Hungría

El líder autócrata que desafía a Europa

La Razón
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De feroz anticomunista en su juventud a crítico implacable de la Unión Europea y aliado de Rusia. En uno de sus primeras apariciones públicas, el 16 de junio de 1989, Viktor Orban pronunció un famoso discurso en la Plaza de los Héroes de Budapest durante un homenaje a los resistentes de la revolución de 1956. Pidió entonces elecciones libres y la retirada de las tropas soviéticas. Un año antes, Orban uno de los miembros fundadores de Fidesz, una organización juvenil de estudiantes antes de pasar a ser un partido conservador y nacionalista. En esa época, consiguió una beca para estudiar Ciencias Políticas en Oxford y al volver a Hungría en 1990 fue elegido diputado.

Como presidente de Fidesz, en 1998 ganó por primera vez las elecciones. Con 34 años, se convirtió en el primer ministro más joven de Hungría con un discurso neoliberal y proocidental. Gobernó hasta 2002, año en que perdió las elecciones por un estrecho margen frente a los socialistas. Durante su primer mandato, Orban llevó a Hungría a la OTAN, pero también dio sus primeras muestras de sus tics autoiratarios. En 2001, impulsó la Ley del Estatus, con la que promovió la regularización de la minoría húngara dispersa en los países vecinos por obra y gracia del Tratado de Versalles tras el final de la I Guerra Mundial.

Tras dos legislatura de travesía del desierto, en 2010 Orban resurgió con fuerza y en coalición con los democristianos volvió a ganar las elecciones con una victoria histórica, la más holgado en la historia democrática de Hungría. Con una mayoría de dos tercios en el Parlamento, Fidesz pudo transformar el país al antojo de su líder y poner en marcha lo que el denomina «democracia no liberal».

El rumbo político que ha llevado Orban desde entonces ha generado fuertes críticas internacionales y especialmente en la Unión Europea por querer limitar el papel de Tribunal Constitucional, la ley de medios, conocida también como «ley mordaza», la ley para controlar a las organizaciones no gubernamentales extranjeras o por oponerse al sistema de cuotas de refugiados impuesto por Bruselas, a la que llegó a comparar con la Unión Soviética.

La lucha contra la inmigración se ha convertido así en la gran cruzada del Gobierno húngaro, para lo que ha contado con la complicidad del resto de socios del Grupo de Visegrado (Polonia, República Checa y Eslovaquia). «Tenemos el derecho de no querer vivir junto a comunidades musulmanas», lanza a aquellos que le critican. En el imaginario orbanista, Europa está amenazada por la llegada masiva de musulmanes que quieren acabar con la civilización cristiana. Según Orban, entre los refugiados que cruzaron la fronteras de la UE en 2015 se encontrarían terrorista listos para atentar. En la propia campaña, Fidesz ha alimentado la fantasía de que Georges Soros y Bruselas confabulan para traslar un millones de musulmanes a suelo europeo cada año. El miedo al enemigo sustenta la estrategia de Orban para mantenerse en el poder y ocultar los escándalos de corrupción que salpican a su partido e incluso a su familia.