San Francisco
Matisse más que la alegría de vivir
El martes se inaugura en el Museo Thyssen de Madrid una gran exposición que recorre la etapa menos conocida de uno de los artistas más influyentes de la historia.
Detrás de la «joie de vivre», de la alegría de vivir, que transmite la pintura de Matisse, de esa sencillez inocente y colores sofisticados, se escondía un pintor que vivía en permanente tensión, algo atormentado, con problemas de insomnio y comunicación y que meditaba obsesivamente sobre su pintura. No sólo pintaba –Picasso lo hacía incluso en mayores cantidades pero queda por ver quién fue más influyente–, sino que quería saber por qué había de hacerlo de una determinada manera y hasta dónde podía llegar con el pincel para expresarse con más pureza. Durante muchos años ocupó el lugar central del arte moderno plasmado por las grandes telas, como «La música» y «La danza», que se convirtieron en verdaderos estandartes de su pintura y del artista libre. Pero a partir de 1917, acabada la Primera Guerra Mundial, su obra empieza a cambiar y, con ella, él. Primero porque pierde a sus coleccionistas, rusos en su mayoría, arrastrados por una revolución bolchevique que lo ha arrasado todo, y deja de hacer las grandes pinturas por encargo que marcaron un modo de hacer. Segundo, porque aparece un nuevo cliente, un burgués moderno y anónimo para el que está hecha la pintura de pequeño formato. Fue en 1917 cuando decidió dejar París para instalarse en Niza, ciudad de la Riviera francesa donde encontró luz, buen clima y una sensualidad silenciosa para empezar esta nueva etapa.
Íntimas y sensuales
«Algunos especialistas sostienen que Matisse está en el origen de la abstracción basada en el color y lo sublime, como si fuera un precursor de Rothko. Esta es la imagen que ha prevalecido de él y que ha eclipsado el cuerpo central de su obra», comenta Tomás Llorens, comisario de la muestra que quiere explicar su pintura entre 1917 y 1941, periodo fundamental pero al que se ha prestado menos atención.
«Pero él no quiso nunca hacer pintura abstracta –añade–, por eso voy a contar esta historia desde el punto de vista del propio Matisse, de lo que el quiso hacer». Vive un largo periodo de aislamiento, alejado de su familia –de su mujer Amélie acaba separándose agriamente–, viviendo en un hotel, poco menos que acompañado por una modelo y, como en el caso de Lidia, una joven rusa a la que estuvo muy unido, su único asidero. Muchas tarde acude a la Academia de Bellas Artes de Niza a copiar yesos. Con Renoir fue con una de las pocas personas que mantuvo relación. Pero seguía siendo el «maestro», e incluso Picasso, más joven que él, también menos intelectual y con un carácter menos adusto, así lo reconocía. «Matisse fue un gran teórico de la pintura, mientras que Picasso se dejaba llevar», sostiene Llorens.
En estas pequeñas pinturas íntimas y sensuales resuena Vermeer y el cuadro como ventana; Miguel Ángel y la concepción de la perspectiva como una sucesión de planos de los que brotan las figuras; y las voces de Baudelaire y Mallarmé, los verdaderos inspiradores de la modernidad. Del primero está el «flâneur», esa actitud vital de pérdida del tiempo o de estar en el tiempo de una manera inconsciente y que tan presente está en las pinturas de esta época y que mantiene un paralelismo con la música de Debussy (él mismo tocaba el violín y se pinta haciéndolo). Son mujeres, sus fieles modelos, sentadas en estancias soleadas, con los visillos moviéndose por la brisa, algo alicaídas. Vuelve también a pintores como Manet, Courbet y Chardin. Esta intimidad coincide con la edición de «En busca del tiempo perdido», de Proust, cuyo primer volumen aparece en 1913 y el último en 1927, y con la lectura de Mallarmé (su poema «La siesta y el fauno» es una referencia), lo que añadirá a la pintura un «aspecto reflexivo». «La obra de arte prevalece matando al artista», dice al respecto Llorens.
Historia de un fracaso
¿Y cuál fue la gran aportación de Matisse en esos años? «Sustituir una teoría del arte que se basa en ver, como los impresionistas, por la de mirar, que es un acto con intención», dice el comisario. Pero fue, añade, la historia de un fracaso. Si cuando se instala en Niza firma un contrato con el galerista Bernheim-Jeune, diez años más tarde, en 1927, su obra se había ido reduciendo a lo mínimo. «Matisse quiere responder al cubismo y por esto tiene una concepción fenomenológica del volumen, del color, de la forma, como Cézanne. Es decir, es el hombre que mira quien construye la imagen y él pinta bajo la idea de que la pintura se completa con la mirada del hombre», explica Llorens, que ha conseguido que en el Museo Thyssen esté la pintura de Cézanne «Tres bañistas», que el propio Matisse había adquirido después de empeñar algunos bienes familiares –sobre todo de su mujer– para hacerse con él, y que en 1936 donó al Museo de Bellas Artes de París. Matisse está fascinado por el instante, por retener un momento fugaz, de ahí que sus pinturas sean cada vez más evanescentes, de colores fuertes pero poco perfilados. «Él se da cuenta de que la pintura pierde corporeidad y siente que ha fracasado», explica Llorens.
Escala en Nueva York
En 1930 deja de pintar y en ese momento de crisis Matisse decide emprender un largo viaje a Tahití, solo, un lugar escogido también para rememorar a Gaugin. Poco antes había recibido el encargo de realizar un mural para Alfred Barnes, un hombre de negocios norteamericano, pero aun así decide emprender la travesía, aunque primero hace escala en Nueva York para visitar a su hijo Pierre y luego cruza todo EEUU para embarcarse en San Francisco. Su vuelta a la pintura coincide con un momento político agitado que desembocará pronto en la Guerra Civil española y en la Segunda Guerra Mundial, lo que supuso en su caso la pérdida de clientes porque, según Llorens, el «mercado moderno del arte había sido barrido». Durante la ocupación alemana, vivió refugiado en Niza, no quiso dejar Francia. A pesar de que su esposa y uno de sus hijos estaban en la Resistencia, Matisse nunca fue molestado.
En esos momentos, centró una buena parte de su trabajo en el dibujo y edita el libro «Thémes et variations», que se publicó en 1943 con texto de Louis Aragon. Son 17 variaciones al carboncillo que «casi pudo dibujar sin mirar, sólo inspirándose». Una edición de este libro la ha comprado el Thyssen y se expone en la muestra.
Dibujar hasta en la cama
Henri Emile Benoît Matisse nació en 1869 y murió con casi 85 años en 1954, pero casi hasta el final de su vida estuvo pintando, a pesar de dos graves operaciones a las que fue sometido y que le obligó a dibujar en la cama. En 1950 pintó los frescos para la iglesia de los dominicos de Vence, su última obra de gran tamaño. El hotel donde vivió en Niza es ahora un museo dedicado al artista. La exposición «Matisse: 1917-1941» se compone de 41 pinturas, nueve esculturas y relieves y dibujos, entre ellos la serie de «Thèmes et Variations».
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