Ensayo nuclear Corea del Norte
De vacaciones en un país al borde de la guerra
Pese a la amenaza de Kim Jong Un, los extranjeros siguen viajando al aislado país Los guías del régimen escoltan a los 5.000 turistas que visitan cada año Corea del Norte
El mundo mira con preocupación a Corea del Norte, pero en las calles de Pyongyang se teme exactamente lo contrario: un ataque imprevisible y despiadado proveniente del exterior.
El mundo mira con preocupación a Corea del Norte, pero en las calles de Pyongyang se teme exactamente lo contrario: un ataque imprevisible y despiadado proveniente del exterior. «He hablado con mucha gente nerviosa y preocupada por si Estados Unidos bombardea la ciudad. Se sienten amenazados y víctimas del imperialismo y dicen que Obama está loco y que les podría lanzar un cohete atómico», asegura Chris Fox, un estudiante canadiense de 24 años que regresó ayer por la tarde de uno de los destinos turísticos con menos glamour del mundo: la dictadura de Kim Jong Un.
La propaganda norcoreana sigue engrasada y funcionando gracias al aislamiento de un país desconectado de internet, donde la prensa la dicta el régimen y sólo la élite, o quien arriesga la vida sintonizando un canal extranjero, sabe lo que ocurre más allá de las fronteras. «Tienen menos información de lo que ocurre en su propio país que cualquier lector de periódicos en Canadá», comenta Fox.
Los cruces de acusaciones y el clima de tensión en el que se hainstalado la península parecen contrastar con la normalidad que reina en sus ciudades. Turistas de todas las nacionalidades siguen entrando en Corea del Norte por la frontera con China y visitando en persona algunos de los lugares que estos días aparecen en los titulares de los informativos.
«Nos embarcamos en tren desde Dandong, China, hace cuatro días y hemos vuelto hoy [por ayer]. Hemos estado en la capital, en la frontera con Corea de Sur viendo a los soldados desde el lado norcoreano, en Kaesong y en una montaña muy linda. La comida que nos han dado era riquísima y la gente muy amable y cariñosa con nosotros. Nos han tratado con una amabilidad impresionante. Son una sociedad agrícola y tienen una candidez especial», explica nada más bajar del tren Juan Pablo Ortiz, un mexicano de 34 años que vive desde hace cinco en Shanghái y quien contrató una agencia de viajes china para visitar el «país ermitaño» hace un mes. «Lo tenía pagado y no quería anular el viaje. No me dio mucho miedo. Estuve leyendo e informándome con gente que conoce bien el terreno y decidí que no había ningún peligro», asegura.
Las excursiones a Corea del Norte están abiertas casi todo el año y sólo se cierran en momentos de especial tensión. En las últimas semanas, a pesar de las amenazas de Kim Jong Un de desatar una guerra nuclear, las agencias han seguido funcionando con normalidad. «No he notado ningún cambio y mis colegas que están allí dicen que la televisión habla de ello y que algunos soldados están siendo movilizados con más énfasis de lo habitual, pero nada más. Yo he estado treinta veces y, aunque siempre me enseñan lo mismo, sé diferenciar cuándo las cosas marchan bien. No creo que haya guerra, todos tienen mucho que perder», dice Zhang Li, guía de la agencia North Korea Tours de Dandong. Unos 5.000 turistas (la mitad chinos) que viajan al año a Corea del Norte no pueden en cualquier caso visitar el país conlibertad. Se pasan la horas escoltados por guías del régimen queactúan como comisarios políticos, visitan durante el día monumentos delirantes y son «encerrados» por las noches en hoteles como el Yanggakdo, situado en una isla rodeada de soldados. «Los extranjeros vienen por el morbo, por curiosidad, igual que los chinos más jóvenes. Luego tenemos otro tipo de turistas, chinos mayores que quieren ver un sitio que les recuerda a su infancia. Hace treinta años China era más o menos así», recuerda Zhang.
José Luis Munera, un colombiano que también salió ayer del país por la frontera con China, lo describe como «una experiencia increíble». «Ha sido muy interesante verlo con mis propios ojos y no a través de la Prensa occidental, que cuenta sólo una parte de la historia. Sí es verdad que allí no estábamos enterados de nada y nuestros guías estaban muy nerviosos con la situación en el exterior, creo que estaban un poco asustados. La verdad, no tenemos muchas noticias porque allí estás aislado. ¿Qué ha pasado? ¿Qué se dice aquí?», preguntaba cinco minutos después de salir del tren y pasar el control de aduanas.
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