? En el ladrillo, en los museos que se han construido uno detrás de otro, aunque luego no hubiese dinero para mantenerlos. -Eso es nuevo. ¿Habla de un pelotazo museístico? -Los museos también han caído en el dinero fácil y en la cultura del espectáculo. Tenemos la obligación de volver a la seriedad y me inclino a pesar que nuestra subida de visitantes tiene que ver con esto. -¿Alguna vez ha pensado delante de una obra de arte: vaya porquería?-Sí, muchas veces. Más veces que no. Y se nota en cómo se hacen las exposiciones, en cómo se hacen los catálogos, que repiten textos ya sabidos.-Con la gran subasta de Damien Hirst se llegó a la cima del cinismo.-Cuando ya no hay separación entre la obra y la mercancía surge algo como Hirst. Es un claro ejemplo de cinismo y perversidad, y de clarividencia, porque el tío es muy listo. -Porque el valor de una calavera con miles de diamantes incrustados firmada por Hirst es el de los diamantes.-Y el valor añadido es la etiqueta, como la marca de una camisa. La obra de arte sólo es su precio.-No nos pongamos apocalípticos pero ¿esto puede ser el fin?-La experiencia estética es consustancial al ser humano. Se puede materializar a través de la religión como en la Edad Media o a través del mercado como en el siglo XIX y XX y se podrá manifestar de otros modos... Estos momentos que vivimos sirven para volver a pensar en lo básico y, a diferencia de la economía, en el arte la crisis nos puede llevar a abrir nuevos caminos.-Cocineros artistas, toreros artistas, futbolistas artistas, «creadores» por todos lados. Aquí hay algo que no funciona. -El comunismo soviético fracasó y triunfó el comunismo capitalista, como lo ha definido Toni Negri, en el que se creía que todo el mundo podía invertir en la bolsa y hacerse rico, y lo mismo ha ocurrido con el arte. Una de las utopías del XIX era hacer que todo el mundo fuera artista.-Sería insoportable, ¿no?-Pero, tranquilo, todo es arte porque todo se tiene que vender. Por eso se vende la cocina como arte, los nuevos «chefs» metidos a artistas. Esta banalildad es la causa del descrédito del arte. -Sin embargo, los estudios de Historia del Arte han desaparecido en la Unión Europea. ¿No es raro?-Es raro, porque debería ser lo contrario. No sé las razones que ha llevado a suprimirlos en un momento de sobresaturación de arte, quizá la ignorancia. -Usted se sacó una carta de la manga e incluyó grabados de Goya en la colección de un museo de arte contemporáneo. -La estrategia fue muy sencilla: había que hacer un gesto que enseñara a la gente que las cosas pueden ser de otra manera y la gente lo cogió enseguida. -Y ni siquiera ha recibido críticas, con lo que le gusta el debate. ¿No le frustra?-Las opiniones ha sido favorables, salvando alguna que se ha hecho en voz baja. Por algo será. -¿Qué tiene Valencia que ha dado directores como Borja-Villel y su amigo Vicente Todolí, que está en la mismísima Tate Modern?-... y Tomás Llorens y Bertomeu Marí y Nuria Enguita, que aunque madrileña fue recriada en Valencia... No sé, en todo caso, que todos estamos fuera de Valencia.-Y, además, ha dejado Barcelona. Por cierto, ¿no me diga que no la ve distinta desde la distancia?-Creo que Barcelona tiene en el siglo XX una historia increíble, desde el modernismo a las locuras de Ocaña. Cataluña en general, y salvando excepciones, tiene una obsesión tan identitaria que ha fabricado su propio imaginario. Se han empeñado tanto en tener su historia que han olvidado la historia misma. Es como esas personas que de tanto mirarse en el espejo ya no se ven. Es decir, a base de buscar su propia personalidad han olvidado que su personalidad no es cerrada sino abierta. Barcelona tiene que hacer el ejercicio de entender que la modernidad catalana no es una identidad cerrada.-¿Es cierto que cuando se vino a Madrid algún responsable político de la Generalitat le llamó traidor?-Recibí un sms que decía «Figo traidor». Pero lo más importante de todo es que me fui del Macba cuando tocaba, porque es importante saber irse de un sitio sin perpetuarse. Esto sí, se me acusó de no tener sentido institucional, ¡cuando lo más cómodo era quedarse toda la vida en el mismo museo!
Estilo urbano y buenas manerasCuando Manuel Borja-Villel llegó a finales de 2007 al Centro de Arte Reina Sofía llamó a la puerta y se presentó con con suavidad aunque rotundo: «Quiero hacer del Reina Sofía el MoMA del siglo XXI». Ni más ni menos. Ahora lo matizaría, dice: «El Reina Sofía debe ser un museo del siglo XXI». Nació en Burriana (Castellón) en 1957, estudió Historia del Arte en Valencia, viajó a Nueva York con una beca, volvió en 1990 para dirigir la Fundación Tàpies y más tarde el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba), centro al que imprimió un estilo urbano y situó como ejemplo de espacio experimental y social.
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