Política

Acoso a los políticos

La tentación demagoga en el Parlamento

Las actitudes antipolíticas sirven para lograr cierta visibilidad, casi siempre fugaz. El paso de la payasada en las instituciones a la violencia no es imposible

La tentación demagoga en el Parlamento
La tentación demagoga en el Parlamentolarazon

El tiroteo de Roma, a cargo de un hombre que quería matar a los políticos, es sin duda alguna el acto de un desequilibrado, una persona sin capacidad para resolver o mantener bajo control sus problemas. Aunque sin exagerar, el tiroteo también puede ser interpretado como la consecuencia de un estado de ánimo extendido en estos tiempos. Consiste en hacer de los políticos y de la actividad política el chivo expiatorio de los muchos problemas que aquejan a los occidentales, y más en particular a los europeos. Se observará que el terrorista o delincuente romano ha hablado de «políticos», sin precisar un partido ni una tendencia. Es algo que se oye y se lee bastante últimamente, y muchas veces quienes inspiran este tipo de vocabulario y de actitudes son ellos mismos políticos, o viven de los recursos públicos, o esperan vivir de ellos. Tras el discurso antipolítico suele haber un sujeto cínico que aspira a sustituir a aquellos a los que finge despreciar, o de los que se mofa, como aquí el alcalde de Marinaleda o Beppe Grillo en Italia. Otras veces es un simple bufón, como lo fue Coluche en Francia en 1980. Estos movimientos, que la opinión pública encuentra divertidos y una parte de la clase intelectual más glamurosa jalea, no sirven para nada, como no sea para trivializar una actitud que nunca debería ser tomada a broma.

Las actitudes antipolíticas sirven otras veces de altavoz a agrupaciones minoritarias, ya sea por situarse en los extremos del espectro político o por ser simples grupos de presión dedicados a promover una causa única, como pueda ser la ecología, la inmigración o los desahucios. Es una manera de llamar la atención que les permite distinguirse y alcanzar una cierta visibilidad, casi siempre fugaz. Como corren pocos riesgos de alcanzar la menor responsabilidad de gestión, la demagogia está servida. Hoy por hoy los representantes de esta fauna, siempre proclive a la payasada, abundan en nuestro parlamento. No son peligrosos si las instituciones son sólidas y los partidos de gobierno se mantienen firmes en su vocación. En nuestro país, por desgracia, esto último no ocurre con el PSOE.

Deslizarse desde ahí a la violencia no resulta imposible. Si se llega a la conclusión de que todos los políticos –sean cuales sean sus convicciones y su ideología– son iguales y que la vida pública no sirve para encauzar soluciones a los problemas de todos, se han empezado a romper las barreras. El gesto por el que se acosa a un representante elegido (del PP, ni que decir tiene), o se ocupa la vía pública o se tira una botella llena de gasolina a un agente de policía es la consecuencia de un proceso que ya ha sido argumentado, justificado y racionalizado.

El discurso y la acción antipolítica es, desde este punto de vista, un auténtico baño de regresión a la barbarie. La política, efectivamente, es la actividad que se ocupa de aquello que, por naturaleza, nos hace humanos. Los seres humanos dependemos unos de otros de tal forma que sólo en sociedad podemos llegar a realizar nuestra humanidad. Somos mejores, es decir más humanos, cuanto más tenemos en cuenta la presencia de los demás en nuestra vida. Y nos convertimos en bestias peores que cualquier animal imaginable cuando nos llegamos a convencer que podemos prescindir del resto de los seres humanos. La antipolítica halaga y promueve esta deriva bestial, propiamente inhumana, que acecha en cualquiera de nosotros.

También es verdad que la política, que concebida de esta forma es una de las formas más altas de conciencia de lo que somos, define un espacio propio y unos instrumentos específicos. También requiere personas con saberes y capacidades que no todos tenemos. La política, que define aquello que nos une a todos, también construye una esfera autónoma. Existe la posibilidad de que una parte de la sociedad deje de ver ese espacio como lo que es, el espacio de aquello que es común a todos, y lo comprenda más bien como un terreno acotado para la defensa de privilegios propios. La política, que nunca es una actividad sencilla, pasa a ser vista entonces como un problema que por su lugar central en la vida de las sociedades bloquea cualquier solución.

La crisis por la que estamos atravesando es en muy buena medida la crisis de un modelo de Estado –el Estado del bienestar– insostenible en sus dimensiones actuales. Como toda crisis seria, está poniendo en cuestión los fundamentos de lo que hasta ahora hemos dado por asegurado, en particular la naturaleza de lo público. Estamos por tanto en un momento peligroso, en el que las tentaciones antipolíticas son más fáciles, más atractivas que antes. Conviene tener claro el riesgo al que nos enfrentamos y las responsabilidades de cada uno.