Estados Unidos
Boicot a la investidura del 45º presidente de EE UU
Más de 60 congresistas demócratas no acudirán mañana al juramento, mientras varios grupos piden autorización para manifestarse en su contra.
Más de 60 congresistas demócratas no acudirán mañana al juramento, mientras varios grupos piden autorización para manifestarse en su contra.
El derecho al último pataleo parece haberse instalado entre los congresistas estadounidenses. Hasta ayer, eran 64 los que ya han anunciado que no acudirán mañana al acto de investidura de Donald Trump. Se sienten ofendidos por el hecho de que el nuevo inquilino de la Casa Blanca, el nuevo líder del «mundo libre», sea una persona tan controvertida, irreverente y poco formada como el magnate inmobiliario. Sin embargo, Trump, a quien lo único que le interesa es el espectáculo y el marketing, parece importarle poco el desplante. De hecho, en una entrevista concedida al programa «Fox & Friends», aseguró que si no quieren ir, «que le den sus entradas». «Necesitamos sus asientos con urgencia. Espero que me devuelvan los tickets», dijo burlándose del boicot de los congresistas y como si de un evento deportivo se tratara.
Quien abrió la veda entre los legisladores fue uno de los grandes iconos de los derechos civiles en EE UU, el congresista de Georgia John Lewis. Su decisión vino a raíz de un enfrentamiento con Trump que se acrecentó tras los comentarios del magnate en Twitter, en los que acusó a Lewis de ser «horrible» y «estar infectado de crimen». Previamente, el congresista había asegurado que no reconocía a Trump como un presidente legítimo. Desde entonces, más de 60 legisladores demócratas han seguido los pasos de Lewis, algo inédito en la historia de Estados Unidos. Entre ellos están Joaquín Castro, hermano de Julián Castro, una de las esperanzas del Partido Demócrata para convertirse en el primer presidente hispano. También el congresista de Arizona Raúl Grijalva, defensor de los derechos de los latinos en este Estado, o Luis Gutiérrez, de Illinois, con el que coincidió el presidente Barack Obama en su época de senador.
Este desaire al nuevo presidente de Estados Unidos ha provocado cierta división en el Partido Demócrata, ya que hay quienes consideran que asistir a la ceremonia es una obligación constitucional, ya que responde (su elección) a la voluntad popular. La congresista por California Nancy Pelosi, líder de la minoría demócrata en el Congreso, reconoció que «es una responsabilidad, algo maravilloso que tiene nuestro país, la pacífica transferencia de poder».
Esta sonada espantada de la Cámara de Representantes no ha tenido eco en el Senado, donde sus cien representantes acudirán puntuales a la cita de mañana. Según varios analistas políticos, esto puede deberse a que 25 de estos cargos deberán enfrentarse a la reelección el año que viene, y un plantón en el acto de investidura podría traducirse en un castigo en las urnas.
Pero no sólo un grupo de congresistas rebeldes darán la espalda aTrump, sino que numerosos artistas se han negado a participar en los festejos de su investidura. Durante la entrevista realizada a la Fox, el presidente electo afirmó que no le importa lo más mínimo. Mañana se espera la asistencia de unas 800.000 personas, cifra muy por debajo de los 1,8 millones que acudieron a la toma de posesión de Barack Obama en 2009 y del 1,2 que registró el presidente Lyndon B. Johnson en 1964. En lo que sí que batirá Trump un nuevo récord es en el número de manifestaciones programadas en su contra que han sido convocadas estos días en Washington.
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