Política

Elecciones en Alemania

La nueva era del «merkelismo»

Varios trabajadores desmontan un cartel electoral de Angela Merkel en Stuttgart
Varios trabajadores desmontan un cartel electoral de Angela Merkel en Stuttgartlarazon

Tras arrasar en unas elecciones concebidas como un referéndum a su persona, Angela Merkel encara su tercer mandato con la satisfacción de regalar a su partido la mayor victoria desde la reunificación alemana. Ahora, tras ocho años en «La Lavadora», como llaman coloquialmente los berlineses al edificio acristalado de la Cancillería, la líder conservadora ya se codea con su mentor político, Helmut Kohl, que la llamaba «mi chica del Este», sin saber que su ambiciosa protegida le arrebataría el liderazgo del partido diez años después.

En opinión de Volker Perthes, director del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad (SWP), «no ha sido un éxito electoral de la CDU, sino de Merkel, que ha protagonizado una campaña presidencialista centrada en su imagen. La gente confía en ella y cree que Alemania está en buenas manos. Incluso un 50% de los electores del SPD cree que su gestión es buena».

Ante la atención que han suscitado las elecciones alemanas en el resto de Europa, la reelegida canciller echó ayer un jarro de agua fría a aquellos que confiaban en que abriría la mano en su política de austeridad tras despejarse su futuro político. «Nuestra política europea impulsa la integración y desde el punto de vista de la CDU no hay motivo alguno para cambiarla», aseguró a la pregunta de un periodista.

Y es que, como señala Ulrike Guérot, analista del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), «la Alemania que muchos en Europa esperan no está en el menú». «Es difícil imaginar una coalición de gobierno que asuma un liderazgo que acepte significativos sacrificios a corto plazo en pos de una incierta estabilidad política europea a largo plazo», apunta la investigadora.

Con todo, estas elecciones han puesto de manifiesto que Alemania no es inmune al euroescepticismo y ha dejado de ser la excepción entre los países del norte y el centro de Europa. La Alianza por Alemania (AfD), un partido creado en abril por un grupo de catedráticos de Economía críticos con los rescates europeos, se ha quedado a un puñado de votos de entrar en el Bundestag. La cercanía de las elecciones europeas de mayo hace temer a la clase política germana que los eurófobos consigan algunas actas de diputados, aprovechándose de que en estos comicios no existe el límite del 5% y suelen caracterizarse por su baja participación. Die Linke (La Izquierda), desde el Parlamento, y la AfD, desde la calle, amenazan con encabezar la oposición a una Unión Europea sobre la que no se debate porque existe consenso entre el resto de partidos.

Pero, además de sofocar la crisis del euro, a la canciller le espera una intensa agenda interior. Una vez que culminen las negociaciones para formar gobierno, Merkel contará con el respiro de tres años sin procesos electorales a la vista que le deberían permitir hacer frente a algunos problemas eclipsados durante su presidencialista campaña electoral. La falta de inversión, el envejecimiento de la población y la costosa «transición energética» esperan una respuesta del nuevo Gobierno federal.

Consciente de que Alemania necesita más inversión, tanto pública como privada, la candidata de la CDU acudió a las urnas con un programa que prometía inyectar 28.500 millones de euros en educación, investigación e infraestructuras durante los próximos cuatro años. Una propuesta que será saludada calurosamente por los socialdemócratas si finalmente se pacta una Gran Coalición. Este estímulo interno, por añadidura, contribuirá también al crecimiento de otros países de la Eurozona.

El envejecimiento de Alemania es una realidad desde hace décadas que obligó al Gobierno a elevar la edad de jubilación de los 65 a los 67 años y reducir su cuantía. Sin embargo, esta reforma social ha hecho que muchos ancianos ya no puedan subsistir después de que la pensión mínima haya pasado del 70 al 52% de su último salario.

Tras subirse al tren de las energías limpias tras el accidente de Fukushima en 2011, Merkel decidió que todos los reactores dejarían de operar en 2022. Sin embargo, este inesperado giro de 180 grados del Gobierno está saliendo muy caro a los consumidores alemanes, que pagan la factura de electricidad más cara de Europa tras una subida del 20%. Paradójicamente, durante los picos de consumo eléctrico, Alemania importa energía nuclear de Francia, República Checa y Polonia. Además, las centrales más contaminantes de hulla y carbón están supliendo la energía que aún no proporcionan la solar y la eólica.