Coronavirus
Un confinamiento en ultramar (lVI): Sánchez o el rape (abisal)
Sánchez funciona con la democracia parlamentaria como el rape abisal macho con la hembra, a la que llega a fusionarse para vivir del néctar de su sangre
El eurocomunismo desembocó en la socialdemocracia, donde desovan y encuentran ofertas de empleo algunas de sus mejores cabezas, y la socialdemocracia, que no levanta cabeza en Europa, aceptó los modos, manuales y discursos del extremismo populista y friqui para sobrevivirse. Quiero decir que salimos de Santiago Carrillo y acabamos en Doris Benegas, y que la casa común es, cada día más, un engendro más parecido a la izquierda Castellana, soberanista y friqui, que hacía el primo durante las manifestaciones del 1 de mayo, que el socialismo democrático, europeísta, atlantista y cínico de González y Guerra. Ante el invierno nuclear que afecta a los emblemas socialdemócratas, con los primos italianos y franceses achicharrados al contacto del populismo de izquierdas y la insurgencia de los berlusconistas y lepenitas, tocaba rearmarse. Pedro Sánchez comprendió a tiempo para salvarse que necesitaba usar las herramientas de la pandemia iliberal. Solo así, desde la completa falta de conciencia y el posibilismo más carnicero, explicamos el viaje de un PSOE con rostro Sánchez y vísceras de serrín barato. El partido no existe. Ha sido sustituido por un robot y cosido en los mejores talleres de taxidermia monclovita. Sirve como vehículo que comunica al presidente con la posteridad, que en su caso nunca va más allá de pasado mañana.
Sánchez, parásito de un cuerpo electoral concebido como respuesta a todas sus plegarias, funciona con la democracia parlamentaria como el rape abisal macho con la hembra, a la que llega a fusionarse para intercambiar fluidos y vivir del néctar de su sangre. Sánchez/rape proporciona el esperma del que nacerán nuevas prórrogas y nuevos anuncios antifascistas y, en general, cuanto contribuye a distanciarle de su destino manifiesto como concejal de festejos en un pueblo de quinientos habitantes; la democracia/rape, a cambio, nutre su ego de falso estadista con arboladura humana de resentido social y medrador versado. Nadia Calviño, único nexo del actual gobierno, junto a Margarita Calvo, con el socialismo no esquizoide, ha tenido que salir al paso de los acuerdos y desacuerdos de Sánchez y la doctora Adriana Lastra con Bildu. Bildu, sí, ultranacionalistas a los que el votante del PSOE hace carantoñas porque en España apenas si quedan progresistas. Hay soberanistas o amigos del soberanismo, nacionalistas de todo lo que no huela a nación de ciudadanos libres e iguales, partidarios del dumping fiscal, enamorados de la jactancia tribal, flipados con los derechos medievales y descocados inmunes a la gobernanza libre de anteojeras grupales, y también hay antropófagos del consenso, enemigos de la concordia, partidarios de la barricada, odiadores de cuanto traiga aroma a liberal, conservador o democristiano y enfáticos carnívoros del tejido democrático. Pero progresistas, lo que se dice progresistas, lo que los antiguos entendían por progresista, o sea, gentes comprometidas con el progreso, con la igualdad de oportunidades, ni uno. No puede haber regeneracionistas ni maestros de moral entre una peña que considera legítimo el articulado de un acuerdo con Bildu que, primero de todo, naturaliza en el ecosistema político a una formación que, entre otras hazañas, sigue sin presionar a los asesinos convictos y confesos para que ayuden a esclarecer, en la medida que el tiempo y los muertos lo permitan, algo así como trescientos asesinatos.
No encontraremos atisbo de dignidad o elegancia entre los que brindaron por el engendro con Bildu, que al cabo son los mismos, los mismos frescos, que dieron por buena una moción de censura con unas formaciones que, caso de varios de los principales dirigentes de ERC, diseñaron, promocionaron, alentaron y ejecutaron el ataque contra el ordenamiento democrático. Tampoco parecen tener problema en deglutir las perdigonadas de bosta que casi a diario les da de beber el vicepresidente del gobierno, Pablo Iglesias. Un tipo que nunca traicionó porque hace ya años que avisa de que los únicos que supieron descifrar la trampa fundacional que envenenaba de raíz el régimen del 78 fueron los terroristas de ETA. El mismo que ante las amenazas de los escrachadores proceder a recordarnos y recordarles quién trajo los escraches a España y puede demostrar cuándo queramos como demonios hacer uno en condiciones. Un Iglesias que no puede molestarse por las paridas voxistas porque las algaradas callejeras en tiempos de crisis son patrimonio suyo, ingeniería explosiva al servicio de la demolición institucional, así en la Gran Recesión como bajo la zarpa del virus.
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