Coronavirus

Un confinamiento en ultramar (XXXVII): No digas prohibido, facha

Este martes hubo un funeral en Williamsburg, operado por miembros de la comunidad judía ultraortodoxa. Una celebración masiva

Un grupo de judíos, congregados en Nueva York por la muerte del rabino Chaim Mertz
Un grupo de judíos, congregados en Nueva York por la muerte del rabino Chaim MertzPeter GerberAP

A Bill de Blasio quieren crucificarlo por racista y xenófobo y mala persona e intolerante. Aspiran a escalpar al alcalde de Nueva York los censores del todo, ebanistas del miedo, eternamente pendientes de los pequeños gestos y el subtexto, los neopuritanos y los guardianes de la moral y el cementerio, abanderados del victimismo, coleccionistas de agravios, plañideras de la virtud. Resulta que este pasado martes hubo un funeral en Williamsburg, operado por miembros de la comunidad judía ultraortodoxa. Una celebración masiva. Que violaba todas las ordenanzas municipales. Que reducía al absurdo cualquier intento de seguir las recomendaciones de los especialistas.

En nombre de la religión, las costumbres, la moral particular o el folklore, los vecinos del barrio hicieron de la normativa un sayo, del bien común una pira tutti frutti para saborear despacio. Hágase el fruto de mis caprichos, que llamaremos convicciones, creencias, dogmas, y al resto que arree. El carnaval monstruoso, fiesta del Covid-19, invitación al contagio, tuvo lugar en las inmediaciones de un barrio que primero fue de prófugos de los pogromos y más tarde de artistas y ahora ya de operadores de Wall Street y altos ejecutivos bancarios y fondos buitres, y donde todavía, y especialmente en East Williamsburg, viven miles de judíos ortodoxos.

Uno de los colectivos, por cierto, más golpeado por el coronavirus, junto a los pobres, que aquí en Nueva York acostumbran a ser negros e hispanos. Solo que los hadísicos han sufrido más por sus costumbres, que fomentan la importancia crucial del grupo, y posiblemente también por su ligera tendencia a vivir a su bola, a su aire, a su modo, enrollados al ritmo que marca el aleteo de sus convicciones y siempre dispuestos a señalar a quien ose afear según qué conductas. Airado, casi apoplético, Di Blasio escribió un par de tuits no aptos para los adictos a los tibios cataplasmas sentimentales. «Algo absolutamente inaceptable sucedió en Williamsburg esta noche», escribió en el primero, «una gran reunión fúnebre en medio de esta pandemia».

Segundos más tarde, y para horror definitivo de los rebaños de unicornios rosa chicle, que murieron por decenas, añadió «Mi mensaje para la comunidad judía, y para todas las comunidades, es así de simple: ha pasado el tiempo de las advertencias». La reacción fue de aupa. De tal calibre que el alcalde trató de defenderse porque, dijo, habló así por culpa de la angustia y el amor. «Hablé anoche por pasión, no podía creer lo que veía», dijo, «Fue muy, muy angustioso. Una vez más, esta es una comunidad que amo, esta es una comunidad con la que he pasado mucho tiempo trabajando de cerca, y si viste ira y frustración, tienes razón». Como explican The Daily Best, le respondieron los «líderes de la Liga Anti-Difamación» y del «Consejo de la Ciudad», que «condenaron los tweets del alcalde como una generalización sobre la comunidad judía de la ciudad de Nueva York.

Chaim Deutsch, miembro del Consejo de la Ciudad, dijo que los comentarios eran «ofensivos, son estereotipos e invitan al antisemitismo». Rodeado, masacrado, Di Blasio sostiene que lamenta «si la forma en que lo dije de alguna manera le dio a la gente la sensación de ser tratada de forma incorrecta. No era mi intención. Fue dicho con amor, pero fue un amor duro, fruto de la ira y la frustración».

Imagino que a estas alturas todos ustedes están al tanto de Unorthodox, la serie de Netflix dedicada a la comunidad judía ultraortodoxa de Williamsburg, rama Satmar, formada por descendientes de los supervivientes a los trenes de la muerte y el Holocausto en Rumanía y Hungría, y a la peripecia de una joven valiente, que escapa a Berlín, sedienta de autonomía y libertades. Pues bien, mucho cuidadín con encarar la realidad puritana, y enemistada con la ciencia, de unos grupos humanos que parecen creer posible convivir con el resto de conciudadanos si atenerse a las códigos compartidos.

Te arrojarán al infierno, te llamarán canalla, maldecirán tu nombre y el de tus descendientes. Serás paseado, como ejemplar de cafre o rinoceronte lanudo, por todos los circos donde reina supremo el jurado de la virtud. Ayer comandado por los eternos reaccionarios y hoy comandado por una izquierda francamente insufrible, se desencadenó el enésimo abordaje contra la inteligencia, el sentido común y la higiene mental.

Estamos a cinco minutos de que los sea imposible reivindicar el cumplimiento de cualquier norma, con el pretexto de que el celo de las autoridades, pongamos la policía de tráfico, nos hace pupa.