Ceuta

Melilla revive el drama de la valla

La Razón
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ceuta- Después de tres años y un mes de relativa tranquilidad, los que han pasado desde que centenares de subsaharianos decidieron lanzarse en tromba contra los perímetros fronterizos de Ceuta y Melilla durante la última semana de septiembre y la primera de octubre de 2005, las vallas de las dos ciudades autónomas han vuelto a sufrir la embestida de la inmigración. Espoleados por la inusitada lluvia y frío en el benigno otoño africano, los inmigrantes han vuelto a demostrar que las vallas no son infranqueables. En realidad nunca han dejado de tener poros. Después de las grandes avalanchas de 2005, que se cobraron más de una decena de muertos en los alambres, el Gobierno central decidió multiplicar por dos la altura de la valla fronteriza y elevarla hasta los 6 metros. Además, en los diez kilómetros de perímetro melillense instaló la denominada «sirga tridimensional», un entramado de cables colocado en medio del vallado donde los indocumentados pueden entrar, pero no salir. «Durante los tres últimos años no ha vuelto a haber grandes entradas, pero cada día seguimos recibiendo a tres o cuatro inmigrantes irregulares», aseguran fuentes policiales de Melilla. Lo mismo ocurre en Ceuta. Cuando la frontera terrestre de ambas ciudades se blindó, en buena medida gracias a la colaboración marroquí, que militarizó el entorno y taló los bosques para erradicar los campamentos que llegaron a acoger miles de subsaharianos, los «sin papeles» del África negra se vieron obligados a aprender a nadar (previo pago de 50 céntimos por clase a los jóvenes marroquíes que hacen de profesores) o a pagar para llenar dobles fondos en los miles de coches que cada día cruzan los pasos fronterizos del Tarajal, en Ceuta, o de Beni-Enzar y Farhana, en Melilla. Según fuentes policiales, el precio del cruce ronda los 600 euros y da «derecho» a varios intentos. «Cualquier inmigrante que quiera entrar en territorio español a día de hoy tiene que pagar por hacerlo», explica el presidente de Prodein, José Palazón, que lleva años siguiendo al detalle el fenómeno migratorio en Melilla. Refugiados en habitaciones «Los subsaharianos ya no viven en campamentos y es imposible hacer una estimación de cuántos esperan aún al otro lado de la valla su oportunidad de cruzar la frontera, pero siguen ahí, refugiados en las habitaciones que pueden alquilar en las pequeñas aldeas marroquíes que están pegadas a la valla», explica. La frontera melillense no tiene nada que ver con la ceutí, mucho más agreste. En la primera las casas están pegadas a la valla, conviven con ella, e incluso hay viviendas como la del ceutí Miguel Ángel Hernández, que se han quedado en medio, partidas por la mitad, en tierra de nadie. Y hay arroyos que nacen en el país vecino y atraviesan Melilla, secos todo el año, hasta morir en el mar. Cuando, como el domingo pasado, llueve a mares, el lodo y los escombros que arrastra el agua obligan a abrir las compuertas que custodian sus cauces. Nada más escampar, los subsaharianos se lanzan en tromba por ellos. El lunes más de treinta lograron entrar en territorio español a través del arroyo Mezquita dejando a tres guardias civiles heridos leves. El martes, otros veinte fueron rechazados en el paso de Beni-Enzar. El miércoles, en una refriega cuerpo a cuerpo en el agua, otro agente de la Benemérita fue mordido en una mano cuando intentaba repeler la entrada de los subsaharianos. «En las dos ciudades autónomas haría falta un 60% más de guardias civiles para garantizar la vigilancia de las vallas y desactivar los grupos organizados dedicados al tráfico de personas», apunta el secretario de Comunicación de la Asociación Unificada de Guardias Civiles, Juan Antonio Delgado, partidario de «actualizar el catálogo de la Benemérita de acuerdo a las necesidades reales de la zona». Más perspicaces, fuentes próximas al Ejecutivo melillense empiezan a «sospechar» de la colaboración marroquí. La diplomacia española ha sido capaz de conseguir de sus homólogos marroquíes el compromiso de erradicar los ataques a funcionarios policiales españoles cuando visitan el país vecino, pero su control de la inmigración irregular sigue sometido a «vaivenes». «Marruecos sigue controlando lo que quiere como quiere», opina un colaborador del presidente melillense, Juan José Imbroda, que esta misma semana mostró su «sorpresa» por lo «rápido» que los inmigrantes saben dónde están los puntos débiles de la frontera española en un perímetro donde cada 500 metros hay una garita militar del Reino alauita.