Navalcarnero
«Quiero matar al Esplá torero»
Hace un año se despidió de la afición de Madrid, pero sin avisar, por despecho. «Una bronca marital». Esta vez se va de manera oficial, el 4 de junio en un cartel estrella junto a Morante y Castella con toros de Victoriano del Río, después de 33 años de profesión. Dilatada y personal carrera.
Esta vez no pasará por San Isidro. Ha dejado su adiós para el estelar ciclo del Aniversario. El 4 de junio. En el ocaso del festín venteño. Quedamos con Luis Francisco Esplá en tierra de nadie, ni en su casa ni en la nuestra. A medio camino del campo, en las cercanías madrileñas de Navalcarnero, donde tentarían esa misma tarde junto con su hijo: «Mi pesadilla», como le retrata al presentar a su vástago Alejandro. «No me gusta que toree», dice pronto. «Me amarga», pero al hijo parece no importarle mucho. Alejandro se mantiene cerca, pero en su sitio. Ha tenido buena escuela. A Esplá se le vislumbra una ilusión renovada, aunque en el horizonte está la nueva vida. No lo puede decir más claro: «Tengo la necesidad de matar al torero, de enterrarlo». Antes, le queda una despedida por todo lo alto, cuarenta corridas en las ferias y con ganaderías de ciertas garantías. El broche de oro a más de tres décadas de sudar sangre. –¿Cómo está preparando el año de la retirada?–Estoy haciendo acopio de energía y llevo desde octubre en el campo. La gente me ha tachado de falto de ambición y quizá este año la he reclutado toda. –El año pasado salió de la plaza de Madrid y dijo que ya se había despedido de la afición. –Sí, fue una bronca marital. Se había acabado por esas cosas de Madrid que, a veces, es tremendamente injusta. Liria se iba esa tarde y la gente descargó en mí todos los desencantos, también es lo bonito del toreo. –¿Impone más torear en Las Ventas para ya nunca volver?–Me gustaría dejar una buena imagen, aunque eso de pasar a la posteridad me importa dos pepinos. Vivo con un grupo de amigos que ha creído en mí durante 33 años y soy ese reflejo. Siento los triunfos y los fracasos a través de ellos y me conmueve. –Se despide con una ganadería de garantías. –Sí, pero Madrid tiene todas las tensiones y el toro de Victoriano del Río es un toro encastado. Las Ventas es la plaza donde más se filtra y se observa todo. Las tensiones serán las de siempre, añadiendo que será la última tarde. –Alguna vez ha comentado que no quiere ver al público de Madrid blandito. –Eso jamás, si me tiene que maltratar, casi lo agradezco; quiero que sea el de siempre. No me gustaría que me recibiese con una ovación. Si lo hago bien, que se derrame el Madrid de las bondades. Eso sí me gustaría verlo, pero por méritos propios. El peor sentimiento que puede generar un torero es el de conmiseración. –¿Cómo ha sido su relación con Las Ventas en estos años?–Tensa, atormentada y feliz. –Variada. –Si las relaciones se abandonan a la rutina pierden interés, en la relajación queda la decadencia. –¿Se considera torero de Madrid?–Yo creo que me consideran torero de Madrid y es el privilegio. –Ha cortado 15 orejas y ha abierto cuatro veces la puerta grande. Hábleme de los triunfos.–Se me agolpa todo en la memoria. No vivo recreado en ellos. Si hubiese metido la espada, a veces porque me han faltado cojones y otras por haber intentado el más difícil todavía, hubiera salido a hombros de esa plaza 12 o 13 veces, pero lo más importante es la relación que se establece. –¿Cuál fue la tarde más intensa?–Una de Cuadri que toreaba con Mejías. Le hirió a él y nos quedamos Mendes y yo. Pude cortar cuatro o cinco orejas. A Mendes le cogió entrando a matar y pensé que me quedaba solo. Además, me venía bien recuperar el crédito en Madrid en esa época. –Hay tardes buenas y tardes clave por la situación profesional en la que se encuentra. –Hubo otra que fue después de vivir vicisitudes con la Asociación cuando defendimos los derechos de imagen. Me abandonó la Asociación y toreé 13 o 14 corridas por los rastrojos. Venía a Madrid impuesto por la Comunidad. Fue la corrida de El Califa, si no corto orejas esa tarde, me hubiera tenido que ir a mi casa. –¿Y la tarde más aciaga?–Ha habido días en los que Madrid me ha mortificado dando vueltas al ruedo a toros imposibles. Y otras tardes yo he estado francamente mal y he cabreado a los madrileños de verdad. Pero al final eso es lo bonito, que la relación no haya sido lineal. –La linealidad no le hace bien al toreo. –Es lo peor que le puede pasar. La regularidad, que no haya picos, y Madrid es buena para eso, provoca esa atmósfera. –¿Qué ha cambiado en sus 33 años de profesión?–Ha cambiado el toro y con eso, todo. Ha evolucionado su forma de embestir y ha condicionado el toreo, el criterio del público...–Vayamos por partes. –El toro de antes era la mitad, se movía más y había quince toreros que funcionaban. Era la época más abigarrada del toreo. –Recordemos. –Había quince señores que estaban en todas las ferias y qué tenía que ver Dámaso con Palomo Linares, o con Camino, o con Teruel, o Curro o Paula, había más toreros artistas. Y el aficionado tenía el gusto más amplio. –¿Cómo ha sido su carrera?–De fondo. –Después de 33 años, sin duda. –Y regida por la necesidad de ser honesto. Elegí matar las corridas duras cuando podía haber elegido otra cosa porque sentía que tenía argumentos para prosperar con ese material que me había dado oportunidades. Paquirri me avisó: «Lo que ahora estás haciendo lo vas a convertir en una obligación». Y así fue, pero a la vez esas corridas me dejaron sobrevivir en el toreo cuando mi carrera pasaba peores momentos. –¿En qué ha sido inflexible?–En el dinero, el caché lo ponía yo, y eso lo he tenido siempre muy claro. De ahí los roces con las empresas. –Matar las corridas duras supondrá unas cotas de desgaste inmensas. – Yo intuí que con ese planteamiento de vida no podía torear más de 50 tardes, porque mi capacidad de asimilación era así. Hay toreros, y los envidio, que digieren 100 corridas con una voracidad inmensa. –¿Tanto le cuesta?–A veces me tenía que ir al campo y pasar un par de días porque me quedaba turbio y tenía que esperar a que se decantasen los ánimos. Un artista no puede estar con esa turbiedad de continuo, porque amenaza su ánimo y su concepto del arte. –¿Qué va a hacer cuando deje de torear?–El noble ejercicio de vivir.–¿Se apartará de los toros?–Es necesario, si no, entras en un juego complicado de nostalgias y recuerdos y provocas a las vocaciones. Hay que entrar en una demencia senil artística. La pintura, la caza...–Pero su hijo Alejandro no le va a dejar alejarse. –Ahí está el problema. ¿Cómo estar sin estar? Tengo auténtica necesidad de matar al torero. Matarlo y enterrarlo. Cuando me hablen de él, que sea un difunto. –Hay más vida después del toro.–Claro, el campo, los viajes a África, la caza, leer, pintar, la moto...–Antes de la relajación, ¿cuántas corridas toreará para despedirse este año?–40 corridas; todas las ferias.–¿Dará la alternativa a su hijo?–Depende de cómo esté Alejandro. Eso sí que me hace ilusión, a pesar de que me amarga que él sea torero, pero tampoco le vamos a precipitar. Si tengo que sacrificar ese placer, lo haré. –¿Tan poco le reconforta que Alejandro haya decidido seguir sus pasos?–Sí, porque uno tiene memoria física del dolor. Voy a años luz por delante de todo lo que tiene que aprender y yo sólo lo tengo que recordar, y eso es terrible. Y, después, en el mejor de los casos, esta profesión exige un presupuesto altísimo de sacrificios y negaciones. Lo que más le preocupa a un padre es que su hijo pierda la sonrisa, y esta profesión te la quita para siempre.
87 tardes en la plaza de MadridEs alicantino pero su historial en la plaza de toros de Las Ventas le vale para acreditarse como torero del gusto de la afición de Madrid. Cuenta en su haber con 87 paseíllos. Ha cortado 15 orejas y en cuatro ocasiones abandonó la bella plaza a hombros rumbo a la calle de Alcalá. Es el segundo torero que más paseíllos ha sumado en este redondel, por delante está el maestro Antonio Bienvenida con 102 tardes y por detrás Antoñete y Curro Vázquez con 77. Hay pocas cosas que se le escapen en tantos años de tomarle el pulso y la medida a esta plaza: «Ha habido días en los que Madrid me ha mortificado dando vueltas al ruedo a toros imposibles. Y otras tardes yo he estado francamente mal y he cabreado a los madrileños de verdad. Pero al final eso es lo bonito, que la relación no haya sido lineal», mantiene el torero. Se despide el 4 de junio, su festejo número 88.
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