Brexit

Gibraltar y la nostalgia del imperio

La salida deja en el alero el statu quo de la colonia

Llegó la hora de la verdad: Reino Unido y su familia de colonias abandonan con rancio estrépito imperial la Unión Europea. En su ethos más recóndito parece que aquella mitad de británicos que votaron el Brexit sienten que Europa es la que se ha separado de la provecta Albión. Decían los meteorólogos noticiosos: «temporal en el Canal de la Mancha. El Continente queda aislado».

Es el mismo sentir llanito respecto a España. Con el Brexit, queda aislada de Gibraltar. Increíblemente, a través de sus terminales españolas cada vez más engrasadas: asociaciones pseudo sindicales, prensa, departamentos universitarios y hasta «think tanks» españoles de todo pelaje han embaucado a muchos de este lado de la Verja. España no puede sacrificar a 12.000 transfronterizos, dicen, 12.000 rehenes que han encontrado trabajo en Gibraltar. Las cifras no son de fiar pues son vendidas en nuestro país a través de aquellas terminales. La realidad es que cuando se contempló darles un pase especial para facilitar el cruce diario a la colonia, españoles apenas se inscribieron unos cientos. Bueno, el número puede ser cierto, pero no lo es menos que en su gran mayoría son posiblemente británicos de diversa laya que viven en España y trabajan en Gibraltar. La liberación de unos pocos de miles de «rehenes» españoles no sería costosa. Con más de tres millones de parados y por razones de dignidad nacional, puede España sufragar un paro de lujo y compatible con otra ocupación a modo de compensación por la situación laboral causada.

El verdadero rehén, a rescatar de España, sería la economía gibraltareña tras el Brexit. La experiencia pasada ha demostrado que basta con aplicar el Tratado de Utrecht suscrito por España y Reino Unido en su día, y que incluye, entre otras cosas, la interdicción de toda comunicación por tierra, para que aquella economía se desplome a niveles que obligarían a Londres, como ya ocurrió no hace tanto tiempo, a reconvertirla en una economía de subvención. Esto es lo que en todo caso debería ocurrir, terminado el periodo transitorio de un año, al pasar Gibraltar a ser para la Unión Europea un país tan tercero como Marruecos. Lo que muchos se niegan a ver es que lo que hay allí es una única ciudad: Gibraltar-La Linea, dividida por un muro de la vergüenza erigido a principio del siglo pasado por los británicos. Una «verja» que ha servido, entre otras cosas, para dividir al pueblo líneollanito, y acotar una zona en que una parte de ese pueblo, merced a la liberalidad española, vive con una de las rentas más altas del mundo y la otra, con una de las más bajas de Europa. Si los llanitos quieren vivir en la Unión Europea conservando sus pasaportes e instituciones británicas que España no se oponga, pero que vivan como europeos al igual que los de su entorno. De no desearlo que lo hagan como británicos a merced de lo que les caiga de la base nuclear británica. Así lo hicieron sus abuelos. Que tengan en cuenta que las cosas han cambiado pues ahora no se enfrentan con España. Lo hacen con Europa.