Barcelona
Promesas
En Moncloa andan como locos buscando a quién endosar la derrota electoral. De entrada, sorprende cuando los resultados del PSOE han sido más que dignos en una Europa en la que la socialdemocracia ha sido barrida y en una España en la que el PP no pone la puntilla. Sin embargo, alguien está empeñado en equiparar este contratiempo con una debacle. No se entiende muy bien este interés en evidenciar una derrota a la que se está a tiempo de poner remedio porque quedan tres años para las generales. La primera víctima fue Leire Pajín. Parecía la única culpable de no conseguir mejores resultados. Viendo que las pedradas caían sobre el propio tejado, se cambió el tiro. Los culpables, los socialistas catalanes. No saben explicar los éxitos de Zapatero en Cataluña, concluyen. En su tesis esos «finos estilistas de salón» añaden que cuando Pujol conseguía dos motos, las vendía como si fuera un parque móvil. Ciertamente era así, pero antes de conseguirlas nadie le había prometido un Jaguar, cabría añadir. Zapatero anunció la devolución de los papeles de Salamanca. Llegaron sí, pero después de sinsabores y negociaciones inacabables. Anunció la entrega del Castillo de Montjüic a Barcelona. Otra vez, negociaciones eternas. Anunció el traspaso de Cercanías. El proceso todavía no ha finalizado y no será fácil. Anunció inversiones millonarias en la deteriorada red ferroviaria, que pasó por su particular vía crucis con las obras del AVE. Están llegando este año junto con la nueva estación de La Sagrera. O sea, con retraso. Anunció un gran acuerdo de financiación. Todos los plazos incumplidos. Anunció un gran aeropuerto. Mañana se inaugurará esta magnífica instalación en El Prat, pero en el aire queda cómo se gestionará. Anunció que se cumplirá el Estatut. Los traspasos van por vía lenta y con obstáculos. Las promesas están para ser cumplidas. Su incumplimiento genera desazón y desconfianza, y la gente se queda en casa. Eso es lo que pasó el 7-J. Eso es lo que no ven los que ahora levantan el dedo acusador. La suerte de Zapatero es que en Cataluña se augura que con Rajoy la cosa será peor. Pero esa sensación también se puede acabar.
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