Ecuador

Don Juan, el pueblo que engulló la tierra

Una semana después de la tragedia. La ayuda internacional aumenta, pero sigue sin llegar a los campamentos de los poblados más apartados, lo que incrementa el descontento ciudadano y las críticas al Gobierno

María Hurtado, mujer de Manuel, prepara comida para la familia con los pocos recursos que tiene a su alcance en el campamento
María Hurtado, mujer de Manuel, prepara comida para la familia con los pocos recursos que tiene a su alcance en el campamentolarazon

La ayuda internacional aumenta, pero sigue sin llegar a los campamentos de los poblados más apartados, lo que incrementa el descontento ciudadano y las críticas al Gobierno

Varios niños agitan trapos rojos y camisetas blancas asomados a la carretera. Cuando los vehículos se detienen, se abalanzan a sus ventanillas pidiendo agua y comida. En el arcén se levanta un campamento de tiendas improvisadas con cañas y sábanas. Uno de los muchos refugios en el camino entre Pedernales, epicentro del terremoto del pasado sábado, y Jama, una de las localidades más dañadas, donde se han instalado los más de 20.000 «sin techo» tras la catástrofe.

En las chabolas duermen ahora casi todos los vecinos de Don Juan, un poblado de unas 55 casas que, literalmente, fue engullido por la tierra. «El suelo se hundió como las natillas, tragándose las casas, mientras la gente se deslizaba por el suelo sin poder alzarse», narra Manuel Domo Gracia sobre la noche del seísmo de 7,8 grados en la escala de Ritcher. «Se abrieron unas grietas gigantes en la tierra y el agua subterránea inundó todo lo que había», describe un diario local sobre el extraño movimiento. Ninguno de los lugareños quiere regresar todavía a su hogar por temor a nuevas sacudidas. «Estaba en el mar cuando el terremoto, y el agua se detuvo. No había olas y comencé a ver las casas derrumbarse en la orilla», cuenta Manuel, pescador de 46 años que desea zarpar pronto. En lugar de camarones, este pueblo pesquero come ahora el arroz y las latas de atún que algunas furgonetas les entregan. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) amplió a 260.000 personas el suministro de ayuda alimentaria, a petición del propio Gobierno ecuatoriano.

«Muchos camiones de ayuda no se detienen por miedo a los saqueos. Se han producido varios asaltos en carreteras», asegura el hombre, tal y como confirman otros testimonios que recomiendan no pararse al transitar de noche. La ayuda internacional aumenta, pero sigue sin llegar a los campamentos de los poblados más apartados, sin tampoco agua ni luz. Al caer la noche, las carpas se convierten en santuarios de velas, mientras que en una de ellas varios jóvenes tratan de encender sin éxito un autogenerador. El Gobierno anunció la instalación de varios albergues para acoger a los damnificados –cada día se construyen nuevos–, pero aun así insuficientes para cubrir toda la necesidad, sobre todo en lugares apartados.

Manuel, descamisado desde el día del seísmo, se exalta al señalar culpables: «Nos han engañado, tanto el alcalde al que apoyamos como [el presidente Rafael] Correa. De aquí no saldremos en meses», se queja. Las casas de Don Juan formaron parte de un programa social del Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi) y, en un principio, se debían construir en una zona de suelo duro apartada del mar, pero, según el hombre, por presiones del dueño de una finca finalmente se reubicaron en suelo blando. De ahí el hundimiento.

Mientras, sujeta a dos de sus hijas: Wendy, de nueve años, y Rosa de once. Dos de los 88.000 niños ecuatoriano que el terremoto ha dejado sin escuela. Más de la mitad de los afectados son menores de 20 años, según datos de Unicef. Pero esa no es ahora la principal preocupación. Las numerosas réplicas del seísmo, por el momento en torno a 725, las atemorizan. «Se agarran a mis piernas y me preguntan si nos vamos a caer», cuenta el padre, ya en un tono resignado. «Esto va para largo. Este trauma no nos lo quitamos tan fácil y tampoco podremos reconstruir nuestras casas, si podemos, hasta dentro de meses», explica. La mayoría de los damnificados sabe de la complicación del Gobierno para hacer frente a la crisis humanitaria y desconfía de su capacidad de respuesta. Según el presidente Correa, las pérdidas podrían alcanzar los 3.000 millones de dólares, un 3% del PIB, sin sumar los costes de asistencia y reconstrucción, que ascenderán a «miles de millones de dólares». Un desafío insoportable para un país en dificultades económicas. El crecimiento de Ecuador cayó al 1,9% en 2015, según proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), y decrecerá un 4,5% este año. Ello, añadido a una notable inflación y un recorte presupuestario de 6.000 millones de dólares, obligado por la caída del precio del petróleo y el excesivo gasto público en estos últimos nueve años con Correa en el poder. La oposición le reclamó ayer la falta de previsión al utilizar los fondos de contingencia y ahora verse obligado a decretar algunas medidas económicas –subida del IVA y donaciones de salario– para crear un fondo de ayuda de hasta 1.027 millones de dólares.

«Nos han abandonado», concluye Manuel mientras cubre a sus hijas con una toalla cuando comienza a llover por segundo día consecutivo para colmo de las miles de familias acampadas a la intemperie. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) advirtió sobre una posible «expansión del virus zika, la hepatitis A o brotes de gastroenteritis», debido a las pésimas condiciones de los desplazados.

Además del difícil suministro del agua, ahora la preocupación se centra en la propagación del mosquito transmisor del zika, el dengue y el chikunguña. Manuel muestra las picaduras de su hija Wendy en la espalda, infectadas por rascarse. «Algunos niños también han tenido fiebre, pero no hemos podido llevarlos al médico porque no tenemos cómo movernos hasta Pedernales», lamenta. La asistencia sanitaria tampoco ha llegado a muchos de los campamentos.

Ecuador contabiliza 646 víctimas mortales, 13.000 heridos y 130 desaparecidos, cifras que se multiplican a medida que avanzan las tareas de rescate, ya con escasas esperanzas de encontrar supervivientes. Un esfuerzo patriótico que se nutre de cualquier anécdota como la imagen de una Virgen María que resistió al temblor. Mientras, varios niños de Don Juan juegan a lanzarse una pelota y paran cuando pasa un vehículo para pedir algo de auxilio. Los olvidados del terremoto.