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Testigo directo: «Había 40 heridos a mi alrededor»
Los testigos de las explosiones relatan las escenas de horror vividas en los ataques del Metro y el aeropuerto de Bruselas
«Según los testigos en el lugar de los hechos, se han escuchado disparos en el hall de salidas del aeropuerto de Bruselas, antes de que una persona gritara algo en árabe y de que se registraran dos explosiones», ha señalado «Le Soir».
Eran las 7:45 horas de la mañana y el aeropuerto internacional de Zaventem en Bruselas estaba lleno de gente. Decenas de trabajadores de la capital comunitaria empezaban sus vacaciones de Semana Santa. En las zonas de facturación de American Airlines y de Brussels Airlines un terrorista suicida terminó con la vida de todos los que estaban a su alrededor. David Cru-nelle, artista gráfico residente en Bruselas, relata a LA RAZÓN cómo presenció ese primer ataque. «Había entre 30 y 40 personas heridas a mi alrededor. Los cristales se habían roto con la detonación y por eso había más víctimas. También vi unos cuantos cuerpos, seis o siete, en el suelo, cerca de la entrada de la terminal», explica. El joven pronto se dio cuenta de que no había sido un accidente: «El sonido era muy particular, no había sido un fallo técnico. Todos nos dimos cuenta inmediatamente de que estábamos en peligro», recalca. «Sólo transcurrieron entre tres y cuatro segundos entre las dos bombas». Y es que, poco después de que se inmolara el primer terrorista, en la terminal se escuchó otra detonación. Crunelle, al contrario de lo que afirman otros testigos afirma que «no oí ningún disparo y estaba muy cerca. Sé que encontraron un arma, pero al margen de las explosiones no he escuchado nada más».
«Veía a gente moviéndose alrededor en estado de shock, pero yo permanecía más pendiente de lo que estaba ocurriendo. Me olvidé del miedo». Un vídeo que él mismo colgó en su perfil de Twitter refleja el estado de alarma en el que se encontraban los viajeros.
Una gran columna de humo salía del aeropuerto al mismo tiempo que los pasajeros salían en estampida de Zaventem. Alphonso Youla, de 40 años, tiene sangre en las manos y en el pantalón. «No es la mía, es de las personas a las que he ayudado a salir». Trabaja en la terminal embalando las maletas de los viajeros. «Estaba a unos cinco metros de la primera explosión», describe al diario belga «La Libre». «Escuché a alguien decir algo en árabe justo antes de esa primera bomba. No le entendí porque yo no hablo árabe». Inmediatamente después se escondió bajo los mostradores de Brussels Airlines. «Mi jefe salió corriendo enseguida. Yo levanté la vista y vi a una mujer sobre las escaleras. Estaba partida en dos por la explosión», relata. Gran parte del techo cayó encima de los viajeros y «dos personas mayores le pedían ayuda a un chico joven. Estaban atrapados». Youla ayudó a salir a otras cinco personas, mientras pasaba al lado de «unas mujeres que estaban tiradas en el suelo. No sé si eran víctimas mortales». El trabajador, para conseguir salir asegura que «tuve que apartar a dos policías que tenían las piernas destrozadas. Me quedé en shock. Había muchas personas con las extremidades amputadas». A Anthony Deloos, trabajador de Swissport, también le dio tiempo de esconderse detrás de la cinta giratoria de facturación. «Creo que estábamos a unos 20 metros de la bomba. Un militar intentaba ayudar a un herido o muerto», describe el joven. Él no recuerda si hubo o no disparos, pero «uno de mis colegas vio un casquillo de bala de un Kalachnikov».
El francés Lahouani Ziahi tiene claro que lo suyo es un milagro: «Pasé por delante de la sala Bataclan de París 15 minutos antes del tiroteo». También estaba en el aeropuerto de Zaventem en el momento del atentado, pero ha salido ileso. «Iba a coger un vuelo para viajar a Oriente Medio».
Poco después de que uno de los terroristas activara su cinturón explosivo en el aeropuerto de Zaventem, en el metro de la capital estallaba un segundo artefacto. Eran las 9:11 horas y el suburbano iba a rebosar de trabajadores que acudían a la zona donde se ubican todas las instituciones comunitarias. «Justo pasé por la estación de Molenbeek minutos antes de que la bomba explotara en uno de los vagones», afirma Jacobo Truan, un joven español que trabaja en una consultora cerca de la zona del atentado. «Fue una casualidad que pasara más tarde», explica a este diario. Tenía una reunión a primera hora y me la adelantaron. Serge Massart vive justo encima de la estación. «Sentimos la explosión». Algo similar le ocurrió a uno de los viajeros. «Salimos de la estación de Maelbeek hacia el centro a las 9:07. Minutos después sentimos una explosión que parecía proceder de la parte delantera. Del tren que circulaba justo delante del nuestro. Al llegar empezó a subir una gran cantidad de humo. Las explosión debió de ser muy violenta».
Otra de las viajeras se salvó por los pelos. Un olvido la salvó: «Estaba hablando por teléfono dentro del andén y me di cuenta de que me había olvido mis llaves en casa. Salí del metro y al salir escuché una explosión. Todas las ventanas estallaron». Está nerviosa pero relata cómo «la gente corría por todas partes. Había una señora tendida en el suelo, estaba herida. Estaba en shock. Sólo pensar que haberme dejado las llaves me había salvado la vida...», reflexiona. El humo no cesaba de salir de la estación, mientras las ambulancias y las dotaciones de bomberos seguían agolpándose en la salida y los viajeros heridos iban saliendo, como podían, del interior.
«Escuchamos gritos, la gente estaba muy nerviosa. Empecé a escuchar los alaridos de una mujer». La que habla es Mercedes, una española que trabaja en un hotel al lado de la estación afectada por el ataque. «Había gente sentada en el suelo, respiraban de forma precipitada. Estaban en shock», añade. Algunos vecinos se acercaron para prestar ayuda a las víctimas. Llevaban toallas y mantas. Pero no sólo eso, al igual que ocurrió durante los atentados de París, en las redes sociales empezó a circular un movimiento altruista «porte ouverte» en el que diferentes personas próximas al lugar ofrecían sus casas para refugiarse.
Uno de los primeros en llegar al lugar del atentado fue Philipe, trabajador de una empresa de seguridad ubicada a 150 metros de la estación. «Llegué poco antes de que lo hicieran las ambulancias y la Policía», afirma al diario belga «L’Express». «Han ido a por los más débiles porque han atacado una de las líneas de metro más concurridas y a una hora punta». Cuando llegó ya se encontró con una situación difícil. Muchas personas heridas habían conseguido salir por su propio pie de la estación. Minutos antes se había enterado de lo ocurrido en el aeropuerto cuando «escuchamos una nueva explosión». Este trabajador no lo dudó y cogió el botiquín de primeros auxilios que tienen en la empresa y fue corriendo hacia donde el ruido de la explosión le guiaba. «No sabía a quien atender primero. Todos sangraban y estaban muy malheridos». Se puso a ayudar a una mujer de unos cuarenta años, «tenía numerosas heridas en la cara». También tiene grabada la imagen de una mujer japonesa: «No dejaba de sangrar. Lamento mucho no haber podido ayudarla», afirma compungido. Las redes sociales también se convirtieron en un canal de difusión de personas desaparecidas. Una de ellas era Leopold Hecht, de 20 años. Su hermano cree que viajaba en el tren afectado. «Si le habéis visto, decídmelo», dice.
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