Elecciones en Estados Unidos

La trampa del populismo global

El orden internacional actual se fraguó en la posguerra mundial y se ha derrumbado en los últimos años. Desoír el malestar de nuestros conciudadanos no es sostenible. Los radicales no tienen las respuestas, pero plantean de forma brutal preguntas.

La trampa del populismo global
La trampa del populismo globallarazon

El orden internacional actual se fraguó en la posguerra mundial y se ha derrumbado en los últimos años. Desoír el malestar de nuestros conciudadanos no es sostenible. Los radicales no tienen las respuestas, pero plantean de forma brutal preguntas.

Ahora que, después del Brexit, Donald Trump ha sido elegido presidente de Estados Unidos, sería hora de enfocar seriamente este movimiento popular que está invadiendo tantas democracias y que se ha dado en llamar con sorna «populismo». Cada vez pasa lo mismo. Los sondeos y las élites políticas y periodísticas fallan estrepitosamente en sus previsiones. Son incapaces de ver la realidad tal como es. Prefieren soñar con un mundo que no habría cambiado casi nada en los últimos tiempos y que seguiría siendo tan feliz como en las décadas anteriores, cuando todo iba bien para las democracias occidentales tras salir victoriosas de la Guerra Fría. Se imaginan, las élites, que los demás son como ellas y viven, o deberían de vivir, igual.

Pero muchos ciudadanos, sobre todo entre la gente llana y económicamente sufrida, intuyen perfectamente que las políticas que fueron acertadas hace tiempo ya no sirven para responder a los problemas de hoy. El sistema internacional actual se fraguó en tiempos de la posguerra mundial y ha ido deshaciéndose poco a poco, con una aceleración rapidísima en los últimos años. Esto explica el desasosiego de la opinión pública y el abismo que se ha cavado entre las clases dirigentes y los dirigidos.

¿Qué es el «populismo»? En Inglaterra, se trata de la opción demagógica que escogió David Cameron de querer solucionar el problema que tenía dentro de su propio partido con el ala euro-escéptica de los conservadores británicos yendo a un referéndum sobre la permanencia o salida de Reino Unido de la Unión Europea. Los «populistas» no son los que votaron a favor del Brexit, sino los políticos como David Cameron y Theresa May que les pusieron frente a tan absurda elección, como lo son, por cierto, los políticos catalanes que pretenden que todo iría mejor con la independencia, o el Frente Nacional de Marine Le Pen, que propone que Francia salga de la eurozona. En Estados Unidos claro está que Donald Trump es «populista». Pero, más allá de las barbaridades insufribles que ha dicho sobre tantos temas –las mujeres, los musulmanes, los immigrantes latinos–, el candidato republicano expresaba un movimiento mucho más profundo y sensato: la rabia que despierta en muchos americanos el lenguage tan «políticamente correcto» de los políticos tradicionales. Por esta misma razón va a ser el próximo presidente de la Casa Blanca, no porque los estadounidenses que le han votado se hayan vuelto fascistas o extremistas racistas.

Es una trampa, la del «populista»: decir barbaridades para que el adversario responda a la provocación con otras barbaridades. Espero no equivocarme, pero sinceramente no pienso que Donald Trump sea un nuevo Hitler, como se ha oído decir tantas veces durante la pasada campaña electoral. Tampoco pienso que a sus electores se les pueda calificar de «deplorables», como hizo Hillary Clinton sin perder muchas simpatías entre los votantes que tenían sus dudas.

El «populismo» no tiene las respuestas pero plantea de forma brutal preguntas legítimas. Se debe de poder avanzar en temas de la sociedad sin atropellar los valores de la familia; la inmigración no es, de por sí, algo que haya que favorecer a toda costa, sobre todo cuando es ilegal; las desigualdades no pueden seguir creciendo, el comercio internacional no tiene por qué destruir tantos empleos; no vamos a dejar que los musulmanes cambien nuestras reglas de convivencia, etc. Estas verdades no son «populistas». Son de sentido común. Se aplican a Estados Unidos pero también a nuestros países europeos, donde el convencionalismo de la política es todavía peor que en Estados Unidos.

Si dejamos estos temas a los «populistas» podemos estar seguros que éstos, llámense Marine Le Pen en Francia, Beppe Grillo en Italia, Geert Wilders en Holanda, el nuevo partido Alternativa par Alemania, etc... van a progresar elección tras elección, y su influencia se va a extender a toda Europa. Más aún después del triunfo del candidato republicano: en cada uno de nuestros países vamos a asistir a una carrera frenética de todos los políticos para ser el Trump local.

No sabemos si Donald Trump va a ser un presidente tan «populista» como lo ha sido de candidato. Tengo la impresión de que no lo será, aunque a estas alturas, el próximo presidente carece de soluciones a los problemas que ha planteado. Lo que conforta en mi opinión es que todos aquellos que tanto se equivocaron antes, ahora están prediciendo el apocalipsis. También me conforta el recuerdo que tengo de la elección de Ronald Reagan en 1980, aquel actor de pésimas películas que nos iba a llevar a la tercera guerra mundial y que hoy es, junto con Franklin D. Roosevelt, el presidente más popular de la historia de Estados Unidos.

Dada la enorme trascendencia que siempre ha tenido en Europa todo lo que pasa en Washington, éste es para nosotros un momento clave, mucho más que la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, hace ocho años. La ecuación política mundial está cambiando radicalmente y también la diplomática.

A partir de hoy, y sobre todo el día 20 de enero, cuando empezará su presidencia, Donald Trump se convierte en un actor de nuestra vida política. Va a ser cada vez más difícil seguir despreciando a los «populistas» y desoír lo que nos vienen diciendo del malestar de nuestros ciudadanos.

En este sentido, la victoria de Donald Trump no es forzosamente una buena noticia para los que en la extrema derecha europea estan hoy día saltando de alegría. Esperemos que sea así.