Historia

Londres

Plan de fuga

La Razón
La RazónLa Razón

Billete de ida y vuelta: metido de nuevo en el bombo de la lavadora y habiendo incumplido por una semana el imperativo del fino Gore Vidal: «Escribe aunque sólo sea la nota del suicidio». Con las vacaciones, ya apuradas, pasa como con el reconocimiento último del viajero Joseph Conrad, quien creyó que el trayecto era otro viaje más cuando en realidad se trataba de la vida. El viaje, la vida. El estado de ánimo, reconozcamoslo después de diez días comiendo con medio litro de rosso de la casa, está lejos del de aquel cateto, siempre con un paso de ventaja en la mirada y en el sentido común, al que pregunté qué era lo que más le había gustado de Londres. «Volverme. Allí todo estaba muy lejos», dijo como el que recita de memoria una fórmula química. Los ojos de este turista están tan hambrientos que se contentan con unas ruinas de la Roma imperial, donde además de sotanas de diseño, monjas de porcelana, basílicas donde se comerciaba con oro, tumbas de emperadores con problemas estomácales y asiáticos cuidando gasolineras fuera de servicio, hay también miles de gatos y romanas meadas por todas partes. Lo importante, ahora que algunos de ustedes tendrán la oportunidad de ejecutar un plan de fuga más o menos discreto, creo que es irse lo más lejos de uno mismo. Probablemente, la huida definitiva se consiga en el bar de la esquina, en el sofá de la salita o en un casino de la Costa Azul. Aclaremos que el articulista se divide en uno: quien clava la estilográfica en el papel para explorar el mundo y hacerse, a la postre, creíble. Pero abundan los trileros que se raspan el cuerpo con el escarpelo para contarnos, un día tras otro, su propia rutina. Aquí siempre se ha pretendido huir de la «seudobiografía». Y a la vuelta de las vacaciones más, porque lejos del zoo de los medios , en mitad de la calle, apenas se escuchan nuestros temibles rugidos.