Brexit
La nueva Europa
Los Veintisiete deben avanzar en otros objetivos y no sobreestimar la importancia de la negociación con Londres. La historia nos demuestra que en cada reto crítico la integración no sucumbe, sino que sale reforzada
Finalmente y con casi un año de retraso, el 31 de enero de 2020 Reino Unido ejecutará su retirada de la Unión Europea (UE) de forma pactada. Una realidad a la que seguirá un período transitorio para la negociación del futuro acuerdo que regule las relaciones entre ambas partes. En ese período la UE y sus 27 países miembros deberán concertar sus posiciones comunes ante las demandas y condiciones que formule Reino Unido.
Desde luego las continuas indecisiones y las importantes contradicciones políticas que ha mostrado el Gobierno de Reino Unido durante todo 2019, en relación con el Acuerdo de Retirada y la Declaración Política, contrasta con la coherencia política y la unidad negociadora demostrada por la Unión Europea y sus Estados miembros. De ello ya se pueden extraer dos importantes lecciones aprendidas. La primera es que el temido efecto contagio de la salida británica entre otros países con gobiernos ultranacionalistas como Polonia o Hungría no se ha producido. Por el contrario, los resultados de las últimas elecciones al Parlamento Europeo y la constitución de la nueva Comisión Europea demuestran que la Unión Europea está bien consolidada, a pesar de las minoritarias tendencias ultranacionalistas y anti europeas.
La segunda lección es que las divisiones políticas internas en Reino Unido, aunque mitigadas tras las últimas elecciones del 12 de diciembre, debilitan su capacidad negociadora y dan una decisiva ventaja a la Unión Europea y a sus miembros siempre y cuando mantengan la coherencia política y la unidad negociadora, como se ha hecho en los dos últimos años al nombrar y respaldar a Michel Barnier como único representante negociador de la UE.
Pero Bruselas también deberá evitar algunos riesgos a la hora de negociar con Reino Unido. El primero y más peligroso es sobreestimar la importancia de la negociación con el Gobierno de Boris Johnson hasta el punto de condicionar las prioridades de la agenda europea como ha ocurrido durante el último año.
La UE debe seguir avanzando en otros objetivos tan urgentes y decisivos como la salida del estancamiento económico; la recuperación del liderazgo mundial en I+D+i; la consolidación de los mercados únicos energético y digital; el impulso a la Política Común de Seguridad y Defensa como instrumento de la PESC; el reforzamiento de una política migratoria común o la implantación de las medidas medioambientales contra el cambio climático, por citar solo algunos de ellos.
En segundo término, la Unión Europea debe negociar teniendo presente que sus intereses no siempre coinciden con los del Reino Unido, por lo que en caso de discrepancia deberá anteponer sus intereses exclusivos a los compartidos, pero también recordando que existen objetivos comunes (lucha contra el terrorismo y la criminalidad organizada; protección de los ciudadanos residentes en ambas partes; etc.) que solo pueden alcanzarse eficazmente mediante la colaboración entre Bruselas y Londres.
Tercero, debería mantener la unidad de decisión y negociación hasta que se alcance el acuerdo final. Ello requiere resolver las lógicas discrepancias entre los países miembros en el seno de las instituciones europeas, con transparencia pero también con la necesaria discreción para evitar las batallas mediáticas entre los países miembros. Con ello garantizará que la evidente asimetría entre las partes negociadoras (Reino Unido vs UE+27 países) le conceda importantes ventajas durante la negociación y en los resultados finales.
Por último, la Unión Europea deberá considerar detenidamente el impacto que las futuras relaciones bilaterales con Londres tendrán en dos ámbitos claves: la seguridad interior y la acción exterior con terceros países. En la seguridad interior ambas partes han manifestado ya en la Declaración Política su interés en lograr una asociación que incluya la cooperación policía y judicial.
En cuanto a la acción exterior deberán considerarse particularmente las consecuencias para los países con los que se mantienen unas relaciones privilegiadas por sus acuerdos de asociación o por su vecindad, pero también con los que actualmente existen unas relaciones de rivalidad económica, como está ocurriendo con Estados Unidos y China, o estratégica, como es el caso de Rusia. El mutuo y declarado deseo de alcanzar una asociación en materia de defensa, se nos antoja mucho más problemático por dos motivos: por el avance que se está dando con la cooperación estructurada permanente, especialmente en la industria de defensa, en la que una apreciable participación británica perjudicaría a los Estados miembros de la Unión Europea y, en segundo lugar, por las constantes reticencias británicas a avanzar en la Política Común de Seguridad y Defensa mientras estuvo en la UE y que Francia y Alemania evitarán por todos los medios.
Como vemos, existen importantes interrogantes y retos que se nos plantearán a los ciudadanos europeos el día después de la salida del Reino Unido. Este 1 de febrero. Pero la historia nos demuestra, sin la menor duda, que tras cada reto crítico la integración europea no solo no ha sucumbido, sino que ha salido reforzada. Esperemos que esta vez también.
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