Extrema derecha
El FN pierde la ocasión de convertirse en una alternativa «respetable»
Todavía representa una amenaza contra la democracia para uno de cada dos franceses
«Seré candidata a las presidenciales pase lo que pase. No voy a dejar al Gobierno ni un minuto de tranquilidad». Anticipando una derrota en la segunda vuelta de las regionales, la líder del Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, advertía hace unos días de que su «hoja de ruta» al Elíseo sigue en marcha. Como le ocurrió a su padre en la segunda vuelta de las presidenciales de 2002, el frente republicano ha vuelto a frustrar las esperanzas de la extrema derecha, que, no obstante, será oposición en todos los consejos regionales.
El FN, que hasta mediados de los años ochenta no era más que un partido marginal al que votaban nostálgicos del régimen de Vichy y de la Argelia francesa, amenaza con romper la hegemonía de socialistas y conservadores con sus 80.000 militantes (25.000 en las juventudes».
Desde que su octogenario padre le cedió el testigo al frente de la formación en 2011, Marine se ha esforzado por moderar el partido y desterrar el rancio discurso fascistoide de su progenitor, antiguo paracaidista de la guerra de Argelia. Este cambio de imagen ha contribuido al imparable ascenso electoral del Frente Nacional en las sucesivas citas en las urnas. El 17,8% en la primera vuelta de las presidenciales de 2012, los once alcaldes en las municipales de marzo de 2014, el partido más votado en las europeas, los dos senadores elegidos en septiembre de ese año, el 25% en la primera ronda de las departamentales de marzo pasado y ahora su victoria en la primera vuelta de las regionales son éxitos personales de esta ex abogada de 47 años.
En su camino para limpiar la imagen del FN entre los franceses no le ha importado deshacerse de su padre, al que desalojó de la presidencia honoraria del partido la pasada primavera. La oportunidad se la brindó una nueva serie de exabruptos antisemitas. Marine, que hasta entonces se limitaba a dejar pasar la tempestad y mantenía las broncas en la esfera privada, decidió esta vez soltar lastre. En represalia, sustituyó a Jean-Marie como candidato a la Presidencia de Provenza-Alpes-Costa Azul, donde cosechó una tercera parte de sus votos en las europeas, por su joven sobrina, Marion Maréchal Le Pen, de 26 años.
El estratega de este «lifting» de la ultraderecha francesa es Florian Philippot, mano derecha de Le Pen y vicepresidente del partido. Esta «rara avis» del FN, un gay de 34 años y antiguo simpatizante de la izquierda, ha moderado el discurso frentista para sintonizar con las clases medias decepcionadas con la clase política.
Sus diatribas antieuropeas y islamófobas, en plena crisis económica y tras los atentados yihadistas de París, empiezan a calar entre el electorado galo. Según el barómetro anual de TNS Sofre, encargado por «Le Monde», France Info y Canal Plus, hace diez años, tres de cada cuatro franceses pensaban que el Frente Nacional era un peligro para la democracia, mientras que actualmente la proporción bajó a uno de cada dos. El electorado, cansado de los dos partidos tradicionales, tiene ante sí a un partido antisistema, que plantea un nacionalismo agresivo. El Frente Nacional se ha convertido en la opción preferida de los jóvenes y los obreros. De hecho, su mayor granero de votos es Norte-Paso de Calai-Picardía, la región más pobre de Francia tras la reconversión industrial. Le Pen es conciente de que no podrá conquistar el poder mientras genere miedo en la mitad del país.
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