Elecciones europeas

El «cachorro» de Le Pen que conecta con el malestar francés

De origen migrante y 23 años, así es Jordan Bardella, el candidato ultra a las europeas.

Vecinos del barrio obrero de Drancy, en la periferia noreste de París, esperan en una parada de autobús
Vecinos del barrio obrero de Drancy, en la periferia noreste de París, esperan en una parada de autobúslarazon

De origen migrante y 23 años, así es Jordan Bardella, el candidato ultra a las europeas.

El tren de cercanías que lleva a Drancy, en la periferia noreste de París, es una de las infraestructuras que más suele colapsar. Vagones vetustos, a menudo sucios, retrasos habituales y un mantenimiento del que se suelen quejar con frecuencia los vecinos del cinturón obrero que recorre este tren hasta llegar al aeropuerto Charles De Gaulle. En esta localidad de unos 70.000 habitantes y tradición de obreros inmigrantes, nació hace solo 23 años el cabeza de lista de la ultraderecha francesa a las elecciones europeas, Jordan Bardella, en el seno de una familia modesta de migrantes italianos que lo crió en una vivienda social. Unos orígenes humildes de los que el «cachorro» de Marine Le Pen no pierde ocasión de hacer gala. «Habla bien y tiene buena imagen, pero no lo voy a votar porque sea de aquí», explica Julien, un joven de la misma generación que Bardella que nos adelanta que el «bebé» de Le Pen, como lo ha rebautizado una parte de la Prensa, no es ni mucho menos profeta en su tierra. Algo que se confirma cuando preguntamos entre la población de origen árabe. «Es un racista, da igual que sea de aquí», dice Sofiane, tunecino de 29 años que trabaja en la construcción. Un territorio hostil a Le Pen donde, sin embargo, vamos encontrando matices que explican una estrategia.

En las últimas elecciones presidenciales, aquí ganó la izquierda de Jean Luc Mélenchon con un 33% de los votos. Drancy forma parte del departamento de Saint Denis, uno de los pocos de Francia donde los comunistas aún conservan un puñado de alcaldías. Con un índice de paro entorno al 20% que duplica al de la media nacional, Drancy cuenta, sin embargo, con una diferencia notable respecto a otros feudos obreros donde la ultraderecha ha intentado irrumpir: su proximidad con París y su mestizaje tras varias olas de inmigración. Geta y Elena son dos mujeres de origen rumano que llevan desde principios de los 90 viviendo en la ciudad. «Lo vi en el debate de televisión y no sabía que era de aquí. Habla bien y parece inteligente», le dice una a la otra. Este territorio ha sido históricamente feudo prohibido para la ultraderecha. «Claro que hay una mayoría que aquí sigue odiando a Le Pen, pero la diferencia es que ahora sacan candidatos de aquí», valora Bilal, un paquistaní de 50 años que juega con sus dos hijos en la plaza del ayuntamiento. Cuando Bardella hacía sus exámenes de Selectividad, François Hollande ya había llegado al poder en Francia. Quizás por ello sorprenda la carrera fulgurante que este joven ha tenido dentro de la formación ultraderechista.

Estrategia «lepenista»

El «cachorro» refleja la estrategia de Le Pen para recomponer su formación tras la derrota en la presidenciales frente a Macron en 2017: un joven de orígenes humildes, que tuvo buenos resultados escolares, pasó a estudiar Geografía en la Sorbona y está a años luz del estereotipo ultra que aún lastra a la formación lepenista en buena parte del electorado. Un escalón más en la estrategia de «desdiabolización» del partido. Así lo explica a LA RAZON David Margerit, el presidente del «think tank» European DataLab: «Es un candidato con las cualidades perfectas para la estrategia de Le Pen. La nueva cara educada y que no inspira peligro». Con Bardella el partido pretende rejuvenecerse, pero no de cualquier forma. No con la élite. Se trata de conectar a su vez con todos esos jóvenes que miran con recelo los círculos de poder parisinos relacionados con Macron. Un guiño a la Francia del malestar que simpatiza con los «chalecos amarillos», que han puesto contra las cuerdas al presidente.

El de hoy es el primer test electoral para Macron desde que llegara al Elíseo con la promesa de revitalizar a Francia y a Europa en tiempos de Trump y del Brexit. Precisamente, el mandatario se impuso a Le Pen en una segunda vuelta que dejó tocada, que no hundida, a la líder ultraderechista. Sus caminos desde entonces han sido mucho menos predecibles de lo que cabía esperar: el Macrón impetuoso que venía a salvar a Europa ha acabado enfrascado en una crisis de malestar, la de los «chalecos amarillos», que le ha obligado a reinventarse con experimentos políticos como el gran debate nacional sin haber sofocado por completo la situación. En cambio, aquella Le Pen tocada, que incluso llegó a temer una rebelión en sus filas tras la derrota en las presidenciales, ha logrado consolidar su liderazgo y convertirse en la gran cara de la oposición al Gobierno, dadas las enormes crisis que atraviesan los partidos tradicionales en Francia.

Los comicios de hoy se han convertido en un referéndum con dos papeletas: Macron sí, Macron no. El Gobierno rechaza este planteamiento, pero es el propio presidente galo quien se ha ocupado de proyectar desde hace tiempo el pulso entre europeístas y eurófobos. La particularidad de esta elección en Francia es que es la única a una sola vuelta, y, por tanto, no existe una concentración de todos contra la ultraderecha. La falta de carisma y algunos tropezones de la candidata del Gobierno, la ex ministra de Asuntos Europeos Nathalie Loiseau, ha obligado a movilizar a todo el Ejecutivo en la recta final de campaña. Dada la implicación personal del presidente de la República, una derrota tendría un precio a pagar. No hasta el punto de dimitir como sugiere Le Pen, pero sí de remodelar el Gobierno e incluso relevar al primer ministro, Édouard Philippe. Ayer, un sondeo de «Le Figaro» daba el triunfo a los ultras con un 25%, dos puntos y medio más que LREM, el partido de Macron.