Policía

Así militarizó el Pentágono a las policías de Estados Unidos

El Programa 1033 permite al Departamento de Defensa transferir equipamiento militar excedente a los cuerpos policiales de todo el país

Un carro blindado de la policía en una manifestación en Mineápolis
Un carro blindado de la policía en una manifestación en MineápolisCurtis ComptonAP

En las últimas décadas, los departamentos de policía en Estados Unidos han adquirido la apariencia de cuerpos militares. Cada vez más expertos indican que sus tácticas y los dispositivos utilizados, propios de las Fuerzas Armadas, generan tensión y una violencia extra en un país donde la policía mata a mil personas al año. Estos despliegues son más evidentes frente a las protestas callejeras como las que se producen ahora en ciudades como Mineápolis, Los Angeles o Seattle.

En 2014, la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) informó que los departamentos de policía de Arizona habían acumulado un arsenal militar que incluía: 712 rifles, 64 vehículos blindados, 704 artículos de visión nocturna, 830 unidades de equipo de vigilancia y en un departamento, “una ametralladora calibre 50 que dispara balas lo suficientemente potentes como para atravesar los edificios en varias manzanas de la ciudad”.

Los partidarios de este fenómeno argumentan que se ha aumentado la efectividad policial en el combate contra el crimen, pero los críticos sostienen que la militarización de los cuerpos de policía locales, estatales y federales no ha hecho más que aumentar la violencia en las ciudades del país. “Nuestras calles deberían ser lugares para las tiendas, las familias, el esparcimiento, no para los tanques de guerra ni fusiles M-16”, defiende el legislador demócrata Hank Johnson.

Scott Gac, profesor de Historia de EE UU en la Universidad Trinity, sitúa el origen de este cambio en la década de los sesenta del siglo pasado. “En respuesta a la protesta por los derechos civiles y los disturbios urbanos en torno a 1960 muchos departamentos de policía locales y estatales desarrollaron equipos de policía de élite, los llamados SWAT. Estas unidades llevaron armas y tácticas militares a las calles de Estados Unidos”. Aunque originalmente fue diseñado para su despliegue en circunstancias extremas, con el tiempo, el uso de los equipos SWAT ha aumentado. Sus intervenciones en domicilios en busca drogas se cuentan por miles. Según Michelle Alexander, pasaron de producirse cientos de despliegues en los setenta a más de 30.000 en la década de los noventa.

La militarización policial en Estados Unidos ha ido de la mano del Programa 1033, lanzado en 1997 a partir de la Ley de Autorización de Defensa Nacional. Gracias a ella, el Pentágono puede deshacerse del material sobrante traspasándolo a las autoridades locales a un precio más bajo a condición de que las agencias policiales utilicen el equipamiento en el mismo año de su adquisición. De esta manera el Departamento de Defensa suministra no solo equipos de oficina, de transmisión de radio y uniformes sino también rifles, vehículos blindados, aparatos de visión nocturna, cuchillos de combate cuerpo a cuerpo y tanquetas acorazadas, entre otros.

Según The Wire, desde el inicio de este programa se ha movilizado material militar por valor de 7.400 millones de dólares a más de 8.000 departamentos policiales de todo el país. La ACLU, por ejemplo, descubrió que había 500 comisarías que tenían vehículos protegidos contra emboscadas resistentes a las minas que habían sido fabricados para esquivar las minas terrestres y las bombas en las carreteras en Irak.

“Lo que han hecho programas como el 1033 es proporcionar a los profesionales equipamiento para llevar a cabo operaciones que tradicionalmente eran realizadas por equipos tácticos que de otra forma no hubieran podido obtenerlo”, sostiene el politólogo Jonathan Mummolo.

Tras la muerte de Michael Brown a manos de un policía en la localidad estadounidense de Ferguson, el presidente Barack Obama firmó una orden ejecutiva que prohibía a las policías estatal y local recibir determinados artilugios militares, como lanzagranadas, bajo el amparo del programa 1033. Estas restricciones fueron levantadas en 2017 por orden de Donald Trump.

Las protestas que han sacudido Estados Unidos tras la muerte del afroamericano George Floyd apuntan a la brutalidad policial, que se ceba tres veces más con los negros que con los blancos, a menudo asociada con la militarización de sus agentes. En este contexto, algunos miembros del Congreso están pidiendo una legislación para restringirlo o eliminarlo por completo, como ha dicho el legislador Rubén Gallego: “Los policías comunitarios no son soldados. Los compañeros estadounidenses no son el enemigo. Debemos dejar de proporcionar armas de guerra a la policía ".

En realidad, el origen de esta política se encuentra en 1990, bajo la presidencia del republicano George Bush, con el llamado programa 1208, aprobado en el marco del combate al tráfico de drogas. Dicho programa se convirtió en una herramienta para que el Pentágono distribuyera sus excedentes a las policías de todo el país siempre y cuando fuera destinado al combate contra el narcotráfico. Pero fue el presidente Bill Clinton quien eliminó ciertas restricciones y puso a disposición de todos los cuerpos el material militar que ayudara en el mantenimiento del orden con el citado programa 1033, una estrategia que se fortaleció a partir de los atentados del 11-S.

A la vista de la respuesta del Gobierno de Trump a las protestas callejeras, cada vez son más los que piden una desescalada en el equipamiento militar de las policías. Varios estudios revelan una relación directa con el aumento de muertos (hasta un 130% más) a manos de los agentes cuando éstos disponen de material militar.

Otros expertos resaltan la creciente mentalidad militar de los cuerpos policiales, donde más allá del equipamiento bélico existe una manera de pensar fomentada por las academias de formación, en las que a veces impera la óptica militarista y la cultura del soldado contra el enemigo.