Nueva York

Por qué nos manifestamos

Ni el desempleo, ni la recesión, ni las subidas de impuestos. El detonante de la manifestación más exitosa del año ha sido el descenso a Segunda del Betis. Será que el deporte rey no es cuestión de vida o muerte, sino algo muchísimo más importante...

¿Por qué nos manifestamos?
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Algo no encaja en el último sondeo del CIS. Según su pelotón de expertos, el paro quita el sueño a tres de cada cuatro españoles. Sin embargo, sólo 6.000 de ellos acudieron a la concentración del Día del Trabajo. Mientras tanto, más de 60.000 hinchas se manifestaron este lunes contra el declive del Betis, pese a que el fútbol ni siquiera aparece en la lista de principales preocupaciones del centro sociológico. Quizá la explicación sea que a los españoles nos encanta engañar a los encuestadores. O puede que coincidamos con el mítico entrenador del Liverpool, Bill Shankly, que se indignaba cuando le decían que el fútbol era una cuestión de vida o muerte. «Es algo muchísimo más importante», replicaba.Desde el 11-MDesde luego, el fútbol sí que es una prioridad para las riadas de béticos que este lunes denunciaron los desmanes de su detestado presidente, Manuel Ruiz de Lopera. El lema de la protesta lo decía todo: «Por tu dignidad y tu futuro, Betis». Bajo esta consigna se celebró la mayor manifestación de la ciudad desde la matanza del 11-M. Además, la protesta de la familia bética no sólo se derramó por las calles de la ciudad: también hubo concentraciones en Madrid, Barcelona, Londres, Nueva York, San Francisco, Brujas o Kosovo.Todo esto en el país de los cuatro millones de parados, del déficit desbocado y de la recesión que no cesa. Por eso, a los menos futboleros este derroche de pasiones les sonó a frivolidad. Pero no a los expertos en este tipo de movimientos sociales, que aseguran que la lógica de la manifestación es impepinable. «Te pueden echar del trabajo, quitarte el paro o embargarte tu casa, pero nadie puede arrebatarte el amor por tu equipo», asegura Carlos Fernández del Ganso, psicoanalista y profesor de la Federación Española de Fútbol. «Tus colores son tu sangre, tu infancia, tus recuerdos... En épocas de incertidumbre, estos sentimientos resultan más potentes que nunca».Este cóctel sentimental cuajó el pasado 31 de mayo, cuando se consumó el descenso del Betis a Segunda División. Días después, un grupo de socios celebró la asamblea de la que surgió la idea de protestar en las calles contra el «presi». Y, a partir de entonces, cada uno se encargó de lo que pudo: la logística, la cartelería, las relaciones públicas... Como un hijoDos semanas más tarde, su frustración inundó las calles hispalenses: 60.000 béticos exigieron que Lopera venda de una vez su paquete de acciones del equipo. «Algunos lo ven como una frivolidad, pero no es así», dice Beltrán García-Espejo, vicepresidente de la Federación Nacional de Peñas Béticas. «Para mí, el Betis es como un hijo más. Si alguien le maltrata, ¿cómo no voy a protestar?».La aparente facilidad con la que se montó esta masiva protesta acentúa la paradoja de por qué España no sufre excesivos conflictos sociales en estos tiempos de crisis. De hecho, cada vez más medios extranjeros se preguntan cómo mantenemos la apariencia de normalidad con una tasa de paro del 18 por ciento. «Es muy llamativo que la manifestación más exitosa del momento tenga que ver con el fútbol y no con la economía», asegura Thomas Catán, corresponsal en Madrid del diario «Wall Street Journal», que recientemente escribió un análisis sobre la relativa pasividad social con que se está digiriendo la crisis en España, al menos por el momento.Según él, hay numerosos factores en juego, desde la existencia de una red familiar hasta la importancia de la economía sumergida, pasando por la experiencia reciente de una tasa de desempleo similar. Pero, además, lanza una pregunta: llegado el momento, ¿quién se encargaría de encauzar este malestar social? «Nadie representa a la gente que más está sufriendo la crisis: los jóvenes, las mujeres o los inmigrantes que tenían contratos temporales», señala. «Mientras, los trabajadores que suelen pertenecer a los sindicatos, los hombres de mediana edad con contratos fijos, apenas están sufriendo despidos». Instituciones débilesPara el sociólogo Ramón Llopis Goig, la manifestación del Betis es síntoma de un tiempo de «identidades débiles». Las instituciones que antes forjaban nuestra personalidad (los sindicatos, los partidos, la familia...) van perdiendo fuerza. Y, como reemplazo, surge una nueva triada: el ocio, el consumo y, cada vez más, el deporte. «No basta con que exista descontento: hacen falta grupos que lo articulen, pero ni los partidos ni los sindicatos tienen la credibilidad para ejercer esta función», dice Llopis Goig.Pero, como en tantas cosas, las reglas del fútbol son distintas. En el caso del Betis, la estructura social ya existía: peñas de aficionados verdiblancos, grupos de amigos que van juntos al campo, foros de hinchas... Sólo hacía falta un detonante (el descenso a Segunda y la pésima gestión de Lopera) para sacar 60.000 personas a la calle un lunes por la tarde. «Si te manifiestas por el paro, vas tú solo», dice Miguel Cancio, experto en sociología del deporte de la Universidad de Santiago de Compostela. «Si lo haces por el Betis, vas con tus amigos y formas parte de un proyecto maravilloso que te compensa por todos los momentos grises y frustrantes de la vida».En el abstruso lenguaje de los sociólogos, el fútbol es un «paradigma social». Es decir, en los estadios se reflejan las principales tendencias sociales, aunque en pequeñito. Y, en el caso de la rebelión verdiblanca, muchos expertos también detectan un claro elemento político. Dice el tópico que el Betis es el equipo de los currantes y el Sevilla el de los señoritos. «Son las dos Andalucías: la soñadora y la práctica», explica el cantante José Manuel Soto, que se encargó de leer el manifiesto de la concentración del lunes. «Los béticos prefieren el buen rollo a los buenos resultados. Ambas posturas son igual de válidas y nos hacen lo que somos, pero yo me identifico más con la primera». Nueva lucha de clasesDe ahí que, según los sociólogos, la manifestación también pueda interpretarse como una versión posmoderna de la eterna lucha de clases. «El malestar y el pesimismo se desplazan al ámbito deportivo», asegura Llopis Goig. «Frente al club de la gente guapa, están los béticos, que se sienten perjudicados por los grupos de poder. Y cuando salen a la calle, expresan su enfado por la situación actual».Mientras tanto, los organizadores de la protesta no dan tantas vueltas a su éxito. Algunos esperaban mil manifestantes, otros diez mil, así que todos se quedaron alucinados cuando congregaron seis veces más. Y ahora cruzan los dedos para que Lopera atienda su clamor y venda el equipo a un nuevo dueño. «Ya sé que desde fuera todo esto suena extraño, pero ser bético es así», dice el presidente de las peñas. «Como todos los misterios, es difícil de explicar, pero todavía más difícil de entender».

Gestión privada, pasión públicaLa principal reivindicación de la revuelta verdiblanca es que Lopera deje su cargo. El problema es que no tienen ninguna manera de pegarle la patada: él es el dueño del club y puede quedarse mientras le plazca. Es la paradoja que se creó cuando los equipos de fútbol se convirtieron en sociedades anónimas. Ahora son empresas privadas que gestionan pasiones públicas, lo que genera tensiones difíciles de resolver. «Para los aficionados, su equipo es algo sentimental, así que no aceptan que funcionen como una empresa más», dice Ramón Llopis Goig, experto en sociología del deporte de la Universidad de Valencia. En su opinión, las rebeliones de aficionados contra los mandamases de sus equipos serán cada vez más comunes, como ya ocurre en Inglaterra. «En un país con casi cinco millones de parados, el fichaje de Ronaldo y sus fotos con Paris Hilton son elementos que, a la larga, pueden desencadenar una reacción muy negativa», alerta.