Educación

PISA sin garbo

La Razón
La RazónLa Razón

Hace ya veinte años que Jean-François Revel –lleno de santa ira, aunque no fuese un beato– expulsó del templo del saber a los avaros mercachifles de la izquierda doctrinaria. «El conocimiento inútil», una obra esencial para despabilar las ánimas, barría de un plumazo la gigantesca pantomima con que se relamía un Occidente amodorrado. «Entre todas las fuerzas que dirigen el mundo, la mentira es la que va en vanguardia», afirmaba el francés, nada proclive a andarse por las ramas. Pues en esas seguimos, al menos en España. Justificar el fracaso del sistema educativo en los antecedentes familiares –como ha hecho el señor presidente del Gobierno hace cuarenta y ocho horas mal contadas– es pacotilla marxistoide, intelectuamente obscena y moralmente denigrante. Y argüir, a estas alturas, que las aulas son sólo el instrumento que perpetua a la clase dominante, es como reconocer que el muro de Berlín, en algunos cerebros, no se ha derrumbado. Que los españolitos no lean es un drama. La interpretación de Zapatero ante la Prensa («PISA moreno, PISA sin garbo») es una desvergonzada farsa. La verdad de toda esta mentira la estableció Revel y aún no ha caducado: «La teoría del origen socioeconómico del éxito escolar establece que no hay alumnos buenos y malos, sino víctimas o beneficiarios de las injusticias sociales. Es preciso disimular que numerosos niños procedentes de ambientes modestos tienen más recorrido que otros de medios acomodados. Y, para lograrlo, se ha ido pasando de la teoría a la práctica, hasta proponer reformas que impiden que los más dotados progresen más rápido. Como todo buen alumno es sospechoso de serlo porque pertenece a las elites privilegiadas, y el buen alumno que no pertenece a ellas es culpable de salirse del marco, la justicia exige que todos sean zotes, a fin de que puedan caminar juntos y dichosos hacia un porvenir igualitario y brillante». Al cabo de dos décadas, el futuro ha llegado: sombrío, mortecino, ignaro y trasquilado. «Veinte años son nada», ya lo sentencia el tango. O el tongo, en este caso.