Noruega
MARTILLO FOQUICIDA/ Por Ramón Tamames
Todo el mundo sabe lo que son las focas, esos mamíferos carnívoros, adaptados a la vida acuática, generalmente de mar, que por algunas de sus características, entre ellas sus peculiaridades ladridos, mentalmente catalogamos como canes marinos. Y que asociamos con nuestras visitas más o menos infantiles al circo (en el caso de Madrid, el inolvidable Price de la Plaza del Rey).
Allí veíamos las inteligentes evoluciones de las focas, con sus piruetas haciendo girar grandes pelotas de goma, esmeradamente, sobre sus hocicos; siempre animadas por su domador, debidamente provisto de un balde lleno de jugosas sardinas.
En estos días, tan extraordinarios animales, perfectamente adaptados a los fríos del Ártico, desde Noruega, las Islas Spitzberg, y sin solución de continuidad hasta Alaska (sin olvidar la foca monje del Mediterráneo), han sido objeto de especial atención por parte de la Unión Europea: la Comisión va a prohibir la entrada, en el territorio aduanero de sus 27 países, de cualquier clase de producto proveniente de las focas, y fundamentalmente sus pieles, grasa y carne.
¿Por qué, tal vez, ya no veremos más abrigos de piel de foca en las peleterías?: no por un problema de peligro de extinción –que sólo lo es para algunas especies de menor interés comercial, como las ya aludidas del Mediterráneo–, sino debido a las grandes matanzas de miles y miles de baby-focas, que se producen en los territorios árticos antes mencionados.
Las pequeñas crías de apenas de unas semanas de vida, muy apreciadas por su piel, son amartilladas sin piedad. Resulta lógico que la UE no quiera hacerse cómplice de esos foquicidios.
Se ha dicho que los tales mamíferos marinos se sacrifican para mantener los equilibrios de sus poblaciones, sobre todo porque son grandes comedoras de bacalao y otros peces muy apreciados en las mesas de los humanos. Pero esos argumentos no valen para compensar el bochornoso espectáculo de los focomartilladores que ensangrientan la nieve.
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