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Ropa hablada (I)
Creo que fue en el invierno del 84 cuando me presentaron de madrugada en el Savoy a un tipo en cuyo aspecto físico se reproducían las medidas esenciales del cuerpo del gangster Tonino Fiore: su misma estatura, idéntica anchura de hombros, un par de brazos que parecían recién copiados del original y aquellas piernas largas por las que se descolgaba hasta el suelo, como una hidra de tela, el inconfundible porte del mafioso. Si no recuerdo mal, fue Ernie Loquasto quien me dijo que Fiore y su réplica se citaban cada semana para cenar juntos en el Oak Room del Hotel Algonquin y aprovechaban la sobremesa para cotejar pesos y medidas, tomar decisiones si alguna de las variables se salía de la norma y fijar la siguiente cita con el propósito de repetir el contraste. Si la comprobación de pesos y medidas era correcta, Fiore le entregaba a su invitado un paquete que a los pocos días sería reexpedido al Savoy para que la chica del guardarropa se lo hiciese llegar al gangster. Con el envío en su poder, Fiore se ausentaba al baño y regresaba a su mesa del club cambiado de traje. Al final de la velada, Tonino hacia una llamada telefónica: «Está en su punto, muchacho... Sí, excelente... ¡Buen rodaje, sin duda!... Claro, claro... Ya te digo: todo bien, aunque ese olor, en fin, si pudieras evitarlo... Esas cosas las entiendo, muchacho, ¡cómo podría no entenderlas!, pero será mejor que entrenes la ropa con chicas que no se perfumen con sudor... Saludos en casa...OK». De regreso a la mesa después de una de aquellas llamadas, por casualidad le pregunté a Fiore por qué sus trajes nuevos resultaban impecables y al mismo tiempo daban la sensación de haber tenido experiencias anteriores a su hechura. «La ropa, como el "roast beef", mejora si no está recién cocinada cuando llega al plato», me contestó. Flexionó luego los brazos, arqueó los hombros entornándolos como flexibles solapas sobre el pecho y cruzó un par de veces las piernas. Fiore no esperó mi siguiente pregunta: «Me gusta estrenar las cosas cuando ya están usadas. Me ocurre con la ropa lo mismo que con las mujeres, que me resultan más interesantes cuando es la tercera o cuarta vez que pierden la virginidad. Me gusta la ropa nueva, muchacho, pero detesto los trajes inexpertos»...
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