César Vidal
Che: ¿Chacal o Mesías?
El medio siglo de la muerte de Ernesto Che Guevara vuelve a colocar en primera plana al guerrillero argentino, icono de la izquierda revolucionaria. A cincuenta años, sigue siendo pertinente la pregunta acerca de quién fue en realidad
El medio siglo de la muerte de Ernesto Che Guevara vuelve a colocar en primera plana al guerrillero argentino, icono de la izquierda revolucionaria. A cincuenta años, sigue siendo pertinente la pregunta acerca de quién fue en realidad.
Corría el año 1967 y más concretamente el domingo 8 de octubre cuando Félix Ismael Rodríguez, un exiliado cubano que servía en la CIA y estaba destinado en Bolivia, recibió la noticia de que habían capturado a un guerrillero en la zona de La Higuera. Al día siguiente, tras informar a sus superiores en Langley, Virginia, Rodríguez se desplazó a encontrarse con el guerrillero más famoso del momento, el argentino Ernesto Che Guevara. La CIA quería mantenerlo con vida y proceder a interrogarlo, pero las autoridades bolivianas habían adoptado la decisión de ejecutarlo. Tuvo así lugar la ejecución del Che unida al destino dudoso de su cadáver sobre el que no existe menos controversia que la provocada por los restos de Cristóbal Colón.
Morir joven es una circunstancia trágica, pero que la Historia premia en no pocas ocasiones con la aureola del martirio e incluso el velo de la inocencia. Ernesto Guevara iba a convertirse así en un punto de referencia para la izquierda inmortalizado en camisetas, tazas y libros. El Che sería incluso comparado con Jesús de Nazaret también, supuestamente, revolucionario, joven y ejecutado por el imperio. La realidad histórica de Guevara no es tan halagüeña. Sus compañeros de guerrilla lo llamaban Che por su origen argentino, pero también el Chancho por su escasa afición a la higiene personal. Sus enemigos no dudaron en motejarlo como el Chacal dado el placer que sentía – reconocido por el mismo Guevara – al ejecutar a sus enemigos. Nacido en una familia de clase media alta, enfermo de asma y estudiante – que no graduado – de Medicina, desde muy joven lo poseyó una vena aventurera que lo llevó a recorrer una parte de Hispanoamérica en moto. De ese episodio surgirían un mal libro y una aceptable película, pero, sobre todo, leyendas como las de los indígenas que siguen afirmando que hace décadas un joven Guevara los curó en Machu Pichu. En Perú conoció a la trostkista Hilda Gadea que, mayor que él, lo adoctrinó en el marxismo más radical y le dio una hija. Guevara señalaría que no habría mantenido relaciones sexuales con ella porque “estaba con bastante asma... lástima que sea tan fea”.
El siguiente jalón de su vida sería Guatemala donde respaldó al reformista Árbenz cuya mayor desgracia fue perjudicar los negocios de una multinacional cuyo abogado era hermano del director de la CIA. Si Árbenz era marxista se seguirá discutiendo – hay razones para dudarlo – pero Guevara ya estaba comprometido a esas alturas con la extensión violenta del comunismo. También – todo hay que decirlo – con una visión de superioridad moral, propia de las Nomenklaturas comunistas, que, en su caso, no dudó en chapotear en el racismo más escandaloso. De los indígenas, escribiría que eran una “grey hedionda y piojosa” que “lanzaba un tufo potente, pero calentito”. Tampoco se contendría a la hora de afirmar que los campesinos bolivianos eran “como animalitos”. De los negros no dudaría en señalar que eran “magníficos ejemplares de la raza africana que han mantenido su pureza racial gracias al poco apego que le tienen al baño”, aserto cuando menos llamativo procediendo de él.
Refugiado en México tras la caída de Árbenz, Guevara conoció allí al cubano Fidel Castro y se unió al Movimiento 26 de Julio. Ya en esa época, algunos de sus compañeros comenzaron a contemplarlo con desagrado dado su nada oculto racismo.
El 2 de Diciembre de 1956, el grupo de revolucionarios desembarcó en playa Las Coloradas, al sur de la provincia de Oriente, cerca de Sierra Maestra. La operación fue una auténtica calamidad, pero Castro y un reducido grupo lograron sobrevivir e internarse en la sierra. La sumisión total a Castro derivó en que Guevara – que sufría constantes ataques de asma - fuera nombrado comandante por encima de otros guerrilleros con más méritos.
En esa época, Guevara formó un tándem con el actual dictador cubano que, entre otras finalidades, perseguía la de desalojar de posiciones relevantes a otros insurgentes cuyo aliento era mucho más democrático. Negras tinieblas caracterizaron aquellos tiempos en que Frank País fue delatado siguiendo instrucciones de Fidel Castro – lo que derivó en su muerte – o los revolucionarios santiagueros acabaron teniendo que integrarse con la guerrilla castrista de Sierra Maestra. Guevara no ocultaba que veía el modelo en los países del telón de acero – a los que denominaba de la cortina de hierro siguiendo un modismo muy propio de Hispanoamérica – lo que provocó la oposición de aquellos que, como René Ramos Latour, respondían que no le veían sentido a librarse “del nocivo dominio yanqui por medio del no menos nocivo dominio soviético''.
Para cuando la guerrilla iba a iniciar la invasión de las provincias occidentales, el mando militar estaba en manos de Guevara y de Camilo Cienfuegos. No deja de ser significativo que, en lugar de lo sostenido por el mito, el Che lograra avanzar mediante el inteligente recurso de sobornar a jefes corruptos de las fuerzas de Batista como el coronel Dueñas. A esas alturas, la reputación totalitaria de Guevara lo había precedido. Así, al llegar a la provincia de Las Villas, los guerrilleros anti-Batista se negaron a reconocer su mando y lo mismo sucedió con el Segundo Frente Nacional de El Escambray. Incluso el famoso episodio de la captura del tren blindado no es sino un mito ya que el mérito no correspondió a Guevara sino a los hombres del Directorio Revolucionario.
La huida de Batista y la toma del poder por Fidel Castro deparó a Guevara una inmensa capacidad para la represión que aprovechó hasta las heces. Designado jefe militar de la Fortaleza de La Cabaña, Guevara asesinó personalmente en su oficina, al teniente Castaño, Jefe del BRAC (Buro Represivo de Actividades Comunistas) y ordenó centenares de muertes documentadas. La sangre fría con que llevó a cabo los crímenes sólo encuentran parangón entre los chequistas más sanguinarios de la Unión soviética o de la guerra civil española y los comandantes de los campos de exterminio nazis.
En los años siguientes, Guevara desempeñaría funciones de presidente del Banco Nacional de Cuba y de ministro de Industrias. Sin embargo, su popularidad vendría relacionada con una propaganda que lo presentaba como el “hombre nuevo” del comunismo cubano y con sus propias afirmaciones en las que se jactaba de que seguiría fusilando sin piedad de manera indefinida o de que su intención era crear muchos Vietnams para destruir a los Estados Unidos. Incluso pasaría por España – donde hubo que abrirle en día de fiesta unos grandes almacenes para que pontificara delante de las cajeras – repitiendo sus soflamas.
Guevara nunca fue un genio militar y ni siquiera alcanzó la categoría de táctico discreto. Por mucho que escribiera un libro sobre la guerra de guerrillas, dejó constancia, vez tras vez de su incompetencia. Lejos de ser el Empecinado, Lawrence de Arabia o Chapáyev, no pasó de ser un fanático comunista, machista y racista sin el menor escrúpulo a la hora de derramar sangre. Fracasó en el Congo en su intento de apuntalar a una dictadura de izquierdas y lo mismo sucedió en Bolivia.
Se discutirá mucho tiempo si la expedición boliviana fue una idea de Fidel Castro para deshacerse de su cercanía. No es fácil saberlo. Sí está acreditado que a esas alturas los países de lo que él denominaba la Cortina de hierro lo contemplaban con creciente escepticismo. Como baza propagandística podía tener un cierto interés, pero en cualquier otro aspecto era una completa nulidad. La idea de intentar extender la revolución en Bolivia no era tan descabellada como se ha insistido no pocas veces. A decir verdad, Bolivia podía ser una buena base para inyectar la subversión en casi media docena de naciones. Cuestión aparte es lo que el Che daba de si que era muy poco. Enfrente no tenía un gran ejército, pero bastó la detención de su amigo, el compañero de viaje Regis Debray, para que toda la estrategia, si así puede llamarse, se viniera abajo. Como diría un alto jerarca militar, se decidió fusilarlo en la convicción de que “así aprenderán que no se puede venir a Bolivia a joder”. Murió así el sanguinario comunista y se reafirmó la leyenda.
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