Sevilla

Verónicas de pasión y naturales para toros ausentes

Morante toreando de capa, ayer en Sevilla
Morante toreando de capa, ayer en Sevillalarazon

Lucía el sol ayer sobre la Maestranza con la misma intensidad que ardía la expectación por ver el desenlace de una de las corridas más esperadas de la temporada. El mano a mano Cid -Morante con la divisa de Victorino Martín, a pesar de que contaba con visos de desigualdad desde años luz antes de empezar. Pero la gesta estaba sobre la mesa al comenzar el año y el negocio salió redondo para muchos. La plaza hasta la bandera, no cabía un alma, era la Maestranza un puzzle de ilusiones varias, de morbos, algunos atragantados pero dispuestos a alimentarse. De fondo, corrían ríos de tinta, de literatura, los dos toreros del Guadalquivir se medían ante su afición, la conquista estaba clara: el sentir de Sevilla, sus silencios rotos y sus olés profundos. El Cid apostó por la pureza del blanco, blanco y oro, y Morante, cosido de azabache, vistió el color de las rayas que pintan el tercio, ese rojo intenso tan característico del ruedo sevillano. La tarde de los contrastes. Poco pesoSe iluminó el festejo al abrirse la puerta de cuadrillas y se fue apagando según saltaron a la arena los toros del hierro del ganadero de Galapagar, más justos de carne que en otras ocasiones y con muy poco que ofrecer al espectáculo. Pequeñas punzadas fueron consumiendo lo que pudo ser y no fue. Ni apuestas ni redondez. Una sumisión del espectáculo que acabó por echar a perder el engranaje. Mas para los ojos queda el esfuerzo de Cid ante el cuarto, que nunca se empleó de veras, y le metió en vereda sí o sí a izquierdas con fragancia de soberbia, de mando, de gustazo. Mientras los primeros toros parecieron un trámite sin argumento, el cuarto reavivó la casta, en los de luces, claro. Hubo réplicas de quites. Ansias por marcar quién toreaba mejor o quién robaba mejor un lance al animal. Por verónicas lo hizo Morante e igual siguió el de Salteras, que remató con una media. En esa onda, en la de picarse en el terreno del toreo de capa transcurrió el resto del festejo. Hasta que el de La Puebla, al quinto, lo cuajó por verónicas con el mentón hundido, ajustado el embroque y sabor de juampedro, no de victorino. El resto, desilusiones. Más de uno iba diciendo camino del Guadalquivir, "si ya sabía yo...". Pero vino a los toros. Lo dicho, verónicas de pasión y naturales para toros ausentes.