Estados Unidos
Último viaje a Guantánamo
LA RAZÓN visita el polémico centro de detención tres meses después de que el presidente de EE UU anunciase su próximo cierre. Está compuesto de siete campos con distintos niveles de seguridad
A las 10:30, seis presos del Campo 4 repiten el sonido de la letra A: «A, a, a». Justo en la habitación contigua, uno de los guardias, el soldado Johnny Keller explica a LA RAZÓN qué tipo de utensilios se les permite tener en la celda: zapatillas, pasta de dientes, juegos de mesa y... ¿mantas? «Bueno, sí, la verdad es que en Guantánamo no se necesitan», asiente Keller. Faltan dos horas para el mediodía, pero el sol ya pega. Pronto, se alcanzarán los 35 grados de temperatura. Es seco. Parece el desierto. «A, a, a», se oye otra vez. Hay un muro de separación, pero se les puede ver por una pequeña reja lateral. ¿Qué hacen? «Están en clase de inglés», aclara Keller. Y, entonces, Gary, uno de los encargados de seguridad, el que, entre otras cosas, revisa al final de la visita, las imágenes tomadas y borra los retratos de presos o de guardias y las de las instalaciones de seguridad, advierte a este periódico: «Es mejor que no te acerques. Sobre todo, si llevas una cámara y eres mujer. Se pueden enfadar», matiza. Keller añade que «asisten a clase de arte y geología». Los presos de Campo 4 llevan uniforme blanco, se levantan a las cinco de la mañana y gozan de tres horas de recreo. Tienen un futbolín, cancha de baloncesto de arena, campo de fútbol y dos salas para ver películas. Son los que cuentan con más privilegios. Cuando los del Campo 1, 2 y 3 se portan bien, ganan números para pasar al 4. Keller explica que «si dan problemas saben que van al 5 [el de alta seguridad]. Y nadie quiere ir allí. Aquí, pueden jugar al fútbol y tienen jardín. Fíjate, qué bien está esto», subraya Keller en referencia a unos tomates que crecen en medio de los pasillos hechos a base de rejas. Es una visita guiada programada hora por hora. Incluso se marca el momento de las comidas. El lugar de la cena se puede elegir. Guantánamo tiene nueve restaurantes para los soldados: McDonald's, Subway, un pub irlandés o Taco Bell. También, hay una cafetería de Starbucks, un supermercado y una tienda de souvenirs donde se puede leer «Bahía de Guantánamo». Todo es bastante barato porque está exento de impuestos: las postales cuestan 40 centavos y las camisetas 10 dólares. Libros sin censura La visita empieza en la biblioteca. Su responsable, Rosario Rodríguez, explica a LA RAZÓN que «tenemos 14.000 títulos en 20 idiomas. También recibimos periódicos, dos árabes y uno estadounidense. Sólo censuramos las noticias de muertes de soldados y anuncios de cosas como viagra que les pueda ofender. Tenemos Shakespeare, el Corán, Harry Potter», concluye la puertorriqueña. Rosario advierte de que «esto es una biblioteca normal, pero somos nosotros los que vamos a los lectores. Ellos hacen las peticiones y nosotros se las hacemos llegar», sonríe. El enfermero teniente coronel Utah también va a ver a los detenidos, en vez de ser estos pacientes los que acudan a consultarle. El centro médico está impecable. Tiene una sala de rayos X de 140.000 dólares, 17 camas, un quirófano, tres ambulancias, 15 enfermeras, dos dentistas y un doctor, entre otros facultativos, que están pendientes de 240 detenidos. La última emergencia fue un caso de apendicitis. En EE UU esta operación cuesta unos 10.000 dólares, aproximadamente. Paradójicamente, estos detenidos parecen contar con mejor cobertura médica que muchos ciudadanos estadounidenses. En todo momento, dos soldados acompañan a LA RAZÓN y toman notas de las preguntas que la periodista realiza a los guardias. Es la reacción de EE UU a las acusaciones de torturas en Guantánamo recibidas por parte de grupos defensores de derechos humanos. En octubre de 2002 el FBI elaboró un informe con detalles de casos de maltrato que se hizo público el año pasado. El almirante David M. Thomas Jr. escribe en el dossier de prensa que entre los presos existen talibanes y miembros de Al Qaida. Su jefe, sin embargo, el presidente de EE UU, Barack Obama, ha ordenado su cierre y aboga porque los terroristas sean juzgados por tribunales civiles. Los primeros sospechosos de terrorismo llegaron a Guantánamo en enero de 2002, aunque la base se preparó para recibirlos en 2001. Según el abogado representante de algunos de los presos de Guantánamo, Shana Kadidal, del Centro de Derechos Constitucionales, hay tres tipos de detenidos: «Los que tienen reales lazos con Al Qaida, los que estaban en el lugar equivocado a la hora equivocada y han sido víctimas de las recompensas por terroristas en Afganistán y los que no pueden volver a su país porque esperan que EE UU los acoja como refugiados». Los primeros en llegar a la base en 2002 fueron a parar a Campo X-Ray, habilitado en los noventa. Sólo tenía capacidad para 60 personas. Pero, en 96 horas, se completó para dar espacio a un total de 400 detenidos. En abril de 2002, el Campo X Ray se cerró después de las denuncias de la comunidad internacional. Entonces fue cuando se empezaron a construir los demás campos. Frances Pizarro, de 22 años, vigila a los presos de Campo 4, a los que ayuda de vez en cuando a hacer los deberes. «En ocasiones, me preguntan dudas cuando estudian inglés», admite. Ella siempre les atiende. A Frances le molestan las acusaciones de torturas de la comunidad internacional. «Sabemos que no se puede repetir más Abu Ghraib», reconoce. David Wagner, de 33 años, señala a los presos como los verdaderos torturadores. «El peor día fue hace un par de meses cuando un detenido tiró a mis hombres orina y heces porque se enfadó porque tardamos en darle una botella de agua», explica. Wagner lleva 15 años en el Ejército. Y se ha prestado como voluntario para vigilar a los prisioneros. Ninguno de los guardias se arruga al decir a qué se dedican. Cumplen órdenes, hacen su trabajo y sirven a su país lo mejor que pueden. ¿Qué puede haber de malo en ello? La siguiente parada en los intentos del comandante Thomas por mostrar que en su base se sigue a rajatabla la ley estadounidense e internacional es la cocina. Allí, se prepara una dieta para los detenidos de entre 4.000 y 5.000 calorías de comida halal (aceptada por la ley islámica) de seis menús que se hace con las de los soldados. Dieta islámicaThomas se gasta un presupuesto de 3,1 millones de dólares en este régimen alimenticio que ha diseñado con un nutricionista. Este centro se ha construido poco a poco después de que la comunidad internacional se echase encima de Washington tras las imágenes que se publicaron de Campo X-Ray. Allí, se vio a un detenido que caminaba arrastrado por dos guardias hacia varios soldados colocados en línea. Parecía que le iban a fusilar. Los propios soldados admiten que daba esa impresión. En la actualidad, esas prácticas no se cometen. El comandante Thomas les ofrece el derecho al recreo, llamadas de teléfono, clases, y asistencia médica. Eso sí, hay algo que de lo que están privados: de su libertad. Se encuentran en un limbo legal. El día en que LA RAZÓN visitó la polémica cárcel, el detenido Mohamed el Gharani llamó por teléfono a Al Yazira para decir que le habían pegado. Sus guardias dicen que no maltratan a nadie. Los soldados están con sus compañeros. Dicen que «es imposible que pase algo así ahora, con toda la comunidad internacional pendiente de nosotros».
Obama justifica la publicación de los informes de torturasEl presidente de Estados Unidos, Barack Obama, defendió ayer la publicación de cuatro informes secretos que detallan cómo el anterior Gobierno dio «luz verde» a la CIA para poner en práctica técnicas de interrogación consideradas ahora tortura.Durante su primera visita a la sede central de la agencia de espionaje, Obama explicó que la Casa Blanca decidió publicar los informes a petición de un tribunal y tras considerar que sería «muy difícil» diseñar una defensa legal efectiva si optaba por no divulgarlos.«Actué fundamentalmente en función de las circunstancias excepcionales que rodearon a esos informes», explicó el inquilino de la Casa Blanca, quien añadió que gran parte de la información contenida en los mismos era ya pública. Obama se comprometió, de todos modos, a proteger la integridad de la información clasificada en el futuro, así como la identidad de los funcionarios de la CIA. El presidente de Estados Unidos recordó asimismo que su Gobierno ha puesto fin a las controvertidas tácticas de interrogación, entre las que figura la asfixia simulada.
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