Austria
El nuevo canciller de Austria trata de calmar a Bruselas por su alianza con los ultras
Sebastian Kurz se reúne con los líderes de las instituciones comunitarias para reiterar su compromiso con los valores y las normas europeos. La entrada de la extrema derecha en su Gobierno levanta suspicacias en la UE
Sebastian Kurz se reúne con los líderes de las instituciones comunitarias para reiterar su compromiso con los valores y las normas europeos. La entrada de la extrema derecha en su Gobierno levanta suspicacias en la UE.
El recién elegido canciller austriaco, Sebastian Kurz, se trasladó ayer a Bruselas un día después de haber jurado su cargo. Un viaje exprés motivado por el deseo de tranquilizar a los socios europeos ante la posible deriva eurófoba en su país. El joven político democristiano, de tan sólo 31 años, ha conseguido formar Gobierno después de dos meses de negociaciones y tras haberse apoyado en la extrema derecha del FPÖ. Parece que la visita ha surtido efecto. El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, al finalizar la reunión se mostró plenamente confiado en el programa pro-europeísta del nuevo Ejecutivo y aseguró no tener «prejuicios» respecto al rumbo que tomará Austria a partir de ahora. Tampoco mostró ninguna reticencia a recibir en la capital comunitaria a los ministros del Ejecutivo austriaco que pertenecen a la extrema derecha. En la misma línea, Kurz definió a su país como una «democracia fuerte» con «elecciones libres».
Los hechos valen más que las palabras. Como un gesto de mano tendida a Bruselas, si bien la cartera de Exteriores pertenece al FPÖ, Kurz ha conseguido que las labores relativas a los Asuntos Europeos dependan directamente de la Cancillería federal. El nuevo primer ministro se ocupaba de las relaciones con Bruselas en el anterior Ejecutivo formado por populares y socialdemócratas, así que, de alguna manera, todo seguirá como hasta ahora. Austria cogerá el testigo en las presidencias rotatorias comunitarias durante el segundo semestre de 2018 y, al menos por el momento, renuncia a celebrar un referéndum sobre su pertenencia a la UE. A pesar de esto, el líder de la extrema derecha, Heinz Cristian Strache, será el «número dos» del Ejecutivo y su formación también contará con otras dos carteras pesadas: Interior y Defensa.
La agenda del nuevo Gobierno depara por otro lado pocas novedades: veto a la pertenencia de Turquía a la UE en un momento en el que el proceso de adhesión está paralizado de facto y fiera oposición al reparto de refugiados mediante cuotas obligatorias. En esto último Viena no está sola. Cuenta con el respaldo de los países del Este que han boicoteado sin descanso este esquema y han conseguido unir a su causa al propio presidente permanente del Consejo, el polaco Donald Tusk, quien en la cumbre de la semana pasada apostó sin ambages por desterrar la idea de manera definitiva.
La llegada de la ultraderecha al Ejecutivo austriaco inquieta en Bruselas, pero no desata las mismas reacciones airadas que en el pasado. En el año 2000, la puesta en marcha de una coalición de Gobierno entre conservadores y la extrema derecha, entonces comandada por Jörg Haider, fue vetada por parte de las capitales europeas incluso antes de que se llegara a un acuerdo. Los entonces quince miembros del «club» emitieron un comunicado en el que advirtieron a los conservadores de Wolfgang Schüssel sobre la suspensión de los contactos políticos bilaterales. Las amenazas no surtieron efecto, y las capitales europeas capitaneadas rechazaron todos los encuentros bilaterales oficiales con Viena, se opusieron a promover a ningún candidato austriaco en los puestos de los organismos internacionales y también interrumpieron su colaboración con los embajadores austriacos, limitándose únicamente a contactos de índole técnica. Algunos países como Bélgica incluso amagaron con la retirada de su embajador y expulsar a Austria de la UE. Tras siete meses, los socios europeos suspendieron todas las sanciones.
Muchas cosas han cambiado desde entonces. En los 17 años que han transcurrido, la extrema derecha se ha integrado en el paisaje político europeo como un mal inevitable. El Frente Nacional ha disputado la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas en dos ocasiones, la última la pasada primavera, y en 2012, el Ejecutivo de Mark Rutte, si bien nunca pactó una coalición de Gobierno con la extrema derecha xenófoba de Geert Wilders, sí se vio abocado a elecciones cuando esta fuerza le retiró su apoyo a los presupuestos. En las últimas elecciones alemanas de septiembre, la extrema derecha de Alternativa para Alemania consiguió irrumpir en el Bundestag como tercera fuerza. A pesar de esto, en la capital comunitaria se da por supuesto que lo peor ha pasado. Marine Le Pen no ha conseguido ocupar el Elíseo y Wilders sufrió un serio descalabro en las elecciones de marzo. La pesadilla no se ha hecho realidad.
Suspensión de voto a Polonia
La visita de Kurz, que hoy se reunirá con el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, coincide con un aspecto especialmente espinoso para Bruselas. El Colegio de Comisarios debatirá la posible activación del denominado «botón nuclear» ante la deriva autoritaria del Ejecutivo polaco. Una medida que nunca se ha puesto en marcha y que podría derivar en la suspensión del derecho de voto en el Consejo si la iniciativa de la Comisión cuenta con el beneplácito de los países miembros. A pesar de las tensiones, en la rueda de prensa con Kurz, Juncker se mostró confiando en poder seguir negociando con Polonia y en no «romper todos los puentes» con Varsovia.
A finales de julio, el Ejecutivo comunitario reconoció estar «muy cerca» de dar este paso, si bien en privado fuentes diplomáticas han reconocido en numerosas ocasiones su dificultad. Aunque Berlín y París apoyarán a la Comisión si decide activar el artículo 7, la canciller Angela Merkel y el presidente francés, Emmanuel Macron, defendieron la semana pasada en Bruselas el diálogo con el nuevo primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki.
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