España
Veraneo
Convénzanse de que esto del verano es sólo un mito mental de oficinistas. Lo exacerbaron las leyes marxistas de la concentración de capital al inventar las cuatro semanas de vacaciones pagadas. Ahora bien, como es tarea vana ir contra las supersticiones de las masas, siempre me ha parecido astuto usar esos mitos a favor propio y difundir la especie de que había venido a este mundo para veranear. Pero en este momento, teniendo que escribir bajo la ineluctable ola de calor de cada verano, empiezo a replanteármelo. Aquí, veraneando en la casa familiar al borde del mar catalán, he visto cómo se desataba en pocos días una subida estratosférica de los termómetros. Bajo este calor sofocante, el menor esfuerzo físico provoca varios litros de sudor. Me gustaría hablarles de la luminosidad intolerable, del cielo artificial y del dinero que se ha gastado Barcelona en comprarles bicicletas a los turistas, en lugar de fumigar a esos mosquitos comedores de hombres que ha traído aquí el cambio climático. El problema es que, para contar todas esas cosas, uno necesita normalmente tener aire en los pulmones y yo lo único que deseo es coger lo más velozmente posible el puente aéreo. ¿Lo ven?, dirán los nacionalistas, he aquí la demostración de que este hombre odia a su tierra y no ve el momento de abandonarla. Pero no es eso; sino que, en este mismo momento, en toda España, debe ser a ocho mil metros de altura el único lugar donde la atmósfera deja de espesarse y se puede volver a respirar de una manera humanamente normal.
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