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«Me apoyaron más mis captores»

La ex compañera de secuestro de Ingrid relata cómo los secuestrados la dejaron sola en su embarazo en la selva

Clara Rojas, con un ejemplar de «Cautiva» (Mosaico) en la Embajada de Colombia
Clara Rojas, con un ejemplar de «Cautiva» (Mosaico) en la Embajada de Colombialarazon

madrid- Tímida y etérea, Clara Rojas charla en susurros con este diario unas horas antes de la presentación de su libro en Madrid. Fue confidente, asesora y aliada de Ingrid Betancourt, con quien compartió cartel electoral como número dos. Hoy nada las une (ni siquiera se hablan) excepto seis años perdidos en la selva y un afán sin límite por vivir. Su duelo –que divide a Colombia entre los partidarios de una o de otra– quedará en los papeles pues ambas renuncian, por ahora, a la política.–Un sábado 23 de febrero de 2002 su vida quedó congelada. La melancolía está presente en todo su libro. ¿Por qué?–Siempre queda un dolorcito por el tiempo perdido. Aún estoy cerrando un capítulo doloroso, la brecha del secuestro.–¿Las llevó la ambición política de Ingrid (cuyo equipo de campaña había sufrido algunas bajas) a la boca del lobo?–Sí, es posible. Teníamos la necesidad de llamar la atención porque se había roto el proceso de paz. Por eso viajamos a la zona de despeje sin seguridad alguna. –¿Por qué desoyó Ingrid sus advertencias de que podían ser secuestradas?–Nunca he hablado de eso con ella, pero no creo que ella pensara que la favorecía que nos secuestraran, más que nada por el riesgo de morir. Fuimos ingenuas. –¿Cómo fue el primer día de cautiverio? ¿Qué pudo más, el miedo o el instinto de supervivencia?–Todo es nuevo y horrible. No logré ni ir al baño. Me impresionó tanto el hueco en el barro con el agua amarilla que no pude hacer nada. Pasaron días hasta que pude conciliar el sueño, caí rendida. Pasa tiempo hasta que uno asume que está secuestrado.–¿Mantuvo la esperanza de la liberación?–Al principio, sí, pero cuando pasaron los años fue horrible.–¿Qué fue lo más molesto?–El aseo personal. No sólo ir al baño sino bañarme en el río. Nunca pensé que iba a sobrevivir a un aislamiento tan atroz. Hubo un momento en que estaba ida. Ni nos llamaban por el nombre.–¿Recibían mejor trato por parte de las guerrilleras?–No, pero cuando va a nacer mi niño (en cautiverio) ellas me brindan su ayuda. Una se encarga de mi hijo, otra de mí , porque estuve 20 días con suero.–Se la nota agradecida.–Claro, estoy viva por ellas. Jugaron limpio.–¿Cuándo se deteriora la relación con Ingrid y por qué?–Estuvimos solas los dos primeros años. A los tres días de secuestro pensamos en escapar. Al mes estuvimos listas y lo intentamos en dos ocasiones. (En la segunda pasaron tres días huidas hasta que Ingrid se topó con un avispero a plena luz del día y –según Clara– se puso a gritar «descontrolada». Minutos después las capturaron). Las dos fracasaron, nos encadenaron juntas y nos encerramos en el silencio. Nos aislamos tanto que los guerrilleros nos decían: «Oigan, háblense».–¿Surgió el resentimiento?–Lo de las avispas me podía haber pasado a mí. Fue el vacío del esfuerzo vano y darnos cuenta de que la selva era impenetrable. Era imposible escapar. Las cadenas me hicieron sentir el animal más miserable de la Tierra. Todo eso generó un aislamiento brutal.–¿No se hablaban pese a estar encadenadas juntas todo el día?–Tratábamos de sobrellevarlo, pero la depresión fue en aumento. No merecía la pena hablar.–¿Tuvo que ver que ella se enfrentara a los captores y usted se mantuviera al margen?–Yo no lo vi así. Los últimos tres años de cautiverio, cuando nos juntaron con el grupo, hubo tensión y me sacaron para tener a mi niño. Ella quedó en un grupo y yo en otro. Yo no podía enfrentarme, por mi hijo. –¿Cuándo se queda embarazada?–Buena pregunta (ríe). El niño nació el 16 de abril de 2004, digamos que nueve meses antes...–No revelará quién es el padre hasta que su hijo tenga la edad.–Si es que lo pregunta.–Y si fuera un guerrillero o un compañero de cautiverio, ¿qué pasaría?–Nada. No tendría nada que imputar a nadie en esa situación.–¿Qué se le pasa por la cabeza cuando se ve embarazada?–Alegría por tener un hijo, pero angustia porque estaba sola.–¿Tuvo más apoyo en su embarazo de sus captores que de sus compañeros?–Sí. En ese momento mis captores me tendieron la mano.–¿Pudo darle el pecho?–No, estaba muy débil. Fue dramático porque la leche no llegó hasta los cuatro días. Mientras, le dimos agua de panela (similar al azúcar). Estuvimos juntos los 40 primeros días y luego volvimos al grupo de 11 personas. La gente no reaccionó tan bien.–¿Cómo fue la separación de su hijo Emmanuel?–A él le dio leishmaniasis y había que sacarlo porque podía morir. Intenté ir con él pero no me dejaron. Tuve que aceptarlo. Me dijeron que me lo iban a devolver a los 15 días y pasaron tres años. Hasta que me liberaron.–¿Luchó Ingrid y el grupo para que la liberaran con su hijo?–Fíjese que no. No se dio esa solidaridad.–¿Entrará en política?–De momento, no, quiero estar cerca de mi niño y tengo compromisos editoriales.–¿Sería Ingrid una buena presidenta?–Habría que preguntarle qué es lo que va a hacer.

Abierta al amorRíe a carcajadas cuando, entre la conversación, comentamos que ambas, Ingrid y ella, se ven más guapas ahora que antes del secuestro. «Son las ganas de vivir y el motorcito que es mi niño (Emmanuel, con 5 años recién cumplidos) que me pone en mi sitio. No para». Hoy los problemas que eran enormes no lo son tanto. «Haber tenido tan cerca la muerte te hace apreciar las cosas pequeñas. Se me estaba yendo la vida y era todo trabajo». Ahora, se plantea abrir su corazón después de poner en orden su cabeza y su vida. «Va siendo el momento, una lo nota», dice. Apuesta por un final dialogado con unas FARC que están atravesando dificultades, «pero no están acabadas».