George Floyd
Restaurar la fe en América: estas son las tres claves
Luchar contra el racismo, la impunidad policial y las armas es esencial para que Estados Unidos vuelva a ser el faro que ha de guiar al mundo
“A shining city upon a hill”, esta frase, de origen bíblico, que se traduce como “una resplandeciente ciudad en la cima de una colina”, es el origen del ethos estadounidense, que se ve como el faro que ha de guiar y alumbrar a un mundo en penumbra. Esta frase citada por primera vez en 1630 por el puritano John Winthrop en Southhampon, Reino Unido, antes de zarpar hacia la bahía de Massachussets, ha sido repetida hasta el hastío por políticos del país norteamericano para remarcar la singularidad del pueblo estadounidense y su deber de marcar la línea moral que el resto del mundo habría de alcanzar.
El problema, si me permiten, es que ese liderazgo está hoy en entredicho. En los últimos años, Estados Unidos, que parece estar volviendo a sus instintos aislacionistas ha apostado por dejar de liderar el mundo occidental construido sobre los valores liberales del Estado de Derecho, la igualdad y la responsabilidad. Esta posición hacia el exterior viene lacrada por unos importantes problemas internos que han erosionado el tejido social y político de un país que supo, más de una vez, enfrentarse al totalitarismo.
Tres son los principales problemas que erosionan la cohesión social y política del país. El primero un racismo institucionalizado en ciertos sectores del país que ha resultado en una profundad desigualdad que va más allá de la situación económica de cierta parte de la población. Segundo, una policía militarizada, que goza de una impunidad inusitadaen un Estado de Derecho, blindada por mecanismos constitucionales como la conocida “Inmunidad Cualificada” que permite al agente involucrado zafarse de cualquier responsabilidad legal escudándose en un supuesto amparo de la actuación en el ámbito de su profesión. Básicamente, esta “Inmunidad Cualificada” establece que el policía queda libre de cualquier responsabilidad si el hecho exacto del que se le acusa no ha sido juzgado anteriormente. Tercero, las armas. Un país en el que los rifles de asalto están al alcance de cualquiera, hace de la combinación de estos puntos una mezcla verdaderamente peligrosa.
En los años que siguieron a la guerra civil, la esclavitud fue abolida, pero los abusos, persecuciones y linchamientos se convirtieron en la realidad del día a día para millones de ciudadanos de “la tierra de los libres”. Si a algún lector ésta le parece lejana, que recuerde el nombre de Irene Triplett, que falleció a sus 93 años el 31 de mayo de 2020. Esta señora era la última persona en recibir una pensión ligada a la guerra civil, en la cual su padre, que tenía 83 años cuando nació su hija, había luchado, curiosamente, para ambos bandos.
La esclavitud ha lastrado históricamente al país, y ha dejado importantes secuelas en todas las relaciones sociales, políticas y económicas. No fue hasta finales de la década de los años 60 del siglo pasado que, en principio, se consiguió la igualdad tras el movimiento de Derechos Civiles. Este movimiento tuvo que hacer frente al rechazo mayoritario de la sociedad estadounidense.
Según “TheWashington Post”, los movimientos de protesta en autobuses o restaurantes segregados habrían tenido entre un 57% y un 61% de la población en contra. Según “The New York Times”, el porcentaje de la población que apoyaría la protesta contra el racismo de “los arrodillados” sería únicamente del 36% en 2017.
Por si cupiera aun la duda cabe destacar que la población carcelaria de Estados Unidos es la más alta del mundo con 2,2 millones de presos, de los cuales el 40% sería negro. En 2011, de los casos denunciados por la Unión por la Libertades Civiles de Nueva York de detenciones aleatorias en Nueva York, el 52,9% eran negros, el 33,7% hispanos y el 9,3% blancos. De éstos, el 90% resultaron ser inocentes.
Por último, habríamos de recordar un triste discurso de Eric Holder, fiscal general del Estado (un puesto que también equivaldría al de ministro de Justicia) con Barack Obama, en el que denunciaba tener que tener lo que denominaba como “la charla” con su hijo, del mismo modo en que su padre la tuvo con él, sobre cómo actuar en caso de ser algún día parado por la policía y evitar así la desgracia que muchos otros no han podido escapar. Como se pueden imaginar, Holder es negro.
Los escenarios de protesta que se vienen dando por todo Estados Unidos son lógicos, son legítimos. La protesta es un derecho inalienable de todo ciudadano que vive en una sociedad democrática. Pero esta protesta ha de ser pacífica, o corre el riesgo de perder toda justificación moral.
Los escenarios de saqueos, robos, agresiones, asaltos y todo tipo de ataque han de ser fuertemente condenada. Del mismo modo, cabe denunciar las protestas llevadas a cabo por grupos armados con fusiles de asalto ante diversos parlamentos estatales, como el del Estado de Michigan o Pensilvania el pasado mes. Las armas no tienen espacio en una protesta. Toda violencia, venga de donde venga, es inaceptable.
No se puede defender el derecho a manifestación pacífica de unos y no de otros, como hemos visto en nuestro país por parte de todo tertuliano de radio y de televisión dependiendo de su inclinación política. La manifestación es un derecho sagrado.
La lucha contra el racismo, un deber irrenunciable.
*Es profesor de Relaciones Internacionales
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