La amenaza yihadista
El yihadismo desborda Kenia
Uno de los terroristas de Garissa es hijo de un alcalde de la región de Mandera. Las Iglesias contratan seguridad privada ante la ineficacia del Ejército.
Los días más sagrados de la fe cristiana se mezclan con el luto, el dolor y el miedo que ha sembrado la organización terrorista Al Shabab en Kenia. Los cristianos –un 83% de los 44 millones de habitantes del país– temían especialmente por la suerte de las familias que concurrieron a las iglesias cristianas en el domingo de Pascua, esos mismos sitios que han sido en el pasado blanco de frecuentes y cruentos ataques terroristas.
En todas las iglesias del país, los sacerdotes condenaron enérgicamente la persecución de su comunidad y se hicieron eco de los tres días de duelo por los 148 jóvenes estudiantes asesinados en la Universidad de Garissa, quienes fueron masacrados a sangre fría después de ser meticulosamente separados de sus compañeros musulmanes.
También los líderes musulmanes en Kenia repudiaron el atentado y muchos musulmanes se unieron a los cristianos en sus demostraciones de rechazo a la discriminación y la violencia. El presidente Uhuru Kenyatta aseguró que los responsables de esta «masacre sin sentido» se enfrentarán a la Justicia y serán castigados «de la manera más severa por los asesinatos». Pero las comunidades cristianas en todo el país, lejos de confiar en el Gobierno, contrataron guardias armados para proteger a sus fieles. En Mombasa –la segunda ciudad del país, que sigue a Nairobi– contrataron a policías armados y guardias de seguridad privada para la misa del domingo de Pascua. En la Catedral Basílica de la Sagrada Familia en Nairobi, dos policías uniformados armados con rifles AK-47 flanqueaban la puerta de entrada. Uno de ellos dijo que dentro del templo había más oficiales, vestidos de civil.
La conmoción de Kenia aumentó ayer al conocerse que uno de los terroristas de Garissa es un licenciado en Derecho e hijo de un alcalde. El alistamiento de Abdirahim Adbullahi en Al Shabab prueba la fuerte capacidad de seducción del grupo terrorista entre los jóvenes y su penetración en el país vecino. Kenia ha impuesto un toque de queda desde el anochecer hasta el amanecer en cuatro condados a lo largo de su permeable frontera de 700 kilómetros con Somalia, y el ruido de los helicópteros acompañaba a los turistas a lo largo de su popular región costera. Tras el ataque a la universidad, expertos en terrorismo coinciden en que el movimiento somalí Al Shabab ataca a Kenia como represalia a la decisión del Gobierno en 2011 de incorporarse a las tropas de la Misión de la Unión Africana en Somalia (AMISOM por sus siglas en inglés), a la que aportó nada menos que 3.500 soldados. Esta misión de paz, que incluye tropas de Etiopía, Yibuti, Burundi, Sierra Leona y Uganda, fue concebida para erradicar a Al Shabab de sus bastiones en el sur y centro de Somalia. La misión ha logrado una serie de éxitos significativos en los últimos años, como la reconquista de las ciudades portuarias importantes a lo largo de la costa somalí y el asesinato de varios líderes de Al Shabab.
Los fracasos militares llevaron a la organización a redirigir sus ataques hacia la población civil más vulnerable y expuesta, debido a que perdieron el dominio de buena parte del territorio que controlaban y a que no tienen capacidad militar para enfrentarse a esa unión de ejércitos africanos. Por tanto, la única opción posible es la guerra asimétrica, el terrorismo que utiliza a la población civil como escudo y objetivo. Los islamistas también se aprovechan de la ineficacia y la corrupción de las Fuerzas Armadas kenianas, que dejan a la población prácticamente desprotegida. La corrupción enraizada en el sistema de seguridad local permite que la organización terrorista se mueva con total libertad dentro y fuera de Kenia. Cruzar la frontera cuesta poco menos que 200 dólares. Al amparo de esta corrupción se financian, ocultan y se llevan a cabo las operaciones de Al Shabab. Este movimiento terrorista está explotando también los problemas sociales de Kenia y sus divisiones políticas. Además, atentados como el de la Universidad de Garissa dañan profundamente el turismo en Kenia, uno de los más solicitados. En Lamu, una de las paradisiacas islas del país, la visita de turistas en 2014 se redujo un 90 por ciento.
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